La avalancha

La Voz de Galicia, Fernando Onega , 19-03-2014

Ahí los tenéis, en las fotos: son como un ejército desarmado, pero tienen clara la plaza que deben conquistar. Al principio parecen decenas, después se ve que son centenares, finalmente son un millar. Y se cumple la estadística: la mitad siempre acaba saltando la valla y, una vez saltada, ya están en España, ya están en Europa. Esta vez han sido unos quinientos, que llamarán a otros quinientos, y vendrán más todavía, y pondrán a reventar todos los centros de internamiento temporal de Ceuta, de Melilla y de la península, y no sabremos qué hacer con ellos, porque muchos no pueden ser devueltos a sus países, otros son o se hacen pasar por refugiados, y a los demás no hay dónde colocarlos. Un drama.

Un drama, pero esos ciudadanos que saltan las vallas y tiran piedras a los guardias y se cortan con las concertinas son personas. Como usted, como yo, como nuestros hijos. Y sangran como nosotros cuando se hieren. Y una vez terminada su aventura, los vemos por ahí viviendo como pueden del top manta, vendiendo relojes y bolsos falsos en mercadillos y calles, trabajando en sabe Dios qué actividades y sabe Dios con qué tipo de contratos. He visto pocos negros pidiendo limosna. No recuerdo casos de implicados en tráfico de drogas. No me sale su rostro cuando hay redadas de delincuentes. Además de ser personas, parecen buena gente. En Melilla usan la violencia porque saben que es el único método eficaz de entrada, pero hay otros intrusos, y a veces de corbata, bastante más peligrosos que ellos.

Lo increíble es que nadie sabe, nadie sabemos, qué hacer con ellos. Los mandamases de los gobiernos se reúnen a veces, dicen algún bello discurso sin esencia y vuelven a sus poltronas. Tranquilizan nuestra conciencia diciéndonos que no suframos por los negritos, que son los menos, y el mayor número de inmigrantes entran por los aeropuertos. Y es verdad, pero los del aeropuerto entran de uno en uno, con el pasaporte en la mano. A los negritos los vemos indocumentados, en bloque como una fuerza de asalto, y transmiten lo que son: una avalancha humana que no se puede contener ni con palabras ni con armas. Con palabras, porque no valen mucho. Y con armas, porque matan.

Ahora, desde ayer, tenemos medio millar más en el CETI de Melilla. La comisaria europea que se escandalizó por los sucesos de Ceuta no ha dicho una palabra sobre ese hacinamiento. Tampoco aportó ninguna solución, quizá porque no la tiene. Sus superiores están muy ocupados mirando listas de rusos para sancionar. Nosotros, los periodistas, ya solo miramos las avalanchas como estadísticas; ayer entraron más que nunca.

¿Para qué molestarse en saber algo de su vida? Al fin y al cabo, solo son personas. Insignificantes personas.

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