Foucault en Ceuta

La Vanguardia, David González, 11-02-2014

El otro día comenté en Facebook que entre las pocas cosas que pueden rescatarme de un libro de Giorgio Agamben está ese momento en el que suena sin avisar Black to Black, de Amy Winehouse, en el hilo musical de la cafetería. Ahí se para en seco la lectura –o, más bien, la pelea con un texto escrito desde las cumbres inalcanzables (a veces irrespirables) del pensamiento crítico después de la muerte del pensamiento–; aunque, en realidad, esa canción y su intérprete no sean más que una continuación fáctica, otro inasible capítulo, de lo que el filósofo italiano investiga. Winehouse fue nuda vida en fiero combate contra la integración por exclusión con la que, según Agamben, el biopoder regula nuestro vivir.
A decir de Michel Foucault, cuya senda sigue Agamben, en la política antigua el soberano tenía el poder de hacer(te) morir. Pero en la política moderna la misión fundamental del soberano consiste en hacer(te) vivir. Contra ese principio, Winehouse convirtió el no a rehabilitarse de sus múltiples adicciones en un hit neosoul global. Lo que constituyó, a la postre, su pasaporte sonoro hacia el olimpo maldito de los ilustres muertos-antes-de-tiempo (o no) del pop de masas. La corta vida de Amy fue un paradigma de lo que el poder biopolítico impide al individuo: morirse, si es necesario, cuando le dé la gana. Aunque, en el fondo, Amy tampoco pudo zafarse de la telaraña al erigirse como excepción legitimadora de la normalidad del vivir biopolítico: no fume, no beba, no coma (mucho), respire, no suba en ascensor… y muérase cuando le toque.
¿Y los subsaharianos que perecieron intentando entrar a nado en Ceuta la semana pasada?, se preguntarán. Estos infortunados, como las decenas de miles que han muerto intentando saltar ese mediterráneo muro de la vergüenza, ¿también querían morir antes de tiempo? Claro que se trata de todo lo contrario. Pero no por ello invalidan la tesis: además de contra las olas se partieron el alma luchando contra eso tan biopolítico de que en la fortaleza europea del bienestar no cabemos todos. De hecho, cuando las constantes vitales del bienestar están bajo mínimos hasta los de dentro podemos perder el nicho (biopolítico) que, sin saberlo, teníamos asignado.

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