Las cuchillas son para afeitarse: nada más

La Voz de Galicia, Roberto L. Blanco Valdés, 15-01-2014

Si, como informaba anteayer este periódico, la Unión Europea considera que las cuchillas en la valla de Melilla no vulneran la ley, la conclusión es de cajón: que la UE debe modificar urgentemente su legislación en la materia. O eso o dejar de dar lecciones sobre la necesidad de respetar los derechos humanos en todos los confines del planeta.

Dado que desconozco la legislación comunitaria con detalle, no dudo que la hoy vigente permita la indecencia de instalar cuchillas en las vallas fronterizas, que causan a quienes tratan de saltárselas gravísimas heridas.

La UE, es bien sabido, se pone muy estricta cuando legisla sobre el etiquetado de productos, la libre competencia o el transporte de animales (en el 2013 aprobó una normativa detallada para facilitar el de mascotas), pero se ve que para las autoridades comunitarias los inmigrantes africanos son poca cosa comparados con las etiquetas del queso, la competencia entre fabricantes de zapatos, las mascotas o el ganado.

Escribía Celso Emilio Ferreiro que «o inferno esiste, pro eiqui na terra e non se chama inferno». Viendo la forma salvaje en que las autoridades españolas tratan a los inmigrantes en Melilla no cabe dudar de que el poeta de Celanova tenía toda la razón.

Frente a los que criticamos como una inhumana animalada la instalación de cuchillas en las vallas melillenses – cuchillas que, como todas las cosas despreciables, tienen un nombre (¡concertinas!) que encubre su naturaleza verdadera – se oponen dos argumentos diferentes: el reaccionario y el nihilista.

Los reaccionarios lo tienen claro como el agua: si de lo que se trata es de evitar que los inmigrantes entren, es legítimo todo lo que tienda a conseguirlo. Puestos en esa tesitura, lo coherente sería dejarse de concertinas y conciertos y electrificar las vallas con miles de voltios que achicharren literalmente a todo el que se atreva a poner sus manos sobre ellas. A grandes problemas, grandes soluciones? y a otra cosa mariposa.

El argumento nihilista sostiene, por el contrario, que es irrelevante que haya o no haya concertinas, pues el problema de fondo reside en la existencia de fronteras. La cosa resulta tan banal como, salvadas todas las distancias, lo sería sostener que no cabe solución intermedia entre dejar en libertad a los reclusos o tratarlos como antes de que el Estado de derecho hubiera penetrado en el interior de las prisiones.

La historia de la humanidad es en gran medida la de la progresiva civilización en el trato a los que están, de un modo u otro, fuera o al margen de la ley. Los inmigrantes ilegales lo están porque no les queda más remedio. Por eso, maltratarlos, violando a lo bestia lo que exige una civilizada vigilancia fronteriza, es un vergüenza que ninguna sociedad con amor propio debiera tolerar a su Gobierno.

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