Bikinis y niqabs

La Vanguardia, , 08-05-2013

En el vestíbulo del hotel The Torch, el edificio más alto de Doha, en The Pearl, donde anclan los yates más presuntuosos de Qatar, o en el higienizado zoco de la capital del país con mayor renta per cápita del mundo sólo tengo ojos para ellas, cubiertas de negro la cabeza a los pies. Porque mientras en las piscinas del Intercontinental las turistas se pasean en bikini, una legión de mujeres árabes contrarrestan el paisaje epidérmico velando su identidad. “Es por tradición, son fieles a sus creencias”, me dice una mexicana que se ha mimetizado de tal forma que lo considera una costumbre muy respetable. “Es algo cultural –añade– como cuando ustedes se ponen el traje de flamenco”, y por un momento tiemblo ante la posibilidad de que alguien nos impusiera los faralaes como código de vestimenta. Escandalizadamente etnocéntrica, le respondo que además de tener que andar a tientas, algo bien incómodo a ciertas edades, esas mujeres carecen de rostro público. “No lo había pensado”, responde con su rímel y su traje gris.
La interpretación literal de los versos del Corán en los que Mahoma insta a que se hable a las mujeres tras un velo –literalmente, una cortina– no superaría con éxito un examen de comentario de texto de bachillerato. El rigorismo islamista entendió que las mujeres debían quedar cubiertas por la cortina, llevando al extremo la imagen plástica del profeta. “Lo hacen por religiosidad personal pero también por comodidad”, afirma un joven esposo en la cola de embarque. Su mujer va cubierta de la cabeza a los pies, pero cuando llegamos a la T4 se ha desenmascarado y luce un hiyab fashion de los que escribía hace unos días en este periódico.

Otra mujer qatarí, cubierta de negro como un fantasma, me confiesa que de esa manera no se siente intimidada por la mirada de los hombres. Pienso en la deriva de las sociedades donde sus mujeres aún son intimidadas por la mirada masculina. Sólo lo políticamente correcto habrá impedido que algún audaz editor de moda no haya fotografiado la nueva colección de complementos primavera-verano sobre los niqabs que cubren a las mujeres del Golfo. No se puede frivolizar con este tema, habrían dicho en la redacción. Demasiado esnob y socialmente condenable. Ahí está el Gobierno indonesio, que se rebela contra el rancio certamen de miss Universo por atentar contra la moral. O las azafatas de Turkish Airways, que ya no podrán pintarse ni los labios ni las uñas de rojo. Ese miedo a colorear la feminidad y amordazarla en el espacio público, en nombre de la fe. Ese regenerado ímpetu fundamentalista que ha reducido las primaveras árabes a la noche de los tiempos. “En privado, son mujeres arrolladoras”, me asegura un diplomático veterano en la zona. Cómo no.

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