El asesino Breivik aparece orgulloso y sin remordimientos ante la Justicia

Tras saludar brazo en alto, el ultraderechista se declaró «comandante militar» y afirmó que cometió la matanza «en defensa propia»

ABC, ANA MARTÍNEZ, 17-04-2012

Los cerca de nueve meses que ha pasado en prisión desde que en julio de 2011 asesinó a 77 personas no han alterado el despiadado carácter del ultraderechista noruego Anders Behring Breivik. Sin el menor remordimiento de conciencia, desafiante, orgulloso y sonriente. Así se mostró ayer el asesino confeso, que se enfrenta a una acusación por terrorismo y crímenes contra la Humanidad, ante el tribunal que lo juzgará durante las próximas diez semanas.

Escoltado por dos policías, saludó a la sala con el brazo extendido a lo fascista cuando le quitaron las esposas y estrechó la mano de los psiquiatras que le han examinado durante estos meses. Aunque está previsto que comience a declarar hoy, Breivik ya reveló ayer la línea que va a seguir durante las próximas semanas: «Reconozco los hechos, pero no la culpabilidad. Actué en defensa propia». Alegando que él es un «comandante militar» y que no debería ser juzgado por una corte penal, insistió: «No reconozco a los tribunales noruegos porque han recibido su mandato de los partidos políticos que apoyan el multiculturalismo».

El proceso está dirigido por la magistrada Wenche Elizabeth Arntzen, a quien Breivik ha deslegitimado por ser amiga de Hanne Harlem, hermana de la ex primera ministra laborista Gro Harlem Brundtland, a quien quiso asesinar en la matanza de la isla de Utoya.

Supervivientes de la masacre, familiares de las víctimas y periodistas componían ayer el público de la sala que asistía en silencio a la lectura de la acusación. «Cuando Breivik escuchó los escalofriantes detalles de los asesinatos, bien podría haber sido una receta de cocina lo que el tribunal estaba leyendo. No mostró ningún signo de estar afectado», explicó al diario noruego «Dagbladet» Kjell Fredrik Lie, padre de una adolescente que falleció en Utoya.

Breivik lloró al contemplar la película de propaganda xenófoba que él mismo filmó. Pero ni se inmutó al escuchar la voz grabada de una adolescente aterrorizada que llamó a la Policía desde un baño de la isla de Utoya durante la matanza. El susurro apenas audible de la joven devolvió a la sala el recuerdo vívido de aquel día de terror. Breivik escuchaba, pensativo, y miraba al frente. Ni una lágrima.

Para Breivik, el proceso «ofrece una oportunidad única de explicar el manifiesto» (su «ideario» ultra y racista). Él mismo llegó a afirmar que «el juicio va a parecer un circo». Eso es precisamente lo que teme la sociedad noruega. «Es un triste efecto secundario que el juicio le proporcione un micrófono para proclamar sus ideas. Esto va a recordar a las víctimas el dolor que sufrieron», lamenta el director del Centro para Crisis Psicológicas, Atle Dyregrov. De hecho, psicólogos noruegos han aconsejado a supervivientes de la matanza y a familiares de las víctimas que se mantengan alejados de los medios de comunicación. «Hay muchos que incluso se han ido del país para evitar el sufrimiento que va a traer consigo el bombardeo informativo», explica Katrine Barslev, corresponsal en Oslo del diario danés «Kristeligt Dagblad».

El abogado defensor de Breivik, Geir Lippestad, ya adelantó que el ultraderechista noruego no solo planea explicar sus actos. «También va a lamentar no haber llegado más lejos», señaló, y advirtió a los noruegos de que se preparen ante lo que será un testimonio «duro».

De momento, el proceso se centra en una única pregunta: ¿estaba loco Breivik cuando cometió la matanza o era plenamente consciente de lo que hacía? Los dos informes psiquiátricos realizados por distintos expertos se contradicen. Pero, aunque su palabra será vital a la hora de tomar una decisión, será el tribunal el que decrete, una vez revisadas todas las pruebas, si Anders Behring Breivik estaba o no en sus cabales el pasado 22 de julio. Precisamente de eso dependerá que sea enviado a prisión o a un centro psiquiátrico. Si finalmente se determina que el acusado es penalmente responsable, Breivik se enfrentará a una pena de 21 años de prisión —que podría prolongarse cinco años más si se le considerase un peligro público—, el máximo previsto por actos de terrorismo.

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