Seyni vuelve a sonreir

el senegalés Seyni Niang ha dejado de ser un indigente para encarar un futuro prometedor gracias a su nuevo trabajo en Zarautz

Diario de noticias de Gipuzkoa, JORGE NAPAL, 04-03-2012

HACE dos semanas decía Seyni Niang que las cosas cambiarían. En sus espaldas soportaba toneladas de frustración, y también había probado los sinsabores de la vida callejera, pero el presentimiento estaba ahí. Algo, alguien, le decía a este senegalés de 29 años que había que seguir adelante, plantándole cara a la vida. En realidad, siempre lo ha hecho. El muchacho acostumbra a ver en los momentos críticos una oportunidad, y los momentos críticos han sido demasiados.

Algunos amigos quedaron por el camino. Atrás queda también su durísima experiencia a bordo de una patera que arribó a las costas de Tenerife hace cinco años. Una semana de navegación, por llamarla de alguna manera, en la que apenas conciliaba el sueño, donde uno solo veía “cielo y mar” y, de cuando en cuando, los restos humanos – “ahora una pierna, ahora una cabeza…” – de compatriotas cuyos sueños naufragaron.

Tres recuerdos de aquella travesía: “El miedo, el arroz y las pastillas para no vomitar”. Seyni parece ensimismado al recordar todo aquello.

Rescata de un modo especial la imagen de un amigo de su hermano, que también navegaba junto a él en aquella patera cargada de terror y esperanza. “Vomitabas, y si nadie te atendía, te dejabas morir en cuestión de minutos. Por eso me preocupaba tanto por él”, confiesa el chaval. Gracias a Dios, todos llegaron vivos.

Una vez que tocó tierra, encontró trabajo, pero con el tiempo su mundo se vino abajo. Nuevamente, una situación crítica de la que había que aprender. Primero fue la falta de escrúpulos de un jefe que le abandonó a su suerte. Y el estoque definitivo vino poco después, con una crisis económica que sigue desbaratando sin ninguna compasión tantos proyectos de vida.

Él seguía erre que erre. No sabía cuándo, pero su vida cambiaría, convencido, eso sí, de que la suerte nunca viene sola y hay que trabajarla. Por eso, durante el larguísimo año de desempleo que le ha empujado al pozo sin fondo de la indigencia, este joven de Dakar, nacido en 1983, no ha dejado de enviar curriculums por toda Gipuzkoa, siempre a la espera de una oportunidad, intentando orillar tanto sufrimiento y, todo sea dicho de paso, utilizando medias verdades con su padre, octogenario y enfermo. “Todo va bien”, le decía sin ninguna convicción cuando hablaban por teléfono. Su padre, que conoce como nadie el carácter introvertido de su hijo, colgaba el teléfono en Senegal y rezaba por él, imaginando a su chaval en aquel mundo lejano y sin trabajo. Sabía que no estaba pasándolo bien. Parecía separarles un océano de frustración.

“Me avergüenza llamar a mi familia”. Fue el titular con el que este periódico recogió su testimonio hace dos semanas. El chaval caminaba apático, un tanto tristón aquella mañana de lunes. Durante la charla, el muchacho extendía constantemente al aire sus manos, fuertes y dispuestas al trabajo. Pedía una oportunidad, nuevamente, convencido de que tarde o temprano el destino le depararía “cosas buenas”. “Algún día cambiará mi suerte. ¿Sabes por qué lo creo? Porque no soy una persona mala”. Era la firme convicción de este musulmán practicante. Aquellas palabras tenían lugar en una mañana más de tantas para este mecánico de profesión abocado a vivir de la caridad en Hotzaldi, el piso del frío que tiene Cáritas en Donostia para personas sin hogar.

uN GIRO DEL DESTINO

Alguien llama a la puerta

Sin ser consciente de ello, algo empezó a cambiar en su vida aquella mañana. Al día siguiente de hacer pública en este periódico su dura experiencia vital, sonó el teléfono. Una socia del Club de Remo de Zarautz estaba al otro lado del hilo. La mujer se interesó por el chaval. El club tiene una tienda de productos de segunda mano, donde se venden a precios rebajadísimos libros, bicicletas, armarios y un sinfín de artículos usados. La tienda abre los domingos, y la respuesta del público suele ser muy buena. Pero el negocio necesitaba de alguien que le diera un arreón, reparando bicicletas y alguna que otra furgoneta averiada. Una actividad que venía a Seyni como anillo al dedo.

Y así, la vida del chaval ha cambiado más de lo que jamás imaginó. Dos semanas después, el joven nos recibe en el mismo taller de reparación. Parece otro. Hay un brillo renovado en su mirada. “Estoy muy contento. ¡Lo que cambia la vida! Siempre he dicho que del sufrimiento también se aprende, que había que esperar a que llegaran tiempos mejores”, dice Seyni con una llave inglesa en la mano.

Emociona verle al joven, pertrechado con una cazadora del Club de Remo, como un zarauztarra más. Emociona porque este mismo chaval dejaba pasar la vida hace unos días, leyendo un libro en un banco del barrio donostiarra de Gros, con mucha soledad, cruzando los dedos, siempre cruzando los dedos a la espera de un golpe de suerte.

No es extraño por ello que viva estos días en una nube. Valora sobremanera residir en el mismo municipio de Zarautz, nada que ver con aquel páramo desangelado de Zaragoza, a más de 30 kilómetros de la capital, donde trabajó la última vez, durmiendo en una caravana, siempre vigilante. “Aquí todo es diferente. Gracias a Dios cuento ahora con un alojamiento y una familia que se está portando muy bien conmigo”, agradece el chico, que sigue enviando curriculum para encontrar un trabajo como mecánico, una actividad más ajustada a su perfil profesional. La gente que le rodea no deja de prestarle ayuda, y ya han visitado varios establecimientos para ofrecer los servicios del senegalés.

sus orígenes

No olvidar el sufrimiento

El sendero parece allanarse en la vida de Seyni pero, aferrado a sus profundas convicciones religiosas, no olvida ni su origen ni las personas que siguen sufriendo. “Rezo todos los días por los niños que, casi antes de empezar a vivir, ya han muerto por las guerras. También me acuerdo de los compañeros que he dejado en Hotzaldi, que tendrán que salir del centro a finales de este mes, cuando se cierre el servicio. Rezo por todos ellos, y pido que tengan suerte”.

Seiny ha podido decirle a su padre por fin cómo le va en la vida. Apenas fue una conversación de un par de minutos. El padre, emocionado, se puso a llorar. “¡Ha flipado!”, exclama el joven, con un castellano renqueante que depura estos días gracias a unos ejercicios que le han facilitado. El joven, que lee con asiduidad, tiene en su mesilla un libro sobre la trayectoria política de Obama, así como el Corán, que nunca falla.

De sus lecturas ha nacido una profunda convicción sobre el mundo que le rodea. “El mundo”, dice con las manos en círculo, “está lleno de caminos. Hay muchos caminos, pero siempre hay que guiarse por el que te indica la gente buena. Ése es el que hay que tomar”. Junto a la cama donde duerme ahora hay cuadernos y notas tomadas a bolígrafo. Además de sus reflexiones filosóficas y de su visión de la vida, el senegalés también deja impreso sobre el papel sus planes de futuro. “Mi proyecto es volver a Senegal y montar mi propio negocio, vendiendo piezas de camiones para el desguace”. Está convencido de que tarde o temprano lo conseguirá. No tiene más que mirarse para comprobar que la fuerza reside en uno mismo. “No hay secretos, el secreto está en trabajar”, defiende. El deseo del joven es que su experiencia se eleve como un canto de esperanza para tantos otros. Así se lo dijo, al menos, a sus compañeros de Hotzaldi, cuando se despidió hace unos días. “Tenéis que creer en tomar el camino bueno. Aprended de la situación que estáis viviendo ahora. Aprended de ella, aunque lo paséis mal, aprended porque tarde o temprano saldréis de ahí”.

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