El milagro de Sansomendi

El Correo, NEREA P. DE NANCLARES, 04-03-2012

Ignacio Jiménez no conoce cómo se gestó el radical viraje del aulario de Secundaria de Miguel de Unamuno en Sansomendi. Él solo sabe que en segundo de la ESO «hacía hojas e iba a talleres». Que en su rutina educativa imperaba el futuro lejano: «ya lo haré» o «ya estudiaré más tarde». Y que los resultados poco le importaban, con tal de aprender un oficio. Pero en tercer curso (2008 – 09) todo cambió. Se encontró con que tenía libros de texto, un nivel de exigencia mayor, había clases en las que participaban familiares, entre los compañeros se explicaban los ejercicios, se comparaban las notas, se picaban y, de cara al futuro inmediato, ya pensaba en sacar mejor calificación que el de al lado. La transformación por la que habían luchado los profesores empezaba a dar sus frutos.

Ignacio – o Manolo, como le llaman en su entorno familiar, «porque los gitanos tenemos un alias, y éste me lo puso mi abuela», explica orgulloso – logró el graduado. Igual que la gran mayoría de su clase. Ahora estudia segundo de Bachillerato en Diocesanas, se le revelan las asignaturas de Letras y desentraña con facilidad las incógnitas que le plantean las Ciencias. Igual que le ocurría en el ‘Unamuno de Sansomendi’, «el nombre con que todos se referían a este centro, para diferenciarlo del ‘Unamuno de Txagorritxu’. Al nuestro le llamaban el ‘colegio de los tontos’», define sin ambages.

Aquél aulario de Miguel de Unamuno se había convertido en destino habitual de alumnos de compensatoria. Es decir, aquellos que, por deseo propio o dificultades de la vida, habían tirado la toalla pero todavía estaban en edad de cursar enseñanza obligatoria. Estos estudiantes procedentes de todo Vitoria compartían pupitre con otros chavales del barrio sin gran ambición académica. Muchos de ellos, de etnia gitana. Los niños de la zona con expectativas huían a otros centros. Las cifras de fracaso escolar llegaron a ser desbordantes. «Los alumnos no conseguían sacar el graduado escolar», sentencia María Librada, la directora del actual IPI Sansomendi, resultado de la unión en 2010 de los centros públicos Manuel de Falla (Infantil), Antonio Fornies (Primaria) y el aulario de Miguel de Unamuno (Secundaria).

Con miras a Europa

Entonces, el claustro de profesores decidió con firmeza poner fin a este desolador panorama académico. «Algo no se estaba haciendo bien», reconoce Eva Sancho, jefa de estudios de Secundaria del único centro integrado de la red pública, desde 2010. Miraron hacia Europa. La UE acababa de aprobar la «investigación más potente a nivel de Educación, denominada Includ – ed», evoca Miguel Loza, asesor de Comunidades de Aprendizaje. Y así, el aulario de Miguel de Unamuno empezó a aplicar innovadores métodos encaminados a truncar los decepcionantes resultados de sus alumnos.

Los docentes se sumergieron en el mundo de las comunidades de aprendizaje, un proyecto que apuesta por abrir la escuela a todo su entorno, desde familiares y agentes sociales hasta asociaciones del barrio y personal no docente del colegio. Se hizo habitual ver a un padre, un docente jubilado o un educador de calle en una clase. «Su objetivo no es enseñar, para eso está el profesor, sino hacer que todos participen y que todos se enteren», explica Miren Fernández, la orientadora del IPI Sansomendi. Además, se empezaron a organizar tertulias literarias «donde cada participante, independientemente de su nivel, aporta cosas. Entre todos eligen un libro clásico, acuerdan qué capítulos van a leer y luego los comentan», añade Ana María Tomé, jefe de estudios de Infantil y Primaria.

Además, en colaboración con la escuela de Educación Permanente de Adultos de Sansomendi, se dan clases de formación a los padres, «pero de lo que ellos están interesados», apostilla la directora. Aprenden en las mismas aulas que sus hijos informática, cerámica, castellano para extranjeros o asignaturas que les permitirán obtener el graduado escolar.

Y así este centro ha conocido entre sus paredes las conclusiones del proyecto europeo Includ – ed. «Esa investigación dice que cuando se forma a las familias y éstas participan en la vida escolar de sus hijos, el rendimiento de los alumnos aumenta. Los resultados que ha obtenido el IPI Sansomendi eran impensables cuando empezaron», sentencia Miguel Loza.

Colegio de barrio

Ahora, del antiguo aulario de Miguel de Unamuno salen alumnos que saltan al Bachillerato y ciclos formativos, tanto medios como superiores. «Ya somos un colegio de barrio, con alumnado heterogéneo y, sobre todo, con expectativas de futuro», asegura María Librada. Y no lo dice ella sola. Los niños también quieren dejarlo bien claro con los carteles que han colgado de cara a la calle: «Ikasten ari gara (Estamos estudiando)», rezan.

De ello no le queda la menor duda al presidente de la asociación de padres del centro, Darío Alejandro Oviedo, que se encarga de transmitir estos avances a las asociaciones y colectivos del barrio. «Todavía hay mucha gente que nos ve como lo que fuimos, y no como lo que somos», defiende este argentino que, junto a otro grupo de padres, crearon en julio de 2010 la AMPA de Sansomendi. Con ellos, llegaron las extraescolares y «una estrecha relación con los docentes. Es que es fundamental caminar de la mano», defiende. Y los resultados lo demuestran.

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