Polémica / Sexo a 25 euros

La prostitución sigue a pie de calle pese al frío y la presión policial

Víctimas de los proxenetas trabajan Marconi, Casa de Campo, Montera, Desengaño...

El Mundo, PABLO HERRAIZ , 14-02-2012

En el polígono Marconi siempre parece verano. O al menos desde el coche, cuando se ve a las chicas casi sin ropa en medio de la calle. Pasan las horas entre las naves industriales de Villaverde y al pisar la acera ya se nota que el termómetro no levanta cabeza.

Con la minifalda subida hasta la cintura, una de las prostitutas se hace la despistada apoyada en el capó de un coche, como si buscara algo en el bolso mientras ofrece el culo al público. Y los conductores que pasan a su lado una y otra vez la buscan a ella. Uno parará cada pocos minutos para conseguir un rato de carne joven a 25 euros.

Ésta es una imagen cualquiera de un día cualquiera en Marconi, aunque realmente es de ayer, porque esto no ha cambiado en años, pase lo que pase. Antaño éste era el reino de Dorel Inocentiu, que de inocente nada, mano derecha de ese capo rumano conocido como Cabeza de Cerdo que la semana pasada juraba ante Dios y ante los jueces que jamás ha obligado a una chica a prostituirse.

Pero el mercado de sexo de Marconi es ahora el más claro ejemplo de lo que consiguió Cabeza de Cerdo, del porqué de su éxito. Trajo a chicas de apenas 20 años a España, sin una palabra de español en su cabeza, y las plantó a hacer a la calle al mismo precio que las desvencijadas mujeres de la calles del centro de la ciudad.

Y revolucionó el negocio, para ruina de aquellas sesentonas que siguieron malviviendo gracias a clientes fijos, que les agradecen un poco de cariño además de sexo en bruto. Pero si las clásicas lo hacían sobre todo por necesidad, las jóvenes y nuevas lo hacen por narices, porque la paliza que se llevan si no logran llevar la cuota establecida es monumental.

Muchas veces se ha abordado el tema de la prostitución desde las asociaciones e instituciones varias. La última, ayer en la Delegación del Gobierno: la delegada, Cristina Cifuentes, recibió a la asociación APRAMP y prometió más presencia policial en las calles. La penúltima vez, hace poco en boca de la alcaldesa, Ana Botella, que dijo que la clave para acabar con el lenocinio consistía en «cambiar la mentalidad del cliente».

Pero clientes siguen sin faltar. La calle Montera, lejos del ex reino de Dorel (y ya con nuevo amo, eso sí) hervía de jóvenes rumanas y suramericanas al caer el sol. Parece que no sobrepasan las 19 primaveras, pero algunos comerciantes que las conocen desde hace tiempo dicen que ya han cumplido los veintitantos. Da igual, su presente es la calle, a 25 euros media hora de sexo completo. Más la habitación, claro, en alguna pensión cercana.

Travestis y no tan travestis se contonean en las calles Desengaño y Fortuny, y así mantienen la cuota de un mercado que nunca está tan a la baja como el Ibex 35.

En barrios periféricos ya hay que tener contactos o vivir allí para saber dónde hay prostitución callejera. Pero desconocerla no significa que no exista: «Mira, la de la parada de autobús es una», contaba un policía municipal en el barrio de Aluche. Ella era una mujer gruesa, dominicana posiblemente, sentada en una parada de la EMT a la que no iba a llegar un autobús en muchas horas. Y como ella, en cada barrio, pero es cuestión de conocerlas, ya decimos.

La Casa de Campo es lo que sin cambiar, ya ha cambiado hace mucho. Sigue albergando chicas, como desde tiempos inmemoriales, pero ayer mismo apenas serían 10. Las africanas predominan en estas cunetas que ya no presencian los absurdos atascos que había hace años a las tantas de la noche. Pero a las que quedan, no les queda otra más que enseñarlo todo de cintura para abajo, aunque estemos bajo cero. Y la presencia policial sólo nos recuerda que no se puede hacer nada con esto si no se regula antes. Y que las únicas medidas que se tomaron hace años en Marconi (cortar el tráfico con coches patrulla) se han revelado como poco efectivas, porque el delincuente, y valga esto para el proxeneta, siempre va un paso por delante.

Muchos se preguntarán si todas estas mujeres pasan frío obligadas, si echando números no será que prefieren estar allí antes que trabajar de otra cosa. Pero la respuesta que siempre vuelve es la de Ana, una chica que en realidad no se llamaba así, pero que una vez resumió su historia de esta manera: «Me trajeron de República Checa para trabajar de camarera. Vinieron a buscarme al aeropuerto y me quitaron el pasaporte. Me dieron una paliza y me dejaron en una cuneta de una carretera secundaria. Durante más de un año tuve que prostituirme. Si preguntas a cualquier chica, te dirá que está ahí porque quiere, pero es por miedo. ¿Es que alguien querría estar allí por placer, pasando frío, enfermedades, teniendo sexo con desconocidos que te humillan?». Una vez fuera de ese mundo, Ana todavía no sabía dónde ejerció.

No conocía España, y sus captores nunca le dijeron dónde estaba. Tardó un año en denunciar porque otras prostitutas hacían de espías para los chulos; la convencieron de que la Policía era corrupta y le contaría a sus amos cualquier queja que llegara de ella. Le pudo el miedo. Su rescate fue un cliente que se enamoró de ella.

Muchas veces ése es el final de un cuento que empieza como una novela negra o de terror y acaba casi en una de amor. Quisiera parecer que esas chicas de las cunetas esperan a su príncipe azul, pero de momento sólo las van a recoger sus chulos.

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