Tribuna Abierta

La representación de una tragedia

Deia, * Historiador e investigador del IEP-FV, 27-11-2011

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eL impacto de la muerte violenta de Kepa Mailea y las graves heridas producidas a otras personas en el acto criminal en Santutxu fue brutal. “Bizitzak heriotza du zor/la vida está en deuda con la muerte”, reza un refrán en euskera. Y así es, un hilo muy fino pende entre la vida y la muerte. Toda muerte inesperada es dolorosa, pero la muerte provocada es la que te deja sin palabras, sin explicación alguna. “A cualquiera pudo haberle tocado”, nos decía la cuñada de Kepa Mailea en el tanatorio donde fuimos a despedirle. ¿Por qué a él? No hay explicación. Un hombre de diálogo, educador comprometido con su pueblo, con la cultura, con el euskera. Un hombre entregado, maestro afable y querido por sus alumnos y por quienes le conocieron en sus múltiples facetas.


Estoy seguro de que Kepa quiso ejercer de mediador ante la locura asesina de Bijan, quiso interceder con la palabra, con el afecto. Pero la locura no entiende de palabras, no entiende de mediaciones, su punto de mira es provocar y hacer el mayor daño posible, enfrentándose a quien se opusiera en su objetivo criminal. La muerte no repara en las bondades de la vida y en el buen hacer de quien intermedia. La muerte no repara en quien busca un diálogo desde el puro raciocinio. La vena asesina mata porque de algo se quiere librar. Resentimiento, rabia, odio, venganza… Son tantas las sinrazones, pero el hecho es que el instinto asesino se despertó en alguien que aparentemente era normal: callado, reservado y sin ningún atisbo de instinto de asesino.


Conocí a Kepa. Vivía y sentía la cultura vasca y acudía a muchos de los actos culturales. Kepa impulsaba y participaba activamente en muchos de ellos. Acudió al concierto de la presentación de mi último trabajo musical en el Teatro Campos, justo un mes antes de que le asesinaran. Una auténtica pena que una locura inexplicable haya quebrado una vida tan viva y tan activa, tan solidaria y comprometida. Y conocí a Bijan Alizadeh, el iraní que mató ese día a Kepa. Recuerdo a un hombre vergonzoso, solitario, prudente y aparentemente sereno con cara y actitud bondadosa, dispuesto a participar amablemente con todos. Nunca despertó ninguna sospecha ni en mí, ni en todos aquellos que estuvimos días ensayando y representando la vida del Padre Arrupe.


Siempre es difícil evaluar el comportamiento de alguien que no conoces a fondo, por eso digo que tan solo le conozco de los múltiples ensayos y las dos representaciones (Palacio Euskalduna y Loyola) en que participó, haciendo de actor – figurante jesuita. Se prestó a llevar el hábito y a organizar los preparativos del evento teatral sobre quien fue proclamado general de los Jesuitas, el bilbaino Padre Arrupe. El padre Arrupe que entre sus múltiples virtudes creó los JRS (Servicio Refugiado Jesuitas).


Es allí donde le conocí y donde el recién llegado a Bilbao Bijan Alizadeh se prestó gratamente a participar en el musical en honor al Padre Arrupe. Bijan hoy es un asesino y también una víctima. Ha destrozado una vida, ha dañado varias vidas y ha truncado la suya propia. ¿Por qué? Supongo que su comportamiento asesino entrará dentro del estudio psiquiátrico de la patología esquizoide. Bijan estuvo un tiempo en la Facultad de Bellas Artes de Bilbao, artista, así se le definió en la prensa.


Me topé en la entrada del tanatorio con el escultor José Ángel Lasa, quien fue profesor de Bijan. Me comentó que era un chico ensimismado aunque enrabietado con un mundo que pudo parecerle hostil y que quizás desde su punto de vista tildaba de racista. El sociólogo Víctor Urrutia departía también con nosotros y nadie pudo sacar alguna conclusión de la posible causa de la tragedia. La crisis económica actual puede derivar en serios problemas sociales, pero el instinto asesino es una causa psicopatológica que se escapa de toda fenomenología social. Es algo inconcebible que tiene que ver más con la psique humana.


No son las impresiones o los pareceres los que definen radicalmente al género humano, sino son los hechos lo que le prueban, y en este caso parece que estamos ante un hombre fantasma, de mente enferma en la que, al parecer, la sociedad, toda sociedad, se viste de enemiga. Sale a combatirla, a matar desde la rabia incontenida, desde el odio feroz, sale en busca de muerte. Tristemente, demasiadas veces la realidad supera a la ficción. Bijan ha representado esta vez a un fantasma atrapado en su actitud asesina que distorsiona la realidad saliendo a degollar con un cuchillo de grandes dimensiones a quien encontrara en su camino.


La tragedia se consuma en la representación más rabiosa, vengativa y luctuosa que uno pudiera imaginar. El teatro de la vida se consume en tragedia mefistofélica. ¿Por qué? Es algo que jamás sabremos. Ni qué desencanto en su vida pudo llevarle a ello. ¿Por qué ese ensañamiento con la gente indefensa? Lo que sí sabemos es que los hechos y la desgracia, en este caso real, como la vida misma que invita a la muerte y cuya representación ha sido salvaje e irracional nos lleva al abismo. El asesino y la víctima Bijan han representado un personaje real atrapado en una mente enferma donde la muerte acaba con la vida, en un hecho inhumano de degradación moral inexplicable.


Este desenlace no ha sido un simulacro, sino la propia vida que nos muestra su lado oscuro en su representación más dramática. Un hecho cruel que daña toda conciencia humana. Y ahora, desde nuestra conciencia, llevaremos en nuestra memoria a Kepa. Y Bijan se habrá de topar con su demonio como alma en pena y luchar contra su propio enemigo el resto de su vida. En su agrio camino habrá de encontrar su propia transformación. Quienes les conocimos sentimos desconsuelo. ¡Qué pena!

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