1898

Desmontando una patraña

Deia, Unai Larrea, 21-11-2011

E l Athletic ganó en el Sánchez Pizjuán 18 años después, y lo hizo jugando al fútbol como hacía tiempo (tanto o más) que no lo hacía, llevando hasta las últimas consecuencias la intrépida propuesta de Marcelo Bielsa, impartiendo una lección de fútbol de ataque y presión, defendiendo con el balón cosido a los pies, atacando con seis hombres por delante del balón en tiempo de prolongación, perdiendo tiempo con un rondo en campo contrario, buscando el 1 – 3 en lugar de defender panza arriba el 1 – 2, decretando el estado de ilusión en Bilbao y Bizkaia, arruinando los negros augurios y desmontando las falsas profecías de los apocalípticos, acostándose en puestos europeos cuando hace mes y medio los nostálgicos le auguraban el más horroroso de los futuros, evidenciando por enésima vez que otro Athletic era y es posible, estirando a once su fabulosa racha de partidos invicto tanto en competición europea como doméstica, agotando los calificativos de incrédulos y atónitos comentaristas radiofónicos y televisivos al sur del Ebro que se pensaban que el heroico partido ante el Barcelona había sido más producto de la sobreexcitación, de la testosterona y de la tromba de agua que de la nueva realidad del conjunto vasco, tantas veces asociado a falsos estereotipos y a absurdos sambenitos…

Aun siendo maravilloso, todo lo que hizo ayer el Athletic (su himno al fútbol de siempre, la ilusión que insufló a su parroquia, la nueva perspectiva que proporcionó a su futuro) no dejan de ser cuestiones accesorias, aspectos secundarios, realidades coyunturales y, por tanto, pasajeras. Lo que realmente trascenderá, lo que en verdad confiere una dimensión histórica al choque de ayer, es el debut oficial de Jonás Ramalho, un chico de raza negra. La relevancia del asunto no tiene que ver con el color de su piel (eso sí que es trivial, eso sí que carece de importancia): lo importante es que desmonta, de una vez y para siempre, una de esas falacias que, una encima de otra, conforman esa capa racista, ese barniz xenófobo y excluyente con que algunos malintencionados y no pocos ignorantes tratan de presentar al Athletic. Nadie, nunca, jamás, en ningún lugar, proclamó, insinuó o escribió que un negro no pudiese jugar en el Athletic, pero ha sido necesario ver para creer (o sea, que jugara Ramalho) para que esa patraña cayera por su propio peso.

El de la discriminación por motivo de raza es uno de esos infundios que, sin que se sepa muy bien por qué, aún acompañan al Athletic en su orgulloso caminar. El más irritante, aún en vigor, es ese otro que presenta la filosofía del club bilbaino como la negación del otro, la exclusión del diferente, la renuncia a la modernidad y el confinamiento en el caserío, cuando es precisamente todo lo contrario. Si el Athletic es algo es la afirmación de lo propio. ¿Acaso las selecciones nacionales no se nutren en exclusiva de deportistas nacidos en el interior de las fronteras de su Estado – nación (con el refuerzo de tipos nacionalizados tras procesos interesados y espurios)? ¿Es entonces racista y xenófobo que Eto’o no pueda jugar con España? ¿Supone esto la negación del otro? No, ¿verdad?

Nada hay en el fútbol actual más romántico, afirmativo y constructivo que el espíritu del Athletic, su forma de presentarse ante la modernidad, el modo en que conecta con la historia y la identidad de su pueblo. Jonás Ramalho, hijo de angoleño y vizcaina, no es sino una sana y estupenda realidad de la nueva Euskadi. Y el Athletic la hace suya con toda naturalidad, con normalidad plena, sin tener que derogar estatutos inexistentes y sin que nadie deba rasgarse ni el kaiku ni las vestiduras.

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