Los grupos

Bijan, el pintor inadaptado

El joven iraní que ayer sembró el terror en Santutxu es un artista de familia pudiente que vive en Cruces

Pulcro, orgulloso de ser persa y con cambios de humor, se sentía aislado por ser extranjero

Deia, Haizea Amezaga, 15-11-2011

CON fachada elegante, de pocas palabras y dedicado a su arte", así describían varias personas a DEIA a Bijan A., el joven iraní que protagonizó ayer el trágico suceso en Santutxu. En la fotografía que le hacen quienes le conocían destacan su buena presencia, su físico delgado – de unos 170 centímetros de altura – , su pelo rizado y su pulcritud. Siempre iba muy limpio pese a ser pintor, artista, y andar todo el día entre pintura. Por todo eso no llamaba la atención en Cruces, el barrio de Barakaldo en el que compartía piso con otro hombre, en un bloque pegado al que residía su hermano. “No llamaba la atención. Vestía muy normal, con vaqueros y camisas o jerséis de colores verde o tierra. Nunca con tonos llamativos”, ilustran fuentes consultadas y que, atenazadas por una mezcla de sorpresa y miedo, prefieren guardar el anonimato tras lo sucedido ayer.

Bijan llegó a Bizkaia hace unos dos o tres años para visitar a su hermano, quien había llegado un año antes y ya estaba establecido. Concretamente, aterrizó en Bilbao durante las fiestas de Aste Nagusia. A la vista de tan alegre convivencia, decidió hacer una escala en la capital vizcaina antes de continuar viaje a EE.UU., donde preveía su vida y su desarrollo artístico en un futuro próximo. La importante comunidad iraní que existe allí era uno de los argumentos que más le motivaba para cruzar el charco. “Tenía muy idealizado el concepto de país de América”, resaltan las mismas fuentes.

Orgulloso de su origen Uno de sus principales motivos de orgullo, cuentan, era su origen. “Yo no soy árabe, soy persa”, repetía a menudo, porque presentía que los bilbainos no entendían la diferencia. Bijan corregía una y otra vez a quien confundía ese concepto tan básico para él. “Aquí la gente es muy racista”, era otra de sus quejas sobre los vascos, según le escucharon decir más de una vez quienes le trataron.

Según una de estas personas, el hombre, que manejaba un amplio vocabulario en castellano y podía expresarse perfectamente en esta lengua, acusaba de “mal educados” a los bilbainos, quienes se “portaban mal con él y lo despreciaban sin molestarse en conocerle”. También solía decir que los vascos tenían muchos “prejuicios” y se sentía aislado por ser extranjero. Comentaba que no quería buscar novia aquí; al parecer, las vascas no eran su estilo. Su ideal pasaba por una mujer de su misma nacionalidad.

Había contado que era del norte del país, que tenía una familia numerosa y que le gustaba viajar. También protestaba porque en los bares le tiraban bebida encima y le escupían, aunque sus interlocutores no solían hacer mucho caso de estas acusaciones. “Entendía el lenguaje pero no las bromas, y eso a veces también le ponía de mal humor”.

Bijan no encajaba en el estereotipo de inmigrante. No había venido a trabajar ni necesitaba dinero. “Por lo que sabemos, su familia no era pobre sino pudiente. Está relacionada con los medios de comunicación. A él no le hacía falta trabajar”, explican. Cuando abandonó su estudio en Bilbao La Vieja, allí quedó una cadena de música en la que solía compartir canciones de su país con los presentes. Su hermano, en cambio, sí que trabaja en un local de hostelería de Bilbao. Le definen como una persona muy integrada en la villa, muy cariñosa. “Es la otra cara de la moneda del hermano; son como el ying y el yang”, atestigua alguien que conoce a ambos.

Según explican los consultados, a veces parecía sufrir algún problema mental, aunque su hermano siempre estaba muy encima de él y preguntaba a quienes compartían ratos con él cómo le veían. “Parecía tranquilo, pero tenía algo que inquietaba, tal vez fuera su mirada”, coinciden las personas cuestionadas. “Decía que oía cosas y echaba la culpa a terceros de esas cosas que no había dicho nadie. Estabas con él en un sitio y te acusaba de haber dicho algo de él o de un familiar suyo y tú no habías abierto la boca. Entonces se enfadaba sin razón, no escuchaba. De repente desaparecía, era muy voluble”. Sus conocidos atribuían este tipo de comportamiento a su condición de artista.

Bijan desarrolló su actividad en un estudio en Bilbao La Vieja, aunque no se sentía muy identificado ni con la comunidad artística ni con la social. “Destacaba por ser muy buen pagador. Eso le facilitó mucho su entrada en ese local”, dice un vecino del edificio. Llegaba a su lugar de creación, donde encontraba todo ordenado, tal y como él lo dejaba el día anterior, se quitaba la chaqueta, se ponía el buzo, se cambiaba de calzado y se ponía manos a la obra; este era el ritual con el que el artista se sentaba a crear cada tarde. “Solamente comía sus cosas, desconfiaba de lo que le diéramos los demás”, recuerda asombrada por el suceso otra de las fuentes inquiridas por este periódico, quien confiesa haber pensado más de una vez que no estaba bien de la cabeza.

Bilbao Arte Bijan, recuerdan, participó en un taller de serigrafía de camisetas – muy elaboradas, por cierto – en Bilbao Arte. Describen su obra como “caótica y a la vez ordenada”. Sin técnica pero con dedicación y capital para materiales, el artista persa creaba cuadros de grandes dimensiones y colores intensos, a la vez que diseñaba sofisticados dibujos a mano que posteriormente perfeccionaba digitalmente. Bijan poseía un buen equipo informático aunque solía comentar que los ordenadores iraníes eran mejores que los que vendían en Bilbao. “Utilizaba acrílicos muy líquidos con los que trazaba líneas. Con paciencia esperaba que gotearan para rápidamente girar el cuadro y seguir esperando”, cuenta una persona que compartió con Bijan la pasión de la pintura. “Pasamos tardes interesantes hablando de historia del Oriente Próximo, comparábamos sociedades y culturas, me pareció un chico agradable y no recuerdo que fuera muy religioso”, añade otra.

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