Rugby de pies descalzos

El deporte de los blancos de Sudáfrica prolifera en los barrios de Johannesburgo

La Vanguardia, * XAVIER ALDEKOA Johannesburgo. Corresponsal, 31-10-2011

De treinta y uno, sólo a ocho no se les ven los dedos de los pies. Siyabonga no se fija en eso. Explica un ejercicio al grupo de niños y al acabar grita en zulú a los dos chavales más revoltosos que se esperen, que tiene un par de cosas que decirles. Al fondo, detrás de los techos de teja marrón de las casas nuevas, el sol centellea en la chapa de las chabolas de Alexandra, uno de las barriadas negras más conflictivas de Johannesburgo. Los niños se colocan en dos filas y empiezan a pasarse un balón ovalado. Rugby con pies descalzos. Históricamente considerado deporte de blancos en Sudáfrica, el rugby se empieza a hacer un hueco incluso en las peores barriadas negras del país. El Alexandra Rugby Club, el primer y único equipo del barrio, ilustra la creciente afición.

Siyabonga, jugador del primer equipo, hace también de entrenador de los pequeños. Le encantan los niños, aunque es un poco sargento de hierro. Y no va de farol: mientras los otros realizan el ejercicio, aparta a los dos granujas de antes, les ordena coger dos piedras del tamaño de un melón y los manda a correr con ellas con los brazos en alto.

Desde lo alto de una pequeña loma, Elias Mpengu observa la escena con una sonrisa paternal en los labios. Es el entrenador del primer equipo y hace funciones de presidente y director de comunicación. “Somos humildes, pero todos ponemos de nuestra parte para ayudar, nuestros niños se lo toman muy en serio, ¿eh?”, dice.

Hace diez años, un grupo de inmigrantes de la provincia sudafricana de Cabo del Este, donde el rugby y el boxeo comparten popularidad con el fútbol entre los negros, llegaron a Johannesburgo para buscarse la vida. En la ciudad del oro hay trabajo, aunque sea poco y mal pagado. Y cuando el dinero flojea, una chabola en Alexandra, el barrio al que nadie quiere ir, es el único refugio asequible para los que vienen de lejos. Pero ellos tardaron poco en convertirla en hogar. “Echábamos de menos nuestra casa y en el 2005 formamos el Alexandra Rugby Club. Al principio los vecinos eran un poco escépticos, ahora somos cada vez más”, explica.

No sólo los pies descalzos de los niños avisan de bolsillos vacíos en el barrio. El equipo se entrena en un campo de fútbol y tiene sólo siete balones para 76 niños en total. El primer equipo ascendió hace dos años a la President League –equivalente a la Primera Nacional española– a pesar de las zancadillas de la escasez. Mpengu se lamenta como en broma: “Los equipos ricos tienen coches o autobuses para desplazarse, nosotros vamos en bakkie (furgoneta que en Sudáfrica se usa como taxi informal) y viajamos hasta 30 jugadores en una furgoneta de 16 plazas”.

Songeze Khala, uno de los alas del primer equipo, interviene en la conversación para subrayar el éxito del equipo pese a jugar ante gradas vacías. “No tenemos campo propio y como locales jugamos en un estadio que nos prestan el día de partido. Nuestros vecinos no tienen dinero para pagar un taxi hasta allí y como el partido acaba tarde no podrían volver andando porque de noche esta zona es peligrosa”, dice.

Khala no se desespera. Ver las ganas de los chavales le ayuda a seguir. “Mira este”, dice mientras agarra del pellejo a Bandile, de nueve años y el benjamín del club. “Aquí tienes a un futuro Springbok. ¡Que los All Blacks se preparen!”, bromea.

Bandile esconde los ojos, tímido, bajo sus rastas. Le dio pena que la selección sudafricana no revalidara el título en el reciente Mundial que se llevó Nueva Zelanda, pero dice que otra vez será. A él, como a su hermano mayor, les encanta el rugby y no tiene miedo a las caídas o los empujones. “En el fútbol te pueden dar patadas que hacen daño”, argumenta. Su ilusión es a prueba de chantajes. “Mis amigos del colegio me dicen que es un deporte de blancos y que juegue a fútbol. Pero a mí me gusta. El rugby no es sólo de ellos. Es de los indios, los australianos, los negros…, de todo el mundo, ¿no?”.

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