Morir en los desiertos

La Verdad, ANTONIO ARCO, 13-10-2011

Un momento de la representación de ‘Amarillo’, el miércoles en el 42º Festival de Teatro de Molina. :: PEPE H.

Te sientes atrapado (pero hipnotizado, gustosamente), sin salida (aunque en ocasiones manteniendo una sonrisa amplia y alguna esperanza en el futuro), inquieto (incluso por momentos con ganas de bailar, y a veces de gritar ¡socorro!), perdido (entre las logradas imágenes de desolación lunar y camposanto que pueblan el escenario inundado de ausencias y dolores), y por momentos también con la carne de gallina (enjaulada) viendo, a ritmo de cocción lento, esta hermosa, árida, experimental y desconcertante propuesta escénica que es el proyecto de creación colectiva ‘Amarillo’; un proyecto llevado a cabo por el mexicano Teatro Línea de Sombra – qué bien que haya aterrizado con tan buen gusto escénico en el 42º Festival de Teatro de Molina – , dirigido por Jorge Vargas, en colaboración con Alicia Laguna y con el resto de intérpretes, que en conjunto realizan un buen y perdurable trabajo, si bien hay instantes en los que desearías inyectarles alguna eficaz dosis de energía en vena, con ración doble y estimulante para la tensión de picante y vitaminas.

‘Amarillo’ es una historia de sombras y recuerdos construida sobre la trágica existencia real de incontables emigrantes ‘sin papeles’ que partieron en busca de una vida mejor en EE UU, donde ni se les esperaba con globos a la hora de comer, ni eran bienvenidos a la celebración del Día de Acción de Gracias, con el dichoso pavo guisado incluido. Gentes – hoy ya solo son polvo – que finalmente perdieron la vida mientras escapaban, a escondidas, por los nada románticos desiertos fronterizos persiguiendo desesperadamente el Edén americano. Una historia contada – mediante las palabrasy también los silencios – a través de los resultados, estéticamente muy gratificantes, de un proceso de investigación que vincula con éxito teatro, artes plásticas, videoarte, exploración musical y sangrante denuncia periodística.

El espectáculo, una hermosa ruina construida de sueños rotos y seres amados que no regresarán nunca y permanecerán sin tumba, fluye como un río de arena que logra ir minando sin estridencias ni melodramatismo fácil nuestro estado de ánimo. La historia va de un emigrante – lo encarna Raúl Mendoza, que realiza un fatigoso trabajo físico en sus intentos inútiles por atravesar el imponente muro que preside la escena como un altar de sacrificios – que se dirige a Amarillo, en Texas. Un destino soñado, incierto, peligroso, un espejismo. La historia va de este emigrante y de todos los emigrantes que, a cambio de intentar hacer realidad su sueño de cruzar la frontera, se han quedado eternamente alimentando una tierra de nadie, un puro quejido.

‘Amarillo’ reconstruye para el espectador la experiencia del deseo de atravesar el desierto y acercarse a la frontera que da paso a una existencia menos desgraciada y más rica en oportunidades. Y te conduce por los laberintos del adiós a la familia y a la tierra de origen, de la deshidratación, el hambre, el agotamiento por la imposibilidad de dormir, el miedo, la amenaza, la humillación y el desconsuelo. Imágenes de vídeo proyectadas sobre el muro sin alma – ese tipo de muros despiadados en los que el grafitero Banksy suele estampar de incógnito su frívolo sello – , y una espléndida utilización artesanal de objetos con los que se logran poderosas imágenes y una atmósfera plástica de gran calado – pequeños bidones de agua, bolsas de arena colgadas que darán lugar finalmente a una asfixiante y triste lluvia polvorienta de anhelos y familias hechos trizas, linternas sabiamente utilizadas… – ayudan a seguir con atención el viaje escénico propuesto, que nos conduce tras los pasos (inútiles) y las huellas (conmovedoras) de los emigrantes devorados por la realidad, que infinitas veces no entiende ni de anhelos ni de justicia. La voz y los cánticos de Jesús Cuevas – rituales, desoladores, metalizados – ayudan a generar el clima oscuro de vigilia y peligro que lo cerca todo. Impresionante y lacerante la versión apocalíptica que hace de ‘Yo ya me voy a morir en los desiertos’.

¡Por favor, un tequila ya!

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