Condenados a ser nómadas

Las Provincias, LOURDES GÓMEZ |, 07-09-2011

Visitará Madonna el campamento de gitanos de Dale Farm? ¿Se desviará Brad Pitt hacia el polémico enclave en cuanto comience el rodaje de su última película en el mismo condado de Essex? ¿Protestará Angelina Jolie contra el desalojo forzado de las familias de ‘travellers’ (nómadas) irlandeses que llevan diez años residiendo sin los debidos permisos en el distrito de Basildon, al noreste de Londres?

En Dale Farm se da por descontada la visita de las tres superestrellas. No serían los primeros famosos en solidarizarse con la persistente campaña pública de una minoría étnica oficialmente reconocida en Reino Unido. La veterana actriz y activista Vanessa Redgrave acudió la semana pasada y degustó un cocido típico celta: jamón con berza y patatas. Monjes y obispos católicos han consagrado el recinto amenazado, donde figuras de la Virgen destacan entre las caravanas y rosarios con fotografías del Papa cuelgan del cuello de sus inquilinos.

La ONU ha denunciado que el desahucio colectivo «afectará desproporcionadamente a la vida» de más de 80 familias, «particularmente mujeres, niños y ancianos». El Consejo de Europa critica la «inmadura e insensata» acción de las autoridades locales e insta al Gobierno británico a negociar una solución consensuada. Pero el ayuntamiento aguanta la presión internacional y se resiste a dar marcha atrás. Lleva diez años de litigios y apelaciones en los tribunales, que ratificaron finalmente su decisión de recurrir a la fuerza para expulsar a los ‘travellers’. Los concejales calculan que 400 personas perderán su hogar cuando las excavadoras entren en Dale Farm a partir del próximo 19; los gitanos suben la cifra de damnificados a un millar, incluidos 200 críos. La prensa inglesa habla del mayor asentamiento gitano del continente.

Salvo un improbable acuerdo de última hora, el desalojo comenzará en dos semanas, en una operación metódica que costará a los vecinos de Basildon cerca de 10 millones de euros. La Policía de Essex calcula que su factura excederá los 12 millones. «Cuesta mucho dinero echarnos de aquí», exclama Daniel Sheridan en un cerrado acento irlandés.

En tierra propia

De 80 años y padre de siete hijos, Sheridan es uno de los patriarcas de un extenso clan de las localidades irlandesas de Limerick y Cork que emigró a Inglaterra hace cinco décadas. Se asentó en una sección de Dale Farm en 2001. Las familias compraron el terreno de un viejo cementerio de chatarra y lo transformaron en colonia residencial con muros de ladrillos dividiendo las distintas parcelas. «Somos una comunidad de 81 familias y más de mil personas. Nos ocupamos los unos de los otros y queremos permanecer juntos. No queremos pisos, solo un sitio donde fijar las caravanas», explica sentado al sol, luciendo un sombrero de paja que le ha traído su hija de Benidorm.

En su parcela hay tres roulottes y un par de construcciones metálicas con la lavadora, la secadora y la ducha. «Mi mujer murió aquí y la enterramos en Irlanda. Visitamos la tumba cada noviembre por Todos los Santos. Tengo problemas con la respiración y me cuidan mis hijas y nietas», dice. El ayuntamiento ha ofrecido asistencia a los enfermos que podrían sufrir complicaciones cuando se corte la electricidad. La operación incluye el desalojo de activistas alternativos que se han atrincherado en el campamento y la destrucción de todas las construcciones fijas, desde el asfalto de las sendas a varios chalés con fachada encalada y casas – móviles con la base cementada al suelo.

El terreno pertenece a los ‘travellers’ pero está calificado como zona no residencial. Gitanos ingleses viven en un complejo colindante que no se ve afectado por la orden de desahucio. «Venimos aquí desde hace 25 años. Viajábamos en verano y pasábamos el invierno en Dale Farm. Nadie nos molestaba. Pero, en cuanto compramos el terreno, el ayuntamiento se nos echó encima. Identificamos parcelas alternativas pero han rechazado todas las solicitudes de asentamiento. No quieren ‘travellers’ en su distrito. Son prejuicios contra la gente transeúnte», protesta Margaret, de herencia irlandesa y cuna inglesa.

El albañil Alan James dice no tener prejuicios contra los gitanos, pero tampoco los quiere de vecinos. Vive junto a la carretera que conduce a Dale Farm, una pista estrecha y apartada del pueblo de Crays Hill. «Son ruidosos, descorteses, sucios. Sus perros mataron mi rebaño de cabras enanas. Fui a pedir cuentas pero resultó inútil. El principal problema para mí es que su presencia devalúa el precio de las viviendas. Si fracasa la expulsión y decido vender mi casa, dudo de que pueda encontrar comprador», se queja.

La relación de James con los ‘travellers’ desvela cierta ironía. Adquirió su finca, con una superficie cercana a la hectárea, hace diez años: «Me lo pude permitir porque ya había 200 gitanos en Dale Farm – admite, en el único pub del pueblo – . Después quise habilitar la caseta de la piscina como vivienda para mis hijos, pero me denegaron el permiso porque es zona verde. ¿Por qué les permiten a ellos incumplir la ley durante tanto tiempo?».

El asentamiento gitano molesta a los pocos residentes de Crays Hill que se atreven a protestar en público. «No respetan la ley. Son demasiados para este pueblecito. La gente se siente intimidada y tiene miedo a posibles represalias. El ayuntamiento y la Policía están aterrorizados, pero ya es hora de que se pongan de nuestra parte», exige John Rodgers, un ingeniero forestal que lleva 35 años en la zona.

Mientras, en Dale Farm, Elvyn Culligan reivindica la cultura y herencia de los ‘travellers’. «La libertad es fundamental. El sentimiento de ser libre no lo cambio por nada. Tengo 28 años y he viajado por toda Europa, como antes lo hicieron mis antepasados». «Pero – advierte John Sheridan, de 31 años – nuestro estilo de vida se está acabando. Antes conseguíamos acampar en terreno municipal durante varias semanas, pero ahora la Policía tiene poder legal para expulsarnos en cuanto aparcamos las caravanas. Ya no podemos viajar y nos echan de nuestra propia tierra. Un asentamiento permanente garantiza acceso a la escuela, al médico, al correo y al trabajo. Yo no sé leer ni escribir, pero quiero que mi hijo vaya al colegio. Mis sobrinas son la primera generación escolarizada de la familia».

«No es justo que los niños crezcan como nosotros, sin educación – coincide Elvyn – . Queremos criarlos siguiendo nuestras tradiciones, viajando durante las vacaciones escolares para que descubran cómo era nuestra vida itinerante». Bridget, nieta del patriarca Sheridan, cursó primaria en la escuela de Crays Hill con el resto de los niños de Dale Farm. «Me encantaba. Todos mis amigos iban allí y nos lo pasábamos genial», dice sonriente. Ningún chaval del pueblo se incluye entre sus amistades, porque, según puntualiza el ingeniero Rodgers, «a esa escuela solo van los gitanos. Los padres no quieren que sus hijos se mezclen con ellos y optan por matricularlos en colegios de otras localidades». James, el albañil, habla aún más claro: «Somos dos mundos aparte».

Texto en la fuente original
(Puede haber caducado)