A la 'caza' del negro en Trípoli

El Mundo, ROSA MENESES Trípoli Enviada especial, 01-09-2011

Por un callejón de la medina (la ciudad vieja) cruza una pick-up llena de rebeldes y varios hombres de raza negra. Los revolucionarios gritan: «¡Alá Akbar! [Dios es Grande]». Los paseados miran aterrorizados en todas direcciones. En Trípoli se ha desatado la caza al negro.

Milicianos armados peinan las calles para detener a todos los subsaharianos. Todos son sospechosos de ser mercenarios de Gadafi.

A pocos pasos, dejando a la espalda el imponente arco del emperador romano Marco Aurelio un vestigio del año 163 de nuestra era, hay un ir y venir de insurgentes que traen una decena de hombres vestidos de civil y los encierran en un centro deportivo incrustado en la medina. Al pasar en fila por la puerta, un miliciano los golpea.

Varios guardias armados contamos hasta 10 con camisetas blancas que les identifican como miembros de la katiba (falange) de Trípoli custodian las puertas del edificio. A través de la entrada se ve a los hombres los guardias confirman que hay 250 detenidos en total, todos negros agolpados en la poca zona de sombra de un campo de fútbol.

Un hombre encapuchado con exagerada hiperactividad carga su kalashnikov apuntando a un grupo de mujeres con sus niños que se agolpan a las puertas del centro para saber de sus esposos. «¡Fuera!», les grita mientras se acerca hacia ellas con el arma en ristre.

«Son nuestros maridos. No han cometido ningún crimen», afirma a EL MUNDO una de las mujeres que no se atreve a dar su nombre. Cuenta que son de Chad y que fueron detenidos hace entre dos y cuatro días.

Otra mujer se acerca y hace notar que está embarazada. «Llevamos dos años aquí, mi marido trabaja vendiendo ropa», afirma otra. Salwa es la única que confiesa su nombre. Ha venido con sus tres hijas. «Han sido detenidos por el color de su piel. Ése es su único crimen», declara. Afirma que su marido se llama Abdala Alhadi Allafi Musa Walid y que trabajaba en lo que le salía, «como vendedor en el zoco o conductor». Llevan 10 años en Trípoli.

El hombre con pasamontañas oscuro vuelve furioso y amenaza de nuevo a las mujeres y a las periodistas que hablan con ellas. Las mujeres se alejan. El verdugo tiene la mano en el gatillo y maneras rudas. Luego se vuelve con nervio y se adentra tras las puertas alzando la voz con el santo y seña de los revolucionarios: «¡Alá Akbar!».

Según las organizaciones de derechos humanos, los trabajadores inmigrantes procedentes del África negra corren el riesgo de ser tomados por mercenarios del coronel Gadafi y, por tanto, de sufrir los abusos de las fuerzas rebeldes con sed de venganza. Antes de que en Libia se desatara la guerra, cientos de miles de subsaharianos trabajaban como mano de obra barata. Unos millones de trabajadores extranjeros se ganaban la vida en el país antes del conflicto. «Hay detenciones masivas de sospechosos de colaborar con el régimen de Gadafi, especialmente de africanos», advirtió ayer en Trípoli Peter Bouckaert, investigador de Human Rights Watch, a varios medios entre los que se encontraba EL MUNDO. Malos tiempos para ser inmigrante africano, haber venido a Libia para buscarse el pan o intentar alcanzar el sueño de vivir en Europa.

«Los africanos subsaharianos son particularmente vulnerables. Muchos se arriesgan a represalias como resultado de las alegaciones de que las fuerzas de Gadafi utilizaron mercenarios para cometer violaciones indiscriminadas durante el conflicto», afirma Amnistía Internacional en un comunicado publicado ayer.

«En recientes visitas a centros de detención en Zawiya y Trípoli, Amnistía pudo saber que más de un tercio de los detenidos eran subsaharianos», afirma el documento. La creencia extendida de que Gadafi pagó tropas subsaharianas para combatir a los revolucionarios ha desatado una fiebre racista que condena a toda persona de raza negra por el simple hecho de serlo.

Es cierto que Gadafi contrató mercenarios subsaharianos para combatir. Sólo en la Brigada Jamis liderada por su hijo menor se han detectado entre 200 y 300 mercenarios. La mayoría procedían de Chad, Níger o Sudán. Según Bouckaert, HRW no ha encontrado pruebas de que «en el este se haya hecho uso extensivo de tropas mercenarias». En el centro de detención de Al Baida, con 200 detenidos, este investigador documentó que la mayoría de los detenidos eran libios negros.

Los milicianos de la katiba de Trípoli traen dos furgones policiales azul oscuro con la inscripción en árabe de su unidad. Abren las puertas del centro de detención y forman un corredor empuñando sus rifles. Sacan a los subsaharianos en grupos de cinco y cargan a un centenar en los furgones. Los van a trasladar a la prisión de Ydeida para ser interrogados. En el suelo han puesto una foto de Gadafi que todos deben pisar. Los hombres, vestidos de civil, caminan muy juntos y el miedo puede verse en sus caras. Algunos son adolescentes, otros viejos desdentados que apenas pueden caminar.

Las mujeres gritan, lloran, quieren acercarse a sus maridos. Un niño de unos ocho años llora desconsoladamente tras ver a su padre detenido. «Son criminales», afirma uno de los rebeldes. Cuando se le dice que son civiles que viven en Libia con sus familias, contesta: «Los criminales también tienen familias». Otros dos insurgentes se acercan a los periodistas para enseñar la célula militar de uno de los detenidos. «Es un mercenario de Gadafi, aquí está la prueba», dicen. Pero esta periodista sólo pudo ver un documento militar. El resto eran células de otro tipo. «Sólo los libios pueden vivir en la medina. No es para los negros africanos», se deja llevar otro de los presentes.

Mustafa Belhadj Alhana, que dice ser un vecino de la Casbah, afirma haber visto a algunos de ellos acarreando armas. «El 10% puede que sean civiles; el 90% son milicianos», asegura. «Son gente de África a los que le han dado la nacionalidad libia a cambio de matarnos», añade.

El ejército gadafista tenía unidades integradas por subsaharianos, que formaban parte de las tropas regulares desde los 70. Provenientes de varios países, Gadafi les garantizó la nacionalidad libia. Desde que se desató la guerra, el coronel contrató a cientos de soldados a los que prometió dinero. «Lo más grave es la premeditación: fueron reclutados en febrero para cometer crímenes contra civiles», explica Bouckaert. Lo peor es que ahora, personas inocentes van a pagar por estos crímenes.

OORBYT.es

>Análisis de Rosa Meneses.

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