Las otras chicas

La Verdad, AURORA GIL BOHÓRQUEZ, 30-08-2011

No me atreví a acercarme, pero me quedé con las ganas: una chica muy joven, con la cabeza velada con el ‘hiyab’ y vestida de túnica hasta los pies, las mangas largas, estaba sentada en la arena, bajo una sombrilla. Veía cómo su marido y su hijo, un niño de seis o siete años, jugaban en la orilla con una pelota. Entraban y salían del agua, se salpicaban, se reían, y disfrutaban de un día soleado de playa. No me atreví, pero me dieron ganas de saber si esa pasividad contemplativa era por voluntad propia o era una imposición del marido. ¿No le apetecería jugar con ellos, participar de sus risas? ¿No le hubiera gustado bañarse en un mar tranquilo y transparente? Me pareció que su mirar era triste y resignado. El respeto a traspasar su intimidad, tal vez absurdo y cobarde, me impidió acercarme para animarla a que participara en la alegría bulliciosa de su familia y dejara esa vestimenta apresadora y asfixiante, impropia del verano en este sur nuestro. ¡Abrirle los ojos a su libertad y a su disfrute!

Eso sucedió hace unas semanas, y desde entonces no dejo de pensar en aquella chica musulmana de mirada doliente cada vez que voy a la playa y disfruto de las cálidas aguas del Mediterráneo. Pero he sabido hace poco de un caso aún más impactante: es el de otra chica musulmana que tampoco nunca se ha bañado en el mar. Su padre no se lo permite. Y ella acepta sumisa y obediente esa prohibición desatinada aunque desea enormemente zambullirse, y mira con envidia a otras chicas, jóvenes como ella, que toman el sol y entran y salen del agua refrescante. Pero lo que aún es peor es que su padre no la deja estudiar. Y a ella le gustaría hacer el Bachillerato e ir a la Universidad… Lleva casi toda su vida en España; ha ido a un colegio público y a un instituto; logró terminar 4º de ESO, pero no la dejan seguir con su formación. A casa, a cuidar de sus hermanos pequeños. Lo tiene plenamente asumido, y es admirable, por un lado, cómo la obediencia a sus mayores le impide rebelarse y aceptar sus circunstancias vitales. Pero por otro lado, ¿qué formación estamos dando a esas niñas, más de diez años escolarizadas, que no logran considerarse personas independientes, que parecen desconocer sus derechos básicos fundamentales? ¿No somos capaces de inculcar en ellas una conciencia de individuos libres? ¿Cómo no han desarrollado la capacidad de enfrentarse a situaciones nuevas, propias del siglo XXI, de un país europeo, con unos valores sociales y culturales supuestamente asentados?

La población ha crecido en España por la importante afluencia de gentes de otros países (los autóctonos mantienen una natalidad reducida, y más ahora, con la crisis y con las pocas facilidades de conciliación familiar que tienen las jóvenes que quieren abrirse un camino profesional). En la Región de Murcia se ha cuadruplicado el número de inmigrantes en los últimos diez años. Nos hemos acostumbrado a verlos en sus barrios, en los hospitales, en los centros educativos… Muchos llevan ya años entre nosotros, se han nacionalizado incluso, han creado sus familias, pero se mantienen fieles a sus principios. Y algunos de estos principios están claramente enfrentados con los derechos fundamentales que deben proteger a todo ser humano. Me estoy refiriendo, en concreto, al derecho a la educación. Son muchas las chicas marroquíes a las que sus padres les prohiben seguir estudiando. Y cuando terminan la ESO, si es que llegan a terminarla, las obligan a estar en casa, las ponen a trabajar, o las comprometen con un casamiento no elegido, aunque quieran ellas continuar estudiando, aspiren ilusionadas a ir a la Universidad, o a decidir con qué chico desean salir. La voluntad del padre no se cuestiona. Y ellas asumen apartadas el papel que la tradición les asigna en sus países de origen. El caso es que hay realidades muy cercanas que se saltan impunemente algunos de estos derechos, sobre todo en el caso de las mujeres, y asistimos pasivos a que cientos de chicas no se integren en nuestra realidad y en nuestras conquistas sociales. Son las otras chicas, las que desconocen la igualdad entre hombres y mujeres, las que van a formar parte de nuestro futuro próximo.

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