Internacional

«Desde que tengo memoria en Somalia solo hay guerra y hambre»

Los refugiados que escapan de la catástrofe creen que su país no tiene solución

ABC, EDUARDO S. MOLANO / ENVIADO ESPECIAL A DADAAB, 27-07-2011

Dos piedras acostadas en la arena. Desde su nacimiento hace diez años, los lanzamientos sin balón de Khamis Warsame siempre encuentran la misma portería: dos pedruscos en la arena. «Cuando llegamos aquí, hace veinte años, huíamos de la guerra y la hambruna que asolaban nuestro país», asegura Jimco —37 años—, el padre del pequeño. «Y en todo este tiempo nada ha cambiado. En todos los días de mi vida allí sólo ha habido guerra y hambre». Junto a su familia, Khamis reside en el campo de refugiados de Dadaab, en la frontera entre Kenia y Somalia. Allí nació y nunca ha salido de él.

Jamaale Jeefo es la otra cara de la moneda del eterno retorno somalí. Hace apenas dos meses llamaba a las puertas de este campamento junto a su mujer y tres hijos. «En Somalia la sequía no es solo ambiental, sino política», asegura Jamaale, quien en su localidad natal, Baidoa, ejercía de maestro de escuela. «¿Volver algún día? Cuando llegué a Dadaab me agarraba todavía a ese sueño. Ahora creo que es mejor resignarse», lamenta este joven, que reside en Ifo, uno de los tres complejos que junto a Hagadera y Dagahaley componen Dadaab.

Dos familias que ejemplifican la intrahistoria de este campo de refugiados con capacidad para apenas 90.000 personas, pero donde habitan en la actualidad 400.000 almas. Algunas, desde hace casi veinte años; otras, cerca de 1.300, llegaron ayer huyendo de la actual hambruna que asuela Somalia.

Señalar a los culpables de esta eterna crisis no resulta sencillo. Anarquía y estado fallido son los dos conceptos generalmente utilizados. Sin embargo, con dos regiones autónomas «de facto» —Somaliland y Puntland— y sin un gobierno estable desde 1991, hablar de Estado «irreal» o «inexistente» y no «fallido», quizá sea más correcto. Como señala Benjamin Powell, miembro del «Independent Institute», tras la caída del dictador Siad Barre en 1991, la promesa de la llegada de la «democracia» por parte de Naciones Unidas, así como la creación de diversos gobiernos de transición federales, tan sólo ha desestabilizado a un «pseudopaís» regido por clanes y que jamás estuvo acostumbrado a estas luchas de poder desiguales. Para el analista Spencer Heath MacCallum , la situación somalí es la de un Estado que jamás había gozado de identidad propia y en el que ningún clan disponía de autoridad de gobierno. Bastó con introducir la semilla del poder para que sus actores —clanes, milicias islamistas de Al Shabab y fuerzas pro occidentales— se desestabilizaran. Los datos son concluyentes.

Desde 1991, al menos 700.000 personas han perdido la vida en los enfrentamientos librados en el país, primero por los clanes feudales y ahora por las milicias islamistas. De igual modo, en tan solo diez años, el país africano ha tenido hasta once jefes de Gobierno, lo que evidencia un notable problema de identidad política. Es cierto que la religión, por medio de la Unión de Tribunales Islámicos, lo intentó hasta su salida del poder en 2007. Pero la «sharia» o ley islámica era un enemigo demasiado peligroso para que la comunidad internacional permitiera su desarrollo.

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