Se busca a Cabeza de Cerdo

El País, MÓNICA CEBERIO BELAZA, 04-07-2011

Es alto, grande, fuerte. Inmenso. Por eso a Ioan Clamparu, uno de los mayores traficantes de mujeres del mundo, lo llaman Cabeza de Cerdo. Tiene otro apodo, Papá. Es uno de los fugitivos más buscados por Interpol y por la Policía Nacional; el criminal – empresario rumano de 42 años que montó el negocio de prostitución de la Casa de Campo; el que cobra por cada puesto de meretriz de la colonia Marconi, en Villaverde (Madrid); el que dirige todo sin que apenas ninguno de sus centenares de empleados llegue a verle la cara. A finales de los noventa creó una multinacional entre Rumanía, España e Italia que aún gestiona y que mueve millones de euros. Ha traficado con miles de mujeres. Su ídolo, según la prensa rumana, es Al Capone.

La policía española lo tuvo cercado en 2004. Un error, quizá un chivatazo, dio al traste con una operación que llevaba casi un año en marcha. Desde entonces se le ha buscado por medio planeta. Los rumores lo han situado en Brasil, Costa Rica… Se ha dicho de él que ha muerto, que se sometió a una operación de cirugía estética para no ser reconocido, que modificó su huella dactilar… La policía de medio mundo le sigue el rastro. Es una escurridiza pieza de extraordinario valor.

Su negocio comienza en Rumanía. Allí capta mujeres para trasladarlas después a países como España. Cuando llegan a Madrid las llevan a un piso ocupado por una o dos madames, les quitan el pasaporte y les enseñan su nuevo lugar de trabajo, que al principio suele ser la Casa de Campo. En alguna época les ha dado anoraks a sus chicas para que no pasen frío. Todos iguales. Como si fuera su equipo de fútbol particular. Las distribuye también por clubes en Alicante, Valencia y el sur de España.

Las mujeres traficadas son el escalón más bajo de una organización perfectamente jerarquizada. Cada tres o cuatro mujeres tienen una madame. Estas también quedan, en pequeños grupos, bajo el mando de un jefe que a su vez tiene otro. La junta directiva no llega a una veintena de personas que visten traje, viajan como ejecutivos y hacen reuniones a plena luz del día en sitios céntricos como las cafeterías de El Corte Inglés. En la cúspide de la pirámide solo está él, Cabeza de Cerdo, viviendo entre España y Rumanía, el país en el que invierte, en la construcción, hípicas, automóviles de lujo o joyas, el dinero que obtiene de su lucrativo imperio criminal. En Rumanía, según señalan fuentes policiales, es una especie de padrino que acude a las bodas cargado de fajos de billetes que reparte generosamente.

Cuando Clamparu llegó a España, a finales de los noventa, el mercado de la prostitución se abastecía sobre todo de colombianas y dominicanas. Introdujo lo que él consideró un nuevo producto: rumanas rubias y guapas. Más tarde, además, España comenzó a exigir visado de entrada para los ciudadanos de Colombia y República Dominicana. La competencia iba perdiendo fuerza mientras él la ganaba. Una vez logró el control, todas aquellas que no estaban bajo su égida y quisieran ocupar una plaza en los sitios que gestionaba tenían que pagar por ello.

Clamparu ha sido una obsesión para la policía española durante la última década. Tanto para la Unidad contra las Redes de Inmigración y Falsedad Documental (UCRIF) como para la Unidad de Delincuencia Especializada y Violenta (UDEV). “Era como El Zorro”, recuerda un inspector jefe. “Sabes que existe pero nadie le ha visto”. Poco después de llegar a España fue detenido. Por casualidad y por un delito menor de inmigración irregular. “Tenía que firmar los días 1 y 15 de cada mes y cada vez lo hacía en una ciudad distinta”, explican fuentes policiales. “Un día fue a los juzgados de Plaza de Castilla, en Madrid. Apareció con cinco guardaespaldas y una caravana de coches que se dispersó para despistarnos. Cada uno se fue a un sitio distinto”.

La persecución de la Policía Nacional al clan Clamparu duró casi un año. Les dio la pista un taxista enamorado de una prostituta. Siguieron al servicio de taxis españoles que contrataba la red para mover a las mujeres desde la Casa de Campo hasta los pisos en los que vivían con las madames. Después siguieron a estas y llegaron a los pisos de sus jefes. Así fueron subiendo en la escala jerárquica hasta que un día, meses después de comenzar la investigación, apareció Cabeza de Cerdo en persona. Vivía con una mujer en un bajo con jardín en Boadilla del Monte (Madrid), iba al gimnasio, se reunía con sus directivos y llevaba una vida tranquila.

Estaba todo preparado para detenerlo de madrugada y actuar a la vez contra todo el entramado. Era una operación conjunta con la policía rumana, que iba a llevar a cabo arrestos en su país. “Esa mañana le vimos salir de la casa en coche. Todo estaba tranquilo”, recuerda uno de los agentes que participó en la operación. “De repente recibimos una llamada. Era la policía rumana. Se habían equivocado y habían adelantado las detenciones”. No se sabe si alguien le protegió o fue un error, pero la operación entera se frustró. Cabeza de Cerdo nunca regresó a Boadilla. Los otros 11 pisos que se iban a registrar estaban vacíos. Se habían esfumado.

Su red ha seguido trabajando en la prostitución y explotando el negocio del copiado de tarjetas de crédito. La policía española ha actuado contra su gente. En una operación conjunta con Rumanía y República Checa se detuvo a la cúpula de la organización. Pero ni siquiera la acción de la policía ha dado resultado. Los jueces suelen archivar las causas si las mujeres declaran que no habían sido forzadas a pesar de que el proxenetismo está penado en el Código Penal haya o no haya violencia. Y a pesar de que la policía suele presentar pruebas más allá del testimonio de las mujeres, a las que la red amenaza incluso con matar a sus familiares si dicen algo.

Cabeza de Cerdo fue condenado en ausencia el pasado febrero en Rumanía por tráfico de mujeres, prostitución forzosa y blanqueo. La sentencia, de apenas 13 años de cárcel por una ingente actividad criminal, es firme. La policía española sigue buscándolo. Pero ha vuelto a ser El Zorro.

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