La chatarra nuestra de cada día

Las Provincias, J. MARTÍNEZ | VALENCIA., 16-05-2011

La chatarra es su medio de vida. El joven rumano empuja un carro de supermercado cargado de hierros, cable de cobre y enseres viejos. Los ciclistas que circulan por el carril bici tienen que sortearlo para no chocar. Georgeu B. se dirige a un almacén de la Punta, en Valencia, para vender metales.

La escena se repite casi todos los días junto a la Ciudad de las Artes y las Ciencias. Valencia muestra entonces su cara más humilde. Como si de un pequeño ejército de pobres se tratara, medio centenar de indigentes, algunos en compañía de niños desaliñados, caminan con su chatarra para conseguir un puñado de euros. Su pan de cada día.

La mayoría de estas personas son inmigrantes rumanos que malviven en casas abandonadas o asentamientos de chabolas junto a las vías del tren en San Isidro, Malilla, la Fuente de San Luis y cerca de l’Oceanogràfic.

Sus nombres no aparecen en ningún padrón. Trabajan en la economía sumergida, piden limosna de forma organizada o recogen chatarra. También sustraen cable de cobre para luego venderlo en el mercado negro. La policía ha desmantelado en los últimos años varios grupos que robaban el preciado metal. Los ladrones eran chabolistas sin apenas recursos económicos.

Las autoridades no tienen datos precisos sobre el número de personas que residen en asentamientos ilegales en la Comunitat. Según fuentes de la concejalía de Bienestar Social de Valencia, unas 200 familias viven en casas y fábricas en ruinas, cabañas construidas con materiales de deshecho y autocaravanas aparcadas en zonas sin urbanizar de la ciudad.

El censo se actualiza cada año, pero no refleja datos reales debido a los continuos cambios de residencia de los clanes. Muchos de estos indigentes rechazan la ayuda de los Servicios Sociales. Aceptarla supone la obligación de dejar atrás su medio de vida: el nomadismo al amparo de la venta de chatarra y trabajos esporádicos en el campo.

Intentar que se establezcan en un sitio determinado, donde no causen molestias y tengan al mismo tiempo unas mejores condiciones higiénicas, es lo único que suelen hacer los ayuntamientos.

Además, la laguna jurídica es grande al tratarse de ciudadanos de la Unión Europea con derecho a la libre circulación por España. Sin embargo, el debate sobre la expulsión de los inmigrantes gitanos en Francia se reaviva también en algunas ciudades de la Comunitat. «Hay quien explota una sensación de inseguridad en torno a los delitos que puedan cometer miembros de los clanes rumanos, pero no podemos aseverar que haya grupos racistas en Valencia», sostiene un inspector jefe de la Policía Nacional.

Nadia I. ha vivido ese rechazo en sus propias carnes. Llegó a Valencia en 2006 huyendo de la pobreza de Rumanía y buscando mejoras sociales en nuestro país que nunca llegaron. «Me aconsejaron que no pusiera mi etnia gitana en el currículum para encontrar trabajo más pronto, pero nadie me contrata», dice la joven.

Sin empleo y sin un techo fijo, la mayoría de las familias gitanas de los asentamientos de Valencia recurren a la chatarra. El cobre y los hierros que recogen en la calle se convierten en su pan de cada día.

Pero la competencia es dura hasta en la miseria. Se disputan la comida caducada, los hierros de las viejas fábricas y los contenedores de ropa. Y por eso hacen guardia a la hora que los supermercados tiran los productos perecederos.

Los empujones, las amenazas y las discusiones son frecuentes. Sin miramientos, varones o mujeres, adultos o menores, protagonizan incidentes en plena calle.

«Cada familia solemos tener nuestra zona para recoger chatarra. El problema es que algunos pasan antes que tú y se llevan todo lo que había servible en el contenedor», se queja Nadia. «Eso tampoco es justo», añade la joven.

Enrique Giménez, un indigente que malvive en una chabola junto al complejo de oficinas Ciudad Ros Casares, comenta que «hay mucha humedad, pero no me mojo cuando llueve. El agua resbala por la lona y cae fuera», para añadir que «la verdad es que trabajo poco. Recojo chatarra y recibí durante un tiempo una pensión contributiva de esas de la Seguridad Social», comenta por último.

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