¿Una ley para sacar a los mendigos de la calle? No

La Verdad, EDUARDO CONTRERAS LINARES, 01-05-2011

:: GASPAR MEANA

La propuesta de Gallardón, de la que sólo conozco los titulares, debería servir para que la sociedad afronte el problema de la mendicidad que afecta directamente a las personas. Pretender una ley que acabe con la presencia de mendigos en la calle no arregla el problema de la indigencia. Imagino que la propuesta de Gallardón irá más en el sentido de considerar que la no presencia de mendigos en las calles sea una cuestión de políticas de inserción y no de deportación local.

Hablamos de personas de pleno derecho, que conservan el derecho de ir y venir, la libertad, como cualquier otro hijo de vecino, y sus restantes derechos constitucionales. También sus deberes. Haría falta una ley orgánica para sacarlos de las ciudades al atardecer y, aún así, sería inconstitucional.

Los mendigos no son vagos y maleantes, sino personas dignas de comprensión. La mayoría de ellos han sido personas de vida normal hasta que una desgracia sobrevenida les ha sacado de su vida anterior. Nadie nace mendigo. Creo que son personas afectadas de alguna incapacidad para poder asumir la disciplina y las normas sociales al uso. Si consideramos un valor absoluto las normas sociales que practicamos, nuestra relación con los que no las aceptan no debe ser eliminarlos del paisaje, sino más bien poner remedio a esa incapacidad.

El problema de la mendicidad tiene que ver con el funcionamiento de esta sociedad, que genera exclusión social. También con el funcionamiento casi meramente asistencial de los servicios sociales públicos y con las opciones personales (origen de muchos de los casos) de personas que optan por vivir fuera de un sistema que ellos no aceptan. Bueno, parece que éste es un derecho que no les podemos negar, aunque a mí personalmente me cueste mucho entenderlo. ¿Quién aceptaría que un ser querido se dedicara a la mendicidad?

Debe primar el respeto a la libertad personal, aunque se deba tener en cuenta el límite de la propia libertad para no entrar en conflicto con la de los demás. Y aquí viene el ‘quid’ de la cuestión. ¿Nos rasgamos las vestiduras porque haya mendigos, cuya presencia en las calles nos incomoda, y encima les culpamos a ellos de serlo? Yo, desde luego, no estoy dispuesto y tampoco lanzaré una furibunda condena sobre los que pretenden ahuyentar sus males culpando a las personas indigentes por el mero hecho de existir. Merecen todo nuestro respeto y consideración, pese a que nos cause rechazo su aspecto desaliñado y su forma de abordarnos, que no es sino el reflejo de su necesidad y su angustia. A poco que profundicemos en nuestra condición humana, estoy seguro de que todos estaríamos en contra de una ley que fuera contra los derechos de personas que, se mire como se mire, son víctimas del sistema, antes que culpables de su situación.

La mendicidad y la exclusión social suponen una triple ruptura económica, social y vital. Y ello da lugar a un drama humano, con situaciones de desamparo, desnutrición, de indolencia a veces, que requieren soluciones estructurales, administrativas y de implicación de la sociedad, creando espacios de solidaridad, donde la amistad, el reconocimiento y la aceptación del otro sean una realidad. Programas como el de absentismo escolar, el de atención a inmigrantes, el de acompañamiento y apoyo para la inclusión, que se realizan en nuestro Ayuntamiento y en tantos otros van a la raíz del problema y es en ese camino en el que debe avanzar nuestra sociedad, garantizando los derechos que se reconocen a las personas, pero que sin embargo no todos disfrutan, por ejemplo el derecho al empleo o a la vivienda, sin ir más lejos. Seguramente, también es necesario apostar por procesos no puestos en marcha suficientemente por los servicios sociales y las ONGs, tales como la escucha en el sentido más amplio y no sólo oír las quejas y demandas.

Mejor que leyes que no seríamos capaces de explicar, es más humano y más efectiva la creación y mantenimiento de empresas de inserción y el apoyo de la Administración al trabajo de personas que atienden el problema de la mendicidad desde su dimensión humana. Jesús Abandonado, Cáritas, Traperos de Emaús, Proyecto Abraham y algunos otros muestran con su ejemplo el camino a seguir y ofrecen garantía de trato justo a estas personas, facilitando la visibilidad ante la sociedad de los problemas de los más vulnerables, puntos de reflexión y debate, a los que se debería dedicar buena parte del tiempo político y social.

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