LA TRASTIENDA

Esos fantasmas sin rostro

El Mundo, ISABEL SAN SEBASTIÁN, 14-04-2011

ESOS BULTOS informes, sin rostro ni voz, que transitan por el mundo presas de un concepto inicuo del pudor, constituyen un atentado contra la dignidad de la mujer. De todas y cada una de las mujeres, sean o no víctimas directas de esa brutal condena a prisión perpetua. Por eso resulta intolerable que paseen impunemente su cárcel de tela y sumisión por las calles de nuestras sociedades libres.

Esos fantasmas sombríos, cuya indumentaria es en sí misma un monumento a la dominación ejercida mediante la fuerza, la intimidación y la manipulación psicológica, ofenden mi vista y mi conciencia. Hacen que algo en mi interior se rebele. Apelan a siglos de lucha para conseguir alcanzar lo que la mente nos dice que debiera ser y haber sido siempre norma: el mismo respeto, igual consideración, idéntico trato por parte del grupo, independientemente del sexo, sin más jerarquía que la del talento, el esfuerzo y la valía de cada cual.

Esas hembras veladas, escondidas, humilladas en nombre del dios del islam o de la tradición la coartada es de todo punto indiferente insultan mi inteligencia y agreden mis más arraigados principios. Me importan una higa las exhaustivas explicaciones de los presuntos expertos en la materia sobre las raíces históricas de esta bárbara costumbre. Me da exactamente igual que carguen con la burka, el niqab, o cualquier otra prenda de opresión por motivos religiosos, geográficos, sociológicos o incluso climáticos. Me produce asco escuchar que lo hacen voluntariamente. ¿En qué queda la voluntad cuando es moldeada, maleada, constreñida, jibarizada, anulada desde la más tierna infancia, para mayor gloria del varón? Al final esos espectros tratan de hacerse invisibles con el fin de no provocar la concupiscencia de los hombres, su deseo, su censura o su ira. De no atraer su atención. De no desafiarles con algún tipo de protagonismo, aunque sea el que nace del mero hecho de existir, de ser, de ocupar un espacio bajo el mismo sol. Y eso es algo que me hace hervir la sangre. Me enfurece.

Por eso aplaudo sin reservas a Nicolas Sarkozy, que se ha atrevido a decir ¡basta! Alguien tenía que empezar y ha sido Francia. ¡Enhorabuena! Sean cuales sean sus motivos, el hecho es que el país que hizo la Revolución, el que proclamó la igualdad de todos los seres humanos, inseparable de su libertad, ha proscrito de su territorio esa forma implacable de tortura. De tortura, sí, porque vivir convertida en un fantasma sin rostro, ni voz, ni identidad, es estar muerta en vida.

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