Tabúes que matan

El Correo, JOSÉ MARÍA ROMERA, 08-04-2011

AYanela Zulema Cabrera la encontraron muerta, flotando en una balsa, con señales de violencia en el cuello. Era ecuatoriana, tenía 22 años y una hija de tres, y hacía pocos meses que se había separado del padre de su hija, también ecuatoriano, a quien la policía detuvo como sospechoso del asesinato pocas horas después de descubrirse el cadáver. Otro crimen más para añadir a la lista, otro caso que no tardará mucho en quedar sepultado bajo ese eufemismo de ‘violencia de género’ que suaviza más que denuncia. Hombre mata a mujer, viene a decir la fórmula. Pero cada una de las vidas segadas es única e irrepetible, y se resiste a quedar desvanecida dentro de una estadística por bienintencionada que esta sea. Parece que se hubiera impuesto una especie de veto a la información sobre los detalles particulares de cada caso. Da igual que las víctimas sean jóvenes o mayores, nativas o inmigrantes, de alta o baja condición social, nos dicen. Hay criminales de distintas extracciones, edades y colores de piel. Y es cierto que todas las vidas son iguales, tan cierto como que siempre hay una mano siniestra de hombre diciendo la última palabra. Lo que no parece tan seguro es que la mejor forma de atajar el problema sea negándose a analizar sus manifestaciones particulares y con ellas las diferentes causas y factores que lo propician. Puede resultar así que pasemos por alto matices tan significativos como el aportado por las palabras del padre de Zulema refiriéndose a su presunto asesino. Es un buen hombre, dijo, que llevaba muy mal la separación y no podía soportar vivir alejado de ella. La quería mucho, añadió. Algo raro tiene que pasar por la cabeza de un padre para exculpar de esa manera al asesino de su propia hija. Omitir las particularidades chungas de ciertas culturas en nombre de una supuesta comprensión multiculturalista es renunciar a resolver los conflictos que estas diferencias plantean. Si nadie en su sano juicio llevaría a los clubes de jubilados una campaña para la prevención de los embarazos, tampoco se entiende muy bien el flaco favor que se hace a las mujeres potencialmente más susceptibles de sufrir maltratos si a la hora de prevenir y proteger no se tienen en cuenta las procedencias sociales, religiosas, culturales y geográficas de diversos sectores de población propensos a sufrir tamaña lacra. Estos días, el presidente canario, Paulino Rivero, ha sido blanco de las críticas por haber introducido en el debate sobre la violencia machista, con datos en la mano, el factor inmigración. Ha tocado uno de esos tabúes que la doctrina de lo políticamente correcto obliga a orillar, aunque sea dando la espalda a la realidad. Y bien está mantenerse alerta ante las arengas xenófobas, pero también sería imperdonable que por culpa de absurdos remilgos antirracistas desatendiéramos el peso de los componentes culturales en una buena porción de crímenes cometidos por hombres contra mujeres.

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