"Me hice cómico porque quería hacer reír a mi madre"

El País, MARIBEL MARÍN, 08-04-2011

El director más taquillero del cine francés se pasó unos meses recordándose a sí mismo que el director más taquillero del cine francés es un ser corriente, tan corriente como los protagonistas de Bienvenidos al norte, su bombazo cinematográfico. Lograr 20,5 millones de espectadores en un país de 65 millones de habitantes con una comedia – aunque se ría de la estupidez humana y hable de algo tan real como la brecha entre norte y sur – es un milagro difícil de digerir incluso para alguien como Dany Boon (Armentières, 1966), famoso actor, director y cómico.

“Tenía que desmitificar el éxito, así que hubo un tiempo en que bromeaba con mi mujer y le hablaba de mí en tercera persona. Le decía: ‘El número 1 del cine francés tiene hambre’. O, ’¿qué manera es esa de hablar al número 1 del cine francés?”. Resulta que, a fuerza de vivir a través de otro, este mestizo de ojos azules, dos veces casado y padre de cinco hijos, ha acabado por asumirlo: “No me considero el número 1. No me importa cuánta gente vaya a la sala, lo que me obsesiona es cómo sale. Estamos saliendo de una época en que la comedia ha estado muy influenciada por Hollywood, con un superávit de belleza, buen rollo y frivolidad. ¡Necesitamos comedias con algo de fondo!”.

Boon, traje gris, camisa negra y alianza, irrumpe sobriamente vestido en el hall del hotel Madrid Reina Vitoria. La excusa de la cita – un brunch a base de fruta, café, bollería e ibéricos – es el estreno hoy en España de su nueva película, Nada que declarar, una historia de amor, racismo y xenofobia vista solo en Francia por ocho millones de espectadores en ocho semanas. La trama es simple y, el guion, de los que hace pensar. Se acerca el 1 de enero de 1993 y un agente de aduanas francés (Boon) afectado por la desaparición de las fronteras europeas lucha por mantener una relación imposible con una mujer belga de una familia de francófobos. ¿Es un homenaje a sus padres? “Es un homenaje a su coraje”, admite.

Su padre, exboxeador, era argelino de origen kabyle; su madre, francesa y muy joven cuando se quedó embarazada. Las biografías del cineasta se limitan a decir que ella fue rechazada por su familia. La distensión de este redesayuno casi líquido – Boon jura que su glotonería de primera hora le ha quitado el hambre – anima a profundizar. ¿Qué fue exactamente lo que pasó? El cineasta ríe por el atrevimiento, y responde: “Digamos que una parte de la familia de mi madre rechazó a mi padre, que conocí poco a mi abuela y nada a mi abuelo. Y hubo algo que me marcó”, confiesa. “El día de la boda de mi tío materno, el pequeño, nos pusimos elegantes y fuimos al Ayuntamiento. No pudimos entrar. Tendría yo seis años y todo me parecía absurdo. Y era por la locura de mi abuelo. Estas cosas marcan. Yo intento hacer reír a la gente porque quería que mi madre estuviese bien. Creo que ese es el punto de partida de mi carrera”.

Lo que vino después fue la Escuela de Bellas Artes, las actuaciones en las calles de ciudades como París, los teatros, la televisión, la música – sí, también compone – , el cine y, con él, el éxito total. Siempre como cómico, como cabe esperar en alguien que cree en la risa como terapia. Y también siempre, con su pasado bien presente. Lo mismo cuando habla de xenofobia – “los racistas pueden cambiar a nivel práctico, pero no en lo teórico” – que cuando se presta a grabar y enviar esta entrevista con su móvil. El viejo magnetófono murió antes de que apurara su expreso.

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