El fin de la «marfileñidad»

La Voz de Galicia, Miguel A. Murado, 07-04-2011

En un claro de la selva de Costa de Marfil se encuentra la iglesia más grande del mundo. La edificó en estilo renacimiento, con sus ciento veintiocho columnas dóricas, el primer presidente del país, Houphouët – Boingy, para que rivalizase con San Pedro de Roma. Cuando el Papa declinó asistir a la consagración, al presidente se le ocurrió que el vicario de Cristo le tenía envidia.

Esta «iglesia de la selva» está dedicada a Nuestra Señora de la Paz, pero fue el punto de partida de la guerra civil. Con ella, Houphouët – Boingy inauguró la ideología de la «marfileñidad» a la que seguía siendo fiel su sucesor, Laurent Gbagbo. En la práctica, suponía la discriminación en favor de la minoría cristiana que habita en la costa frente a la mayoría animista y musulmana del norte, descendiente en gran parte de inmigrantes atraídos por la prosperidad del cacao.

Uno de esos hijos de inmigrantes es Alassane Ouattara, el hombre que ayer asediaba el palacio presidencial. Piadosamente, se le presenta como «el ganador de las elecciones», pero lo cierto es que no va a ser presidente, por eso sino porque tiene detrás a las guerrillas del norte, que son las que le han llevado al poder. De paso han cometido algunas masacres, una de ellas justamente en Yamusukro, que está a los pies de la iglesia de Nuestra señora de la Paz. Tenía que ser.

Es un desastre, un nuevo revés para el sueño de democratizar África por medio de elecciones controladas por la comunidad internacional. Los cascos azules, que tenían el mandato de intervenir, han intervenido poco y las tropas francesas, que no lo tenían, demasiado, demostrando que aún cuando las antiguas metrópolis no quieren inmiscuirse en sus ex colonias acaban haciéndolo. Las relaciones son demasiado estrechas (y tanto: fue Sarkozy, cuando era alcalde, quien casó a Ouattara en Francia).

El hecho es que el mayor producto de exportación de Costa de Marfil es ya una sustancia amarga, el cacao. Pero ayer el país se preparaba para recoger otra cosecha aún más amarga: la de un conflicto de nueve años en el que las elecciones no han sido más que una fase de la guerra civil.

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