«Me maltrataron desde el noviazgo, pero he aprendido a quererme»

El Correo, TERESA ABAJO t.abajo@diario-elcorreo.com, 20-03-2011

«Llegó un momento en que dije basta, porque mi niño estaba mirando». No era la primera vez que la pegaba, y hasta entonces siempre había encontrado alguna razón para seguir con su pareja. Entre otras, «que por lo menos mi hijo tiene un padre». Pero ese día de verano de 2009 fue el pequeño, de seis años, el que le pidió que lo dejara. «Me di cuenta de que la que realmente le estaba haciendo daño a mi hijo era yo, porque esa situación no era buena». Así fue como Araceli – el nombre que ha elegido para contar su historia – se decidió a pedir ayuda. Vive en un piso de acogida y da charlas a grupos de mujeres para prevenir el maltrato y reconocer las señales de riesgo. «Si me hubieran dado eso antes, ¡ay, lo que me habría ahorrado!», suspira. Este es, paso a paso, el camino que ella ha recorrido.

La denuncia

Bajó corriendo las escaleras y le pidió el móvil a una vecina para llamar a la Ertzaintza. Llegaron «enseguida» y detuvieron al agresor. A ella la llevaron al hospital y luego a comisaría, donde además de presentar la denuncia pidió órdenes de protección y alejamiento. Allí la atendieron una abogada de oficio y una trabajadora social. La Policía siempre avisa al Servicio Municipal de Urgencias Sociales (SMUS), que a su vez manda un informe al área municipal de Igualdad para que haga un seguimiento del caso.

Araceli se sintió «arropada». De aquel primer día solo guarda un reproche. «En el hospital me hicieron sentarme en un lugar donde todos los pacientes me estaban mirando, y eso me hacía sentir fatal», relata. «Si estás golpeada, no te gusta que los demás te vean». En septiembre de 2010, el Ayuntamiento firmó un convenio con Osakidetza para coordinar la atención a las víctimas de la violencia de género. Los centros sanitarios disponen de un protocolo para mejorar la asistencia y detectar las señales menos evidentes del maltrato.

El duelo

Al día siguiente tenía cita con la trabajadora social, la persona que coordina todos los recursos a los que pueden acceder las mujeres maltratadas. Araceli vivía de alquiler y estaba sin trabajo. Después de un juicio rápido condenaron al agresor pero no fue a la cárcel al carecer de antecedentes, así que en aquella casa ya no había sitio para ella y su hijo. Pasaron cinco días en un centro de urgencia, donde en ese momento había otras tres mujeres. «Nos consolábamos entre nosotras, hablábamos el mismo idioma».

Lo recuerda como «un ambiente cerrado donde lo teníamos todo. Yo no tenía ganas de salir de allí, me sentía segura». Tampoco había nadie esperándola. Inmigrante boliviana, en Bilbao no tenía familia ni amistades propias. Vivía «aislada» y por eso retrocedió tantas veces al pensar en la ruptura. Cuando por fin dan el paso, las víctimas viven «un proceso de duelo», explica la directora del área de Igualdad, Idoia Uriarte. «Están cortando una vida y recomponiéndola». Los primeros días hay pocas actividades y mucho dolor encerrado en las habitaciones. Horas de desahogos. Como era verano, apuntaron al niño a unas colonias para que pudiera distraerse.

Los guiones de vida

Con el nuevo curso hubo que cambiarle de colegio. El centro de salud y el resto de los servicios se organizan en las inmediaciones del piso de acogida «para que los recorridos sean cortos y te sientas en un entorno de seguridad». Dos veces a la semana iban a terapia. «Las madres teníamos guardería para que no pusiéramos pretextos, para hacernos salir. Han estado pendientes de mi hijo y de mí». En las sesiones «te enseñan a conocerte, aceptarte, quererte y perdonarte, porque al principio te sientes culpable. Hay una persona que te anula completamente, te sobreprotege a su conveniencia, y cuando no está te sientes nada».

El grupo ayuda a recomponer los pedazos. «Escucharnos nos hace reflexionar, aceptar lo que ha ocurrido y decir: ¿qué puedo hacer para cambiar mi situación?». Cada día resumían en un papel su estado de ánimo y escribían «guiones de vida, cosas que has hecho, a las que has renunciado y que todavía puedes hacer. Lloras o si quieres no lloras, es un proceso diferente en cada mujer. Te vas preocupando más por ti, aprendes a decir que no, son muchas cosas. Avanzas o te quedas estancada». Algunas personas acuden a sesiones de terapia individual, pero ella no lo solicitó. «Mis amigas son mis psicólogas», resume.

La salida

La autonomía económica «es tan importante como la emocional», afirman las responsables municipales. Araceli se apuntó a un curso de informática y recibió formación como agente de salud. Un día le pidieron que explicara lo que había aprendido a sus compañeras de piso «y les gustó bastante. Logramos ese ambiente en el que cada una pudiera hablar de sus cosas», recuerda. «Los mitos del amor romántico, los roles que nos impone la sociedad…». Ahora trabaja en un programa municipal denominado ‘Mujer, salud y violencia’. Hay víctimas que cuando salen del laberinto del maltrato sólo quieren olvidar, romper con todo. A ella, en cambio, le hace bien pensar en voz alta y compartir lo que ha vivido.

«Me fortalece, me gusta darme cuenta de que lo estoy superando», dice. «He ido aprendiendo que a mí me maltrataron desde el noviazgo. Al controlarte, te dicen: no te vistas así, no vayas con esta amiga, no le hagas caso a tu familia, que no comprende tu relación. Me di cuenta de que cuando estaba con mi pareja no era yo». Profundiza más o menos en su testimonio «según el ambiente que se cree en el grupo», y al final pone en contacto a las personas interesadas con el área de Igualdad. «Muchas adolescentes dicen que las mujeres no denuncian porque las matan y yo les contesto: estoy viva. No nos quedemos sólo con las mujeres que han matado. Si no tienes dinero te ayudan, si no tienes casa hay pisos de acogida. No vivamos con miedo, porque vivir con miedo es no vivir».

- ¿Qué mensaje les transmite?

- Que no juzguemos. Muchas veces ante una mujer maltratada la gente dice: por qué no lo deja, la culpa la tiene ella, le gustará que la machaquen. Eso me llega a mí directamente, porque no soy ninguna anormal. Hay que preguntarse por qué está así. Está anulada completamente y sin esa persona siente que no vale nada, no existe. Todos queremos dar consejos y lo que ella necesita es que la escuchen.

Pronto se irá a vivir con su hijo a un piso de alquiler, donde por fin podrá llevar a sus amigos a casa. En mayo, cuando acabe el programa municipal, tendrá que buscar trabajo. Antes era cocinera. «Me encantaría estudiar asistente social aunque sea a distancia, pero tengo que ver mis posibilidades».

- ¿Cómo está su hijo?

- A veces golpeaba la mesa con rabia contenida, por cualquier cosa saltaba. La profesora me ha ayudado mucho. Ahora va bien en los estudios, de los mejores, y está más tranquilo. Tiene la libertad de decirme cosas que antes seguramente no me dijo. Somos una familia pequeñita, pero ahí estamos los dos.

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