Mas es menos

El Correo, F. L. CHIVITE, 19-03-2011

El pasado fin de semana leí un artículo en el que se decía que los primeros seres humanos modernos aparecieron en el sur de África hace 200.000 años. Y que sólo hace 60.000 abandonaron el continente africano para extenderse por todo el mundo. Desde entonces no han parado de moverse, eso lo sabemos. Si de algo podemos estar seguros es de que nuestros antepasados llegaron aquí procedentes de otro sitio. Y de que, en último término, todos llevamos a África en el ADN. Incluso Artur Mas. Creo que hay un componente que emite un gas muy peligroso en el nuevo discurso del presidente de la Generalitat, cuando se permite amenazar con la expulsión a los inmigrantes que no aprendan el catalán. Al parecer, un estudio sociológico señala un cierto incremento de sentimientos racistas en Cataluña, y el honorable Mas, en vez de reflexionar con alma y elegir sus palabras para intentar evitar que eso vaya en aumento, habla de certificados de catalanidad y se arroga el poder de organizar expulsiones. Si me lo permiten, voy a soltar una vieja frase lapidaria (no recuerdo si de Mencken o de Bierce), que dice algo así como: «La catadura moral de los políticos se descubre en los malos momentos». O en los malos tiempos, no sé. Es igual. Porque estos son malos tiempos, no cabe duda. La gente tiene miedo. Se están extremando los discursos, se están radicalizando las posiciones. Recuerdo una entrevista de Hobsbawm en la que decía que las grandes ideologías de hoy son: la utopía del libre mercado absoluto, la xenofobia y los fundamentalismos religiosos. No suena demasiado edificante. El miedo no es una ideología, claro, pero sabe cómo extraer lo peor de todas ellas. Además, puede ser inducido y manipulado con una facilidad más bien espantosa. Cargar contra los inmigrantes (yo preferiría llamarles sencillamente ‘los últimos en llegar’) no denota demasiada grandeza. Es lo más fácil. Y resulta un poco ruin. En un reciente artículo, el profesor Alonso Puig decía que en momentos de crisis, lo más importante, lejos de reincidir en viejas y dudosas fórmulas, es abrirse a la creatividad y buscar soluciones alternativas. Y añadía que la gran revolución pendiente «no tiene nada que ver con controlar, dominar o manejar, sino más bien con dejar emerger, con florecer». Hace poco me contaban que los hijos de los inmigrantes chinos en Londres no saben chino. Y que muchos de sus padres no saben inglés. Hay una razón: casi no se ven. Los padres trabajan muchas horas y no disponen del tiempo necesario para aprender la lengua. No es un fenómeno nada raro. De hecho, siempre es un poco así. En el mundo se hablan actualmente 6.900 lenguas. Un tercio de ellas en África. Utilicémoslas para unir a las personas. Utilizarlas para separar es lamentable. Y la mancha que deja en la Historia es feísima.

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