Marco, ecuatoriano, 23 años: la historia del interno 396

El Mundo, PABLO HERRAIZ, 14-03-2011

Veintisiete días interno. Era el número 396. Marco Atahualpa, ecuatoriano de 23 años, ha pasado casi un mes en el Centro de Internamiento de Extranjeros (CIE) de Aluche y no lo ha pasado bien, aunque ahora está libre y lo recuerda casi con humor. Tiene hijos nacidos en España, hermanos españoles y esposa y padres con los papeles en regla. A él se le acabó el permiso de residencia hace años, pero la dejadez y la estabilidad del trabajo le volvieron cómodo, y no los renovó. Todo empezó por un cúmulo de mala suerte en el que su abogado de oficio pudo jugar un papel determinante.

«Mi madre iba a tener un niño ese día. Iba a verla al hospital y me paró la Policía y me pidió el pasaporte. Yo no lo llevaba, y me dijeron que les acompañara a comisaría para identificarme, que estaría sólo una hora. Allí se pusieron a hablar entre ellos, me llevaron detenido al calabozo, me asignaron un abogado de oficio y dijeron que me pasarían a disposición judicial al día siguiente».

Pero el abogado que le tocó no se esmeró demasiado. «En los juzgados de Plaza de Castilla el abogado no vino a verme antes. Luego le expliqué al juez que yo tenía hijos españoles, que toda mi familia tenía papeles, que yo tenía trabajo en Madrid y arraigo. Él dijo que me iba a poner en libertad, pero le pidió a mi abogado de oficio todos los documentos que probaban lo que yo decía», explica. Y ahí empezaron los problemas: si no demostraba el arraigo, no había libertad. La Policía y la Fiscalía consideraron que tenía riesgo de fuga antes de ejecutar la expulsión.

«Entonces él dijo que no los tenía, que le había faltado tiempo para conseguirlos. El juez le dio una hora y media al abogado para traérselos, y si no, no me podría dejar en libertad. Mi mujer estaba en la puerta con todos los documentos, pero el abogado salió y le dijo que ya no había tiempo, que mejor dejar que me mandaran al CIE y recurrir cinco días más tarde».

Acabó conociendo el CIE a la perfección. «Yo era el interno 396. Me dieron una colchoneta, sábanas y mantas y me mandaron al módulo 1, en la primera planta. Me metí en un chabolo con todos los latinos. Había 74 pasos en el pasillo que une las ocho habitaciones del módulo. Lo recorrí muchas veces en los 27 días que estuve», recuerda. «Intentaron por todos los medios que firmara un salvoconducto para echarme de España en dos días, pero me negué. Cuando bajé al comedor todos empezaron a gritar «¡Culo nuevo! ¡Ese culo pa mí! Luego había varios latinos y me fui con ellos».

«A las 7.30 nos levantaban con el himno de España a todo volumen, y luego ponían música. Después de desayunar pasábamos todo el día en el módulo. La comida era casi todos los días igual: macarrones, ensalada, agua y mucho, mucho pan. La bandeja, los cubiertos y los vasos siempre estaban sucios. Rascabas y sacabas restos de comida. Luego empezaban las visitas, y nos sacaban a un patio donde había unas sillas, un balón de fútbol y una pelota de baloncesto. Y luego vuelta al chabolo. Por la noche teníamos que mear en el lavabo, porque no nos dejaban salir de la habitación».

«Después de las primeras semanas, los policías se pusieron muy tensos, vinieron a cachearnos a todos varias veces, incluso a las cuatro de la mañana, y nos decían que les diéramos todos los objetos prohibidos».

«Nos desnudaron, quitaron los colchones y los tiraron fuera de la habitación. Miraron todos los rincones… Había habido una fuga y estaban muy nerviosos. Nos decían: ‘¡Esto va a ser peor que Guantánamo!’». El 8 de marzo, el juez lo dejó libre por demostrar que tenía arraigo, gracias al trabajo de su esposa, Lays, y de su nueva abogada, que cogió el caso tras el internamiento. A Marco ahora le queda pelear contra la burocracia para que no le expulsen de España.

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