ROSA MENESES Ben Gerdane (Frontera Túnez-Libia)

Travesía a la incertidumbre

Echarse al mar para alcanzar Europa es la única salida para muchos tunecinos

El Mundo, , 09-03-2011

Enviada especial

Mientras los refugiados que llegan de Libia acaparan las miradas y el derroche de ayuda internacional, los jóvenes del pueblo fronterizo de Ben Gerdane guardan en silencio su propia tragedia. Un futuro sin oportunidades del que todos desean escapar. El sueño de los jóvenes de esta pobre localidad de calles polvorientas es emigrar a Europa y muchos pagan por un pasaje en patera.

Son los harraga, los jóvenes que queman sus papeles para no ser devueltos a su país. En Ben Gerdane hay una cantera de jóvenes promesas que alimentan sus anhelos con las historias de los que consiguieron cruzar a la otra orilla. «He pagado 1.700 euros para que mi hijo tenga una plaza en un barco que va a Lampedusa. Como tiene 16 años y es menor, le darán papeles», cuenta Hedi, que trabaja como taxista en la mencionada localidad tunecina.

El barco en el que va a salir su hijo Daw que en árabe significa luz tiene prevista su salida a las 23.00 horas. Por la tarde, el patrón reúne a los aspirantes a sin papeles en una casa cercana y los prepara para el viaje. Daw llama a su padre por teléfono: «Por favor, ven a despedirte de mí». A Hedi se le encharcan los ojos y deja su trabajo para abrazar a su hijo. «Quizá sea la última vez que le vea», confiesa con voz triste.

Pasa la noche con su familia sin dormir, esperando noticias de su hijo adolescente y escuchando el llanto de su esposa, Radia, que no ha tenido opción de oponerse a la idea de enviar a su hijo mayor a un viaje incierto. En la sociedad tradicional del Túnez rural, el marido es el único que tiene voz y voto.

A la noche siguiente, Hedi recibe una llamada de su hijo. «Papá, he llegado y estoy bien. La Cruz Roja me ha dado comida y ropa. El mar estaba muy peligroso, otro barco que venía naufragó, pero nuestro patrón nos salvó la vida», contó Daw.

«No acepto que mi hijo me deje y se vaya lejos, pero la vida me obliga a hacerlo. Es muy pequeño, pero estoy obligado a enviarle al mar porque aquí la vida es muy difícil. Somos pobres, no tenemos dinero para todas las necesidades. Ni tenemos coche. No puedo dar a mi familia todo lo que necesita», se queja este padre de cuatro hijos. Su trabajo como taxista le deja poco dinero: de cada 100 dinares que gana, su patrón le da un cuarto, es decir, algo más de 12 euros. Hay días que ni siquiera consigue reunir esa cantidad.

Son los jóvenes los que empujan a sus padres a enviarles a esta travesía hacia la incertidumbre. «Sé que hay muchos riesgos, pero él me ha dicho que está dispuesto a ir a Italia. Me ha dicho: ‘Soy un hombre, ya soy mayor, déjame ir’», explica Hedi, que estuvo ahorrando durante dos años para reunir la suma de dinero que les pedía el dueño del barco.

«Vendí hasta las pequeñas joyas que tenía mi mujer, una cadena de oro y su anillo de boda», cuenta el taxista. «Teníamos miedo de que muriera en el mar, de que le hicieran daño», añade. Pese a la llamada del adolescente, su madre sigue preocupada: «Me pregunto quién le cuidará cuando esté enfermo, quién le hará la comida», llora Radia.

Como la de Hedi, muchas familias invierten en un pasaje a Europa como si pagaran a sus hijos un curso de inglés. «Aquí no tengo ninguna oportunidad», dice Mabruk, de 25 años, que trabaja como camarero. La sonrisa que ilumina su rostro moreno se ensombrece cuando explica que quiere emigrar a Europa porque en Ben Gerdane no tiene futuro. «Trabajo todos los días de la semana, sin descanso, y sólo gano el equivalente a 125 euros al mes», dice. Con los gastos de transporte sólo le quedan 100 para llevar a casa. «Ni siquiera puedo comprarme unos vaqueros», añade para descartar la idea de formar una familia.

«No quiero coger un barco, me da miedo el mar. No quiero ir sin papeles. Me gustaría irme a Francia con un contrato», afirma. Aunque hay otra opción que expone abiertamente: casarse con una europea.

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>Análisis de Rosa Meneses.

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