De profesión, 'Superwoman'

Yolanda, Teresa, Mari Paz y Ana cuentan su batalla diaria en la víspera del Día de la Mujer Trabajadora

El País, ELENA FERREIRA, 07-03-2011

Yolanda, Teresa, Mari Paz y Ana son cuatro rostros anónimos cuyos perfiles, muy diferentes entre sí, pueden ser el calco de la historia de miles de mujeres. La víspera del Día Internacional de la Mujer Trabajadora, una directiva, una inmigrante, una profesora y una autónoma cuentan a EL CORREO cómo es una jornada cualquiera en sus vidas. Aunque sus trayectorias apenas tienen puntos en común, todas comparten algunas inquietudes y renuncias obligadas, como la falta de tiempo para los suyos. Es el precio que pagan por ser, de profesión, ‘Superwoman’.
Mari Paz Sanz 49 años
«Es la primera vez en 26 años que dedico tiempo para mí»
Lo suyo es vocacional. Ya, a los quince años, hacía de canguro los fines de semana. Hoy es profesora de educación infantil y tiene tres hijas. Mari Paz Sanz se levanta a las siete y media y antes de entrar en clase «ya he hecho los baños, he barrido la casa y dejo la lavadora puesta. La comida está preparada desde la noche anterior así que al mediodía, comemos, recogemos y vuelta al cole. Y una vez que salgo, me toca hacer de taxista a recoger a las hijas, ir a las compras, al médico…», relata para a continuación añadir que «este año por primera vez desde que empecé a trabajar hace 26 años, he sacado libre un rato para mí y voy dos días a la semana a yoga».
Mari Paz está convencida de que en la actualidad los hombres están mucho más concienciados que hace veinte años y para muestra, su marido Carlos, que también es profesor. «Me ayuda mucho en casa: cocina, plancha… Sin su ayuda, no hubiera podido tener tres hijas».
Ana Salazar 44 años
«Los hombres no ayudan tanto como necesitamos»
Es esteticista. Muy pronto, a los tres meses de acabar los estudios, dejó el salón en el que trabajaba y abrió su negocio propio. Todavía no había cumplido los 23 años. Hoy, está casada y tiene dos hijos, el pequeño de once años. «Los dos ya son autónomos y recogen su cuarto y hacen la cama desde hace tiempo».
Ana reconoce que ser su propio jefe le hace meter muchas horas de trabajo, lo que no le impide dedicar un tiempo para sí. «Necesito sacar la energía acumulada durante el día y hago deporte: bailo, voy a gimnasia, juego al pádel…». Su camilla se convierte muchas veces en el diván de un psicólogo. Y la queja de su clientela es común: «Cuando eres madre, la vida de una mujer da un vuelco mientras que la del hombre, no tanto, vuelven enseguida a sus hábitos. Los hombres ayudan pero no todo lo que nosotras necesitamos». Respecto a los hijos, el comentario generalizado también es unánime. «Les tenemos entre algodones».
Yolanda Berasategui 47 años
«He tenido que renunciar a tener más familia»
Es jefe de Personal y Recursos Humanos en Pferd Rüggeberg Caballito donde hay 200 trabajadores. Casada y madre de una niña de once años, Yolanda Berasategui comenta que «el camino no ha sido fácil, nunca lo es». En cualquier caso, reconoce que la política de conciliar vida laboral y familiar vigente en la empresa es de agradecer. Su jornada acaba a las seis de la tarde, y a partir de ahí deja el traje de directiva para ponerse el de madre. Aún así todavía araña alguna hora para seguir reciclándose. «Acabo este curso una licenciatura en Ciencias del Trabajo». A la hora de hablar de los costes personales que le ha traído su profesión, no alberga dudas. «He tenido que renunciar a ampliar la familia».Esta circunstancia, unida a la falta de tiempo para los suyos, le crea a veces sentimientos de culpa para los que tiene un antídoto infalible: «les doy la vuelta y pienso en lo positivo».
Es optimista respecto al futuro de la mujer. De hecho, su empresa, de herramientas abrasivas, acaba de sacar al mercado una línea de productos que va a permitir «que la mujer acceda a sectores de soldadura y fundición, algo impensable hasta ahora».
Teresa Velázquez 33 años
«Es muy duro criar a tus hijas por teléfono»
Hace cuatro años dejó su empleo en Paraguay, a sus dos hijas y aterrizó en Vitoria, donde ya estaba su marido. En 13 días comenzó a limpiar en un piso. Los deseos de la pareja eran hacer dinero para poder «comprarnos la casa de nuestros sueños y abrir un negocio». Hoy, la tozuda realidad le ha obligado a poner los pies en el suelo. «Trabajo todo el día en varias viviendas. Necesito ganar lo suficiente para mantenernos nosotros aquí y a nuestro cargo también están mis padres y mis hijas. Y, lo que es más duro, me veo obligada a criar a mis hijas por teléfono y por internet». A Teresa Velázquez le brillan los ojos cuando habla de ellas. «La mayor quiere ser médico y sólo si seguimos aquí podremos pagarle la carrera». Con la esperanza de que algún día pueda traerlas a Vitoria, observa asombrada la diferencia que rodea a la mujer europea respecto a la de su país. «Allí es impensable ver a una chica en la construcción como he visto aquí. Estamos a años luz».

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