La vigilancia fronteriza de Estados Unidos México mejora al tiempo que aumenta el número de muertos en el desierto

La balada de los tres Hernández

LA VIGILANCIA Los patrulleros creen que su mayor eficacia hace que menos intenten saltar la valla

La Vanguardia, FRANCESC PEIRÓN, 07-03-2011

Su nombre suena a valquiria. A Isolda, una mujer nacida en la verde Suiza, el amor por un hombre la condujo al oeste, donde regenta el restaurante Jacumba, en la localidad de Jacumba, puro desierto californiano a la sombra del muro que separa Estados Unidos de México.

“Cada fin de semana vienen unas 5.000 personas”, dice un tipo, sentado en la terraza, de sonrisa desdentada y aspecto de vaquero recién atropellado por una estampida de reses. Junto a él, silencioso y retrepado en la silla, está el que parece ser primo hermano de Steve Buscemi después de una noche rodando con Tarantino una película de mafiosos. Sólo mueve la cabeza para ratificar el comentario del amigo.

“Es cierto”, aclara la señora Isolda con un inglés que pese a los años conserva el recio acento alemán. “Hay aguas termales, atrás está la piscina. Tenemos mucha clientela, aunque cuentan que antes hasta aquí se desplazaban habitualmente los grandes artistas de Hollywood”.

De ellos, en apariencia, no hay rastro en esta especie de balneario de otro mundo, más propicio para las escenas de terror gore que para el romanticismo. En sus paredes no cuelgan fotos de famosos. Lo que sí colecciona esta mujer son los buddies,piezas de ropa coloreada con los que los saltadores de la valla recubren sus pies para no dejar huellas.

“Los encuentro en el tejado, en los arbustos, en los alrededores de la propiedad. Son piezas de arte, todos se quedan fascinados”.

Este es el local elegido por Enrique Morones, más conocido como “el ángel de la frontera”, para darle un reposo al cuerpo. Su asociación, Borders Angels, se dedica a ayudar a los mexicanos que se lanzan a la aventura de buscar un destino mejor. Hoy ha estado dejando garrafas de agua en la senda de los atrevidos.

Morones, uno de los organizadores de “la marcha migrante”, de la que a principios de febrero se celebró la sexta edición, se ha convertido en un compendio de historias y de curiosidades sobre la vida y la muerte en la frontera. Algunas son extraordinarias.

“En el carro llevo cruces de madera porque en el camino hacemos vigilias y oraciones. En el 2007, en Douglas, Arizona (lugar donde el asesinato de un granjero en marzo del 2010, supuestamente por obra de narcos mexicanos, provocó la polémica ley contra los inmigrantes), la migra acababa de matar a Francisco Domínguez. Siempre pido a alguien de la comunidad que diga unas palabras. Salió un señor. Al acabar le pregunté cómo se llamaba. ´Francisco Domínguez´, respondió. No, le insistí, cómo se llama usted. ´Francisco Domínguez´, repitió. No le conocía de nada”.

La historia de las coincidencias de este hombre – de 53 años, nacido en San Diego, pero de padre oaxaqueño y madre de Culiacán-no ha hecho más que empezar. En ese mismo viaje hubo más acontecimientos. En Columbus, Nuevo México, decidió parar a ver la gran cruz instalada en honor de Pancho Villa.

“Incluso hay un museo dedicado a él. Los estadounidenses le habían quitado el dinero. Él decidió entrar en el país, la única invasión por tierra que ha tenido Estados Unidos, y robar el banco. Al azar cogí otra de mis cruces para clavarla allí y alguien me dijo, ´qué buen detalle´. Ponía el nombre de Villa, y ya iban dos”.

La próxima parada, El Paso, en Texas, cuya ciudad de enfrente, al otro lado de la frontera, es la desgraciadamente célebre Ciudad

Juárez. “Organizamos un círculo de rezo. Agarré una cruz, sin prestar atención. ¿Qué nombre había? Sé que es increíble lo que cuento, pero decía Juárez”.

En el restaurante Jacumba predomina un olor extraño, nada comparable a esos perfumes de falsos pinares. “Es del agua de la piscina termal”, explica la dueña.

Isolda entró por Chicago. Fue a hacer de babysitter.Aterrizó para una temporada y se pasó más de veinte años. Al acabar esa etapa, del brazo de su marido se mudó a este pueblo, de poca población fija aunque de casas dispersas por un territorio árido. “Las cosas no han cambiado desde que pusieron el muro. Llegan menos, aunque esta continúa siendo la tierra de la leche y la miel. Siempre hay gente dispuesta a buscar un sitio mejor para vivir”.

Que hay menos foráneos que intentan desafiar la legislación estadounidense lo certifica Jerry Conlin, agente de los patrulleros de la frontera. “La crisis económica juega un papel importante – señala-, pero también es esencial la mejor calidad de nuestro trabajo. Es una combinación de ambos factores”. Conlin hace este comentario en el cuartel del sector de San Diego minutos antes de emprender una ruta por la valla que separa a los dos países. Las aprehensiones de mexicanos ascendieron hasta finales de enero a 11.056 personas. El año fiscal anterior (del 1 de octubre al 30 de septiembre) hubo 68.565.

El porcentaje ponderado ofrece un decrecimiento importante, del 23%. No es que se les cuelen más, bromea, es que lo intentan menos. El retroceso aún es mucho mayor si se compara con los picos registrados hasta que pinchó la burbuja, 152.460 en el 2007 y 162.390 en el 2008.

“Hacemos el 45% de las aprehensiones que se realizan en la línea con México”, asegura. A ellos les corresponden algo más de 60 millas (unos 100 kilómetros). En 44 disponen de muralla, que no es doble en todos los tramos. La primera está construida con las planchas que el ejército de Estados Unidos utilizó para hacer las plataformas de aterrizaje y despegue de helicópteros en la guerra de Vietnam.

Circulando entre vallas, con vistas a Tijuana, en los tejados de algunas casas del cerro se observa cómo los mexicanos vigilan con prismáticos los movimientos de los patrulleros. Conlin se detiene frente a una escotilla tipo submarino gigante. Ahí abajo se encuentra el túnel que descubrieron en diciembre del 2009, el más sofisticado de los hallados. Arrancaba en unos almacenes del otro país y lo descubrieron a medio camino. “Es evidente que estaba destinado al tráfico de drogas por la inversión que significa su construcción”, precisa.

Pese a las reiteradas acusaciones de que los vecinos no colaboran, Conlin reconoce que la información les vino de sus colegas del otro lado. Pero el agente se encoge de hombros al cuestionarle que, a la inversa, las armas que salen de Estados Unidos nutren a los carteles mexicanos.

El pasado noviembre descubrieron dos túneles más. Razón por la que este año triplican las incautaciones de marihuana.

El paseo acaba en el Pacífico, a la sombra de la plaza de toros de Tijuana. Hasta la playa está dividida. En el lado sur hay gente jugando en la arena. En la vertiente norte, la soledad, pese a que por ahí debe haber escondido algún patrullero listo para coger la moto acuática y detener al surfero o al nadador que intenta traspasar la barrera inexistente del oleaje.

En estos momentos, el cuerpo de los border patrol cuenta con 2.600 miembros, 1.100 más que en el 2005. A Conlin le parece poco. “Pondría más valla y más recursos humanos y tecnológicos”.

David Shirk le contradice. Este profesor de la Universidad de San Diego y director del Trans-Border Institute sostiene que “cada dólar que invertimos en reforzar la frontera tiene un retorno escaso”. El montaje de la militarización actual cuesta 40.000 millones al año, indica. La contrapartida aún es más cara si se considera el incremento en el número de muertos al intentar cruzar.

En los años ochenta, sin barreras, había de 20 a 40 defunciones anuales, ahogados en el Río Grande/ Río Bravo o atropellados en la autopista. En los últimos tiempos, con el incremento de la vigilancia y su sofisticación, se ha alcanzado incluso la media de 400 fallecidos al año. Se han de buscar rutas más arriesgadas. La deshidratación o el frío son las causas principales de mortalidad.

“Podemos estar seguros y tener una frontera eficiente”, proclama Rubén Barrales, presidente de la Cámara de Comercio de San Diego. Si Conlin pide más vigilancia, Barrales reclama menos trabas. Su institución intenta que, además de los pasos de San Ysidro y Otay Mesa, se abran otros dos. “Al año perdemos más de 5.000 millones de dólares por el impacto de las colas que vehículos y personas hacen al entrar o salir de Estados Unidos”,

En San Ysidro impresiona la caravana de camiones. Como impresiona ver regresar a miles de mexicanos, cargados con bolsas, quea diario cruzan para ir a comprar a las grandes superficies estadounidenses. Son los que disponen de un pase especial, que les facilita adentrarse 25 millas (40 kilómetros) en territorio de Estados Unidos, por un periodo máximo de 29 jornadas consecutivas.

De vuelta al Jacumba, Morones sigue con sus peripecias. Como la de los siete de Querétaro, a los que vio detrás de unos arbustos contando su dinero. Aél le habían pedido 25 dólares por noche en un motel de carretera entre Tucson y El Paso, mientras que a estos, agotados y sin documentación, les reclamaron 300. Enrique amenazó con un escándalo.

- ¿Pero ya no hay más cruces?

- ¡Oh, sí!

Recupera el hilo. En aquel mismo viaje, y una vez en Redford (Texas) organizaron una vigilia. La hicieron por Ezequiel Hernández, un pastor al que los marines confundieron con un narcotraficante. Le mataron. Tenía 17 años. “Un caso de impacto, porque fue una de las primeras muertes violentas en la frontera”, afirma.

“Saqué una cruz del carro y no decía nada. ¡Qué bueno!, pensé, ya empezaba a estar asustado. Cuando recogí las cosas, descubrí que en el maletero había tres cruces juntas, la giré y en las tres ponía lo mismo: Hernández”.

Ahí se quedó el asunto. “Hasta el año pasado no supe el por qué. La migra mató a Anastasio Hernández y, a los diez días, a Sergio Adrián Hernández. Las tres cruces, los tres Hernández”.

Su relato ha llegado a oídos de Los Tigres del Norte. “Queremos que participen en un festival que se llamará ´el amor no tiene fronteras´ y se plantean hacer una canción sobre esta historia”.

Jorge Hernández. Así se llama el jefe de Los Tigres del Norte.

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