ante el día internacional de la mujer >

Curriculums invisibles

Atesoran una formación académica que ha dado paso a la frustración. Rquia, Iraima y Valentina no han encontrado en Gipuzkoa el mundo que soñaron, pero desempeñan una labor impagable al cuidado de los mayores del territorio.

Diario de noticias de Gipuzkoa, Jorge Napal, 06-03-2011

“Cuántas veces he pensado, ¿qué pinto yo aquí?”, admite con cierta frustración Rquia Arsas. No puede evitar la sensación de estar echando por la borda su juventud. La Facultad de Marruecos le brindó un sueño: estudiar francés para labrarse un porvenir. Ahora, salvo una pizca de nostalgia, poco más despierta aquella escuela en esta mujer de 28 años, que se esfuerza a diario en no conjugar el verbo fracasar. “Suelo decir que traje la crisis”, ironiza mientras compone un gesto amargo. El calendario marcaba el 28 de agosto de 2008 cuando puso sus pies en la localidad de Segura, en la antesala de una recesión cuyo impacto perdura.

El futuro le deparó a Rquia un trabajo ingrato, al cuidado de una anciana de 82 años que mostró un correoso carácter que minó su paciencia, siempre a prueba, en su quehacer diario como interna en el servicio doméstico. Las 24 horas pendiente de ella, al límite, echando mano de sus fuerzas de flaqueza para no claudicar. “Es durísimo, se te pasan muchas cosas por la cabeza. ¡Claro que pensaba en cambiar de empleo!”, resopla la joven. ¿Pero a dónde? ¿Qué hacer?, se preguntaba sin esperar respuesta.

Rquia no es ninguna excepción. El servicio doméstico se ha convertido en un campo abonado a la explotación, pasto habitual de una economía sumergida que hunde sus raíces en uno de los eslabones más débiles de la cadena social. Un sector invisible y paradójicamente contrapuesto: un empleo manchado por el desprestigio social, pero más necesario que nunca ante el progresivo envejecimiento de la población guipuzcoana.

Mujeres formadas

Soñar otras vidas

Ante este escenario, son mujeres extranjeras con un alto nivel de cualificación quienes van cubriendo este creciente nicho de mercado, personas que cargan a sus espaldas una pesada mochila de frustración porque soñaron otras vidas que se muestran esquivas. Se trata de una labor silenciada a la que este periódico ha querido poner voz, con motivo del Día Internacional de la Mujer, que se celebra el martes.

“Es un golpe muy fuerte. El primer día lloré y todo. Es muy duro asimilarlo”. La venezolana Iraima Sandia pasea su mirada por el malecón de Zarautz como si laboralmente se hubiera desdoblado en dos personas. Economista de formación, con una brillante carrera como gerente de administración en Caracas, se dedica hoy a limpiar casas, cuidar de ancianos y ayudar en la cocina.

El cambio de registro es descomunal. Tanto, que hasta hace poco le daba vergüenza desvelar su verdadera ocupación a los compañeros de trabajo que dejó en Venezuela, de donde marchó por motivos de seguridad. “Ahora lo veo de otra manera, pero al principio arrastras mucha frustración. Fíjate que en Venezuela tenía una chica para las cosas de la casa y ahora aquí me he convertido yo en una de ellas”.

Rquia e Iraima van mejorando, y agradecen de corazón la oportunidad que les brindan las personas que les rodean hoy día. Pero ambas saben lo que es entregarse a jornadas interminables a cambio del dinero negro que se maneja con situaciones administrativas irregulares como las que atravesaban.

El servicio doméstico se ha convertido en la única vía de escape para el grueso de este colectivo formado. “La mayor parte de las 429 tramitaciones de regularización que recibimos el año pasado corresponden con mujeres de este perfil, empleadas en el hogar”, detalla Sandra Lourido, asesora en Gipuzkoa de SOS Racismo.

Es evidente el desajuste entre el nivel de formación y el mercado laboral al que tienen acceso, algo que provoca “una constante sensación depresión”.

Es fácil caer en el desánimo cuando ese sector doméstico que inicialmente era un trampolín de entrada, algo provisional, se acaba por convertir en algo definitivo porque no hay expectativa alguna de mejora.

Mirar alrededor no deja de sembrar zozobra: el Estado acumula la cifra más alta de parados desde 1996, nada menos que 4.299.263 personas, de las que 434 se han sumado a las listas de desempleo en Gipuzkoa durante el último mes. Para la estadística, un récord histórico: 41.906 parados que aguardan una oportunidad.

Historiadora

Al cuidado de una centenaria

“Ante este panorama, pasas de querer homologar tus estudios a decir ¡Gracias a Dios que al menos tengo un empleo!”. Valentina Da Silva, quien suscribe estas palabras, cuida de una persona de 99 años que fue maestra en otro tiempo, una mujer que apenas articula palabra hoy día. “Le suelo hablar sobre política, de la actualidad, aunque ella apenas me responde. Lo hago por ejercitar su mente”, precisa esta brasileña de 37 años, licenciada en Historia, con una especial sensibilidad para desempeñar una tarea que se sitúa en las antípodas de su formación.

Como si de un electrodoméstico se tratara, dice que es como darle al reset en la vida, empezar de cero porque las ilusiones con las que llegó a Donostia hace ya ocho años y lo que encontró se parecen tanto como la noche al día. “Al principio no tenía papeles, y es algo de lo que se valen. Te encuentras con un trabajo muy esclavo, mal pagado, pero no puedes hacer otra cosa. Habitualmente se aprovechan de tu inexperiencia”, lamenta.

Da Silva es una historiadora en barbecho, y el contexto no parece precisamente propicio para el cambio. Entretanto, a la espera de que el futuro le depare alguna sorpresa, la mujer sigue cuidando de una anciana físicamente “muy desmejorada” ante la cual esta brasileña se quita el sombrero por su calidad humana.

Una centenaria ajena a las repercusiones de una crisis cuyo fin aguarda su cuidadora, a la espera de que cambie algún día su suerte.

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