Caza al mercenario en el frente rebelde libio

La utilización de huestes subsaharianas por parte del régimen de Gadafi desata una auténtica psicosis

El Mundo, JAVIER ESPINOSA, 04-03-2011

La turba se había concentrado en torno al vehículo que transportaba a los tres africanos. Los jóvenes miraban a la multitud con rostro de pavor. Varios milicianos se habían encaramado en el techo del jeep y amenazaban con hundirlo. «¡Por favor, escuchadme, tenemos que mostrar al mundo cómo Gadafi usa a estos mercenarios!», gritaba el oficial a través de un altavoz intentando contener los ánimos.

Los jóvenes alguno parecía no tener más de 12 ó 13 años apenas podían expresarse. «Somos de Níger», dijo uno. Cuando alguien les preguntó por qué estaban en Libia, todos replicaron al unísono con gestos con los que parecían querer decir que habían venido como otros muchos miles de inmigrantes africanos para «comer».

Pero la furia popular no se atenía a razones. Uno de los jóvenes uniformados intentó golpearles mientras les gritaba: «¡Sois mercenarios!». Aterrorizado, uno de ellos replicó: «No, no somos mercenarios».

Nadie sabe si los tres muchachos que fueron capturados ayer en las cercanías de la aldea de Egaila eran o no pistoleros a sueldo del dictador. Pero las guerras civiles son inmisericordes. Conflictos donde la razón se pierde en medio de las emociones.

La utilización de huestes africanas por el régimen libio para reprimir la rebelión ha creado tal psicosis en el este del país que ahora cualquier originario del territorio subsahariano es catalogado automáticamente como combatiente.

Una situación dramática, ya que el Consejo Europeo de Refugiados y Exiliados estimó durante la jornada que al menos hay 4.000 refugiados subsaharianos atrapados en Libia. «Perseguidos en su propio país, perseguidos ahora en Libia e incapaces de dejar el país, los refugiados subsaharianos deben ser evacuados a Europa urgentemente», señaló desde Bruselas el secretario general de ECRE, Bjarte Vandvik. France-Presse multiplicaba esa cifra y hablaba de cientos de miles.

Mohamed Mussa era uno de los militares que había traído al terceto en el todoterreno. Dijo que los habían encontrado escondidos en medio de las dunas que jalonan esta ruta costera. «¿Tenían armas?», le inquirió un periodista. «Sí», replicó, pero nunca las exhibió. «No se preocupen, nadie les hará daño. Los llevaremos ante un tribunal», añadió.

El desagradable interrogatorio de los cuatro chavales se produjo ayer en los accesos a la terminal petrolífera de Brega, donde las tropas leales a la sublevación han establecido lo que ya es un frente definido en esta contienda fraticida todavía de baja intensidad. Una línea que se apoya en el despliegue militar que han organizado 100 kilómetros más al este, en la villa de Ejdabia.

A las 10 de la mañana, los milicianos se hallaban enfrascados en establecer posiciones de sacos terreros, emplazar cañones y ametralladoras antiaéreas, y desplegar a decenas de activistas en torno a la ruta que une Brega con Ejdabia.

Los combatientes siguen dominados por la convicción de que el ejército de Gadafi, estacionado a unos 150 kilómetros de aquí, intentará avanzar de nuevo sobre este enclave. Al mediodía se dispararon las alarmas aéreas mientras uno de los cabecillas impartía órdenes a gritos.

«¡Si vienen dejadles avanzar para después rodearles en una emboscada! ¡Hay que proteger Brega a toda costa!», clamaba.

El nerviosismo se vio reforzado ante un nuevo ataque de la aviación. Un aeroplano bombardeó a las 9:30 horas de la mañana los accesos al estratégico complejo. Según Ahmed Abdunasser, la aeronave erró su objetivo, un cañón antiaéreo que defendía la zona. El ingeniero, uno de los muchos voluntarios llegados el miércoles a Brega desde Bengasi para defender este lugar, mostró los dos enormes socavones que dejaron las bombas. Hoyos en la arena de varios metros de profundidad.

El diálogo de Ahmed quedó interrumpido por una llamada telefónica. Era su esposa. «Me llama para saber si estoy vivo. Ayer (miércoles) cuando me fui me despedí de ellos. No sabía si iba a volver», precisó.

A 40 kilómetros de Brega, en la depauperada aldea de Egaila, se descubrían las últimas posiciones de los revolucionarios. Un pequeño grupo de soldados encargados de actuar como avanzadilla que debería avisar de cualquier avance de las columnas móviles de Gadafi. Allí se habían detenido dos camiones repletos de empleados egipcios que provenían de Misurata. Eran casi dos centenares. Hacinados como si fueran ganado.

Ala Fati aseguró que han tenido que superar más de 100 controles de militares leales a Muamar Gadafi desde que abandonaron la segunda ciudad del país el miércoles por la tarde. «En Sirte nos pusieron de rodillas y nos robaron los teléfonos. Llevábamos días escondidos, escuchando las explosiones en nuestro entorno», explicó.

El trabajador egipcio de 27 años y todos sus compañeros formaban parte del largo éxodo que se apreciaba en la ruta que se dirige desde Brega hacia Bengasi, donde se sucedían los vehículos cargados de enseres que partían hacia el este intentando alejarse de un territorio que ahora se ha convertido en uno de los principales escenarios bélicos.

A esa misma hora de la mañana Egaila se encontraba ya casi vacía. Lo mismo que el cercano villorrio de Bishr. En Brega, Mohamed decía que casi el 80% de los pobladores de esta villa, todos ellos empleados de la terminal petrolera, han huido del lugar. Él mismo se disponía a abandonarlo junto a sus siete hijos y su esposa.

«Mire, cuente las cinco primeras casas de esta calle están ya vacías. Sólo quedan los hombres. Tenemos miedo. Podemos detener a los mercenarios de Gadafi, pero no a sus aviones», reconoció.

Su vecino Mustafa Endewes ya había enviado a su mujer y su hija el miércoles. Ahora se disponía a evacuar a su hijo. Él pensaba permanecer en Brega. «Llevo 32 años en esta empresa. Me daría vergüenza irme».

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