Manifestación entre barro y escombros

El Mundo, VÍCTOR MARTÍNEZ , 21-02-2011

Con barro hasta las rodillas y sorteando los escombros de la miseria. Cerca de 200 vecinos de la Cañada Real se manifestaron ayer por la zona de la vía pecuaria que roza la urbanización Covibar, en Rivasvaciamadrid, para exigir el cese de los derribos de las casas construidas en esta zona hace años. Además, los moradores reclamaron unas condiciones de vida dignas que aleje del lugar las tremendas condiciones de insalubridad.

«¡No somos perros, somos personas!», coreó una y otra vez una multitud que, ayer, decidió tomar la palabra. «Los vecinos de la Cañada empiezan a ser conscientes de su situación», explica Andrés Arroyo, coordinador en Madrid de la asociación de ayuda al inmigrante Jarit.

Muchos de los habitantes de este núcleo marginal son magrebíes en situación de desempleo. La mayoría de ellos se dedicó hace un tiempo al mundo de la construcción aunque ahora, con la crisis del ladrillo, viven de la chatarra y de otras chapuzas.

Este es el caso de Abdul, de 33 años, a quien hace tres inviernos derribaron su vivienda por orden judicial. Precisamente, la manifestación de ayer- que había partido de dos cabeceras diferentes para unir los sectores 3 y 6- acabó frente a su casa, reconstruida luego con la ayuda de sus vecinos.

En esta parte de La Cañada también habitan muchos españoles. Uno de ellos es Jesús, un obrero de 61 años que lleva 20 afincado en el margen de la vía pecuaria que corresponde al término municipal de Madrid. «Pago el IBI (Impuesto de Bienes Inmuebles) y la tasa de basuras de Gallardón, pero sin embargo soy ilegal», lamentaba en un momento de la marcha.

Precisamente, una de las quejas de los cañadienses va relacionada con la situación de «vacío legal» a la que, aseguran, les empuja «la despreocupación de los políticos». Además, los vecinos dicen ser gravemente perjudicados por «el estigma de la droga». «Nosotros estamos limpios. La parte mala de La Cañada son solo los dos kilómetros aislados al otro lado de la carretera de Valencia», en la zona más próxima a la incineradora de Valdemingómez.

Los asistentes a la marcha portaron cartulinas de colores en las que se podían leer mensajes como No somos delincuentes o ¿Dónde están nuestros derechos?. En el pasacalles reivindicativo también participaron algunas madres que se empeñaron en empujar el carrito todoterreno de sus bebés por el barrizal.

«Los vecinos queremos asfaltar el suelo con nuestro dinero, pero los políticos no nos dejan», protestó Yolanda, una madre «muy preocupada» por la situación en la que están creciendo sus hijos. «Sólo queremos es que nuestros niños lleguen limpios al colegio cuando llueve, porque aquí los charcos y el barro se quedan mucho tiempo», suplica.

Según las estimaciones de la Asociación Jarit, las demoliciones de La Cañada afectarían a los más de 300 menores que viven en esta zona. Estos, en cambio, solo piensan en que les arreglen la calle para poder jugar a gusto. «Cuando llueve no puedo sacar la bici porque me caigo y me lleno de barro», explicó Ali, un niño de 11 años. Más en el futuro piensan aquellos que ya van al instituto. Algunos de ellos ya sueñan con ser médicos o abogados para poder salir, en un futuro, del submundo invisible de la Cañada Real.

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