La Policía detiene durante 12 horas a una niña brasileña de 10 años
Había venido a reunirse con sus padres, que la esperaban en el aeropuerto de Barajas
El Mundo, , 15-02-2011Larissa venía de Brasil vestida de niña nueva, la ropita de estreno para cruzar el mar y vivir con mamá y papá el sueño de España. La abuela le dijo adiós en el aeropuerto de Sao Paulo y la Policía se la quedó en el de Madrid. Doce horas. Detenida. «Me decían que no tenía papeles, que sólo llevaba 90 centavos y que me iban a devolver a Brasil. Me trataron como a una adulta», dice ahora con la lengua amarilla de piruleta.
La cría en la Sala de Inadmitidos de Barajas y papá y mamá esperándola a unos metros, donde trabajan esas puertas automáticas que se abren y se cierran. Y se cierran. Y se cierran. Doce horas. La policía se quedó con su pasaporte, le quitó el permiso de viaje sellado por el Consulado brasileño, le asignó un abogado de oficio, y un intérprete firmó por ella la denegación de entrada en España y su expulsión a Brasil. Detenida. Larissa, la ilegal. Larissa, la avalancha. Larissa, 10 años.
Ésta es la historia del 23 de enero de 2011 en el puesto fronterizo del aeropuerto de Barajas, una habitación sin patria pero con potestad, el poder para tener 12 horas detenida a una niña de 10 años y decidir su expulsión aduciendo falsamente que no hay nadie al otro lado de la sala que responda por ella. Es la historia de una abogada que logra que la Fiscalía de Menores paralice la devolución. Es la historia de una fiscal que envía a la pequeña a un centro de menores en vez de con papá y con mamá. Es la historia de una investigación del Defensor del Pueblo. Es la historia de unos padres que fueron por la mañana a recibir a su hija a Barajas tras cuatro años sin verla y la sacaron 14 horas después del edificio de los desamparados.
Ángela y Geraldo llevan cuatro años aquí buscándose las vidas. Dejaron a Larissa y vinieron con un vacío de sangre a probar supervivencia. Son sin papeles, pero tramitan la residencia porque cumplen requisitos. Por ejemplo, el del arraigo social.
Hace dos años tuvieron un hijo: Arturo. Y Arturo nació aquí. Arturo, el español. Antes de esta Navidad, Ángela y Geraldo pensaron que Arturo tenía una hermana y Larissa un hermano que no se habían mimado. Y decidieron traer a la niña. El 13 de diciembre de 2010, los padres firmaron en el Consulado brasileño en Madrid un permiso de viaje para ella. Del documento se hicieron dos originales. Uno se quedó en la oficina consular y otro se envió a Brasil para que Larissa viajara con él.
El 22 de enero, la niña voló a Madrid con las ganas de ver a sus padres y conocer al pequeñajo tan nuevo, la mejor maleta de su vida. Y la carpeta rosa. La abuela había metido ahí pasaporte, libro de familia y el original del consulado. Los papeles.
A las 10.00 horas del 23 de enero, una azafata de la compañía TAM acompañó a Larissa hasta la frontera de Barajas, dónde imaginó que los agentes sellarían el pasaporte de la pequeña y la acompañarían al otro lado para dejarla con sus padres. La cría entregó a los policías su pasaporte y su permiso de viaje y les dijo que venía a reunirse con sus padres, que la estaban esperando allí mismo.
Y el domingo se volvió lunes.
Según la resolución de la Policía, «el pasajero/a no reunía el requisito de presentar los documentos que justifiquen la estancia prevista y carece de medios de subsistencia suficientes en relación con su estancia». Así, acordó «denegar la entrada en el territorio nacional» y «el regreso a Sao Paulo, que se efectuará a las 20.50 horas del 23/01/11 en la Compañía transportadora TAM».
Todo ocurrió mientras los padres veían salir por la T-1 a todos los pasajeros del vuelo de Sao Paulo menos a su hija. «Nos pusimos nerviosos y preguntamos a un policía. Él entró en un lugar y al rato salió y nos dijo que Larissa estaba en una sala y que los policías le estaban preguntando», cuenta Ángela entre sollozos porque lo que pasó ya siempre le está pasando. «Pidió nuestros nombres y teléfonos y nos dio el número de la sala donde estaba mi niña».
La denuncia presentada ante la oficina del Defensor del Pueblo por la abogada Patricia Fernández relata que los policías «impidieron el contacto de la niña con sus padres, consiguiendo sólo en una ocasión hablar con ella». La queja sostiene que los agentes «obviaron que sabían que los padres de la menor se encontraban en territorio nacional, porque así se lo había expresado la niña, porque ellos mismos habían contactado con la Policía del Aeropuerto, porque constaba en el permiso de viaje expedido por el Consulado de Brasil en Madrid y que la niña entregó a la Policía ‘en una carpeta rosa’, según su relato, y porque la azafata tenía conocimiento del hecho».
La letrada asegura que los policías acordaron el «interrogatorio de la menor», que le asignaron un abogado de oficio y un intérprete «sin tener consideración respecto a su minoría de edad, toda vez que con 10 años no puede ser sometida a ningún interrogatorio sin la presencia de sus padres o representantes legales». «La Policía Nacional conocía que sus padres se encontraban en España y omitieron deliberadamente ese dato en el expediente administrativo», mantiene el texto.
En la tarde de aquel domingo tan lunes, Fernández logró que la Fiscalía de Menores estudiara el caso. La fiscal saludó a los padres, oyó a la abogada defender el argumento del interés supremo del menor y suspendió de inmediato la devolución de la niña a Brasil. Pero no encomendó la guarda a los padres, sino que ordenó que Larissa ingresara en el Centro de Primera Acogida Isabel Clara Eugenia. Más lunes.
A las 23.00 horas, 11 después de que Larissa aterrizara en Barajas, un coche esperaba aparcado a la entrada del centro de acogida. Dentro se mordían las uñas los padres de la cría, la abogada y el sacerdote Javier Baeza.
Al poco, apareció un coche de la policía. Baeza narra la escena: «El padre de la niña se acercó al coche y vio que en el asiento de atrás estaba Larissa. Ni siquiera tocó la ventanilla, ni siquiera rozó el coche cuando un policía se bajó y le impidió que se acercara mientras ordenaba al guarda del centro que abriera rápido la verja. Larissa veía a su padre y daba golpes en el cristal desde dentro del coche. Yo me bajé también y le grité al policía que qué estaba haciendo, que les dejara abrazarse. Fue inútil. En cuanto se abrió la valla, el coche derrapó como si le persiguiera el diablo y se metió en el centro».
Una hora más tarde, la abogada y el centro arreglaron el asunto y Larissa pudo abrazar a papá y a mamá. Cuatro años y 14 horas después.
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