Madrid

La mirada del otro

ABC, , 31-01-2011

LOS NEGROS HH
Autor: Jean Genet. Adaptación: Juan Carlos Arecha. Dirección: Miguel Narros. Escenografía: Andrea D’Odorico. Vestuario: Paco Delgado Iluminación: Juan Gómez Cornejo. Música: Luis Miguel Cobo. Intérpretes: Elton Prince, Boré Buika, Claudia Coelho, Carmen Mangue, Isaac Vidjrakou, Marilyn Torres, Leonid Simeón, D’Noé, Jennifer Rope y Mansueto Manel, entre otros. Teatros del Canal.Madrid.
Desde el punto de vista de la orgullosa sociedad blanca, desde las balaustradas del colonizador, el negro es el otro por excelencia, el distinto que amenaza la confortabilidad del dominador y el que la sustenta, el que hace que en las conciencias bufen los fantasmas del miedo y quien suscita un desasosegador estremecimiento de fascinación y deseo. Jean Genet, que se situó siempre en la acera de la otredad e hizo de ello una constante de su estilo, casa en «Los negros» (1959) ese escalofrío que produce la mirada del otro con su inclinación escénica por los ceremoniales del poder. Así, construye un inquietante juego de espejos en el que un grupo de personajes de color dispone un simulacro de la justicia del dominador para juzgar al supuesto asesino de una mujer blanca, cuyo túmulo ocupa el centro del escenario.
Son actores que interpretan y comentan esa liturgia judicial ante los espectadores, lo que añade un estrato metateatral a la complejidad de las referencias y reflejos que baraja el autor. Un grupo de ellos, que asiste al proceso desde un alto estrado, encarna con opulentos ropajes y máscaras blancas las alegorías del poder colonial: una reina, un juez, un gobernador, un misionero… Si para esos blancos el negro es depositario de una culpabilidad endémica, Genet urde la paradoja de que una caterva de culpables juzgue a un culpable y, a la postre, sea ese poder el que resulte juzgado y su justicia de blancos quede reducida a un ritual carnavalesco que enfrenta un mundo en decadencia con otro nonato, lastrado por la mímesis sincrética del primero.
Miguel Narros, que desde hace cuarenta años atesoraba la idea de montar esta obra, ha reunido un eficaz reparto de actores de color, como reclama el texto, y planteado una vibrante puesta en escena, rebosante de ritmo, plasticidad y densidad simbólica, una fiesta en cuyas entrañas retumban los tambores de la ira. Todo transcurre en un espacio escénico dominado por dos estrados de diferentes alturas, una propuesta de Andrea D’Odorico evocadora de los tablados con guillotina de la revolución francesa. Responden los intérpretes, suenan bien y potentes sus voces —algunas en castellano impoluto y otras arañadas por acentos evocadores— y cautiva su aparato gestual. Poderosa la presencia de Elton Prince, Marilyn Torres y Boré Buika, honda en matices la de Claudia Coelho, por citar algunos nombres del amplio elenco. En la función, estupendamente acabada, pesan no obstante, en algunos momentos, la frondosidad poética, a veces farragosa, del texto de Genet, sus reiteraciones y ciertos componentes esquemáticos de su discurso, seguramente ya superados por la devoradora realidad de buena parte de las antiguas colonias.

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