«Yo soy de aquí»

El Correo, M. DÍAZ / J. MEAURIO, 30-01-2011

Los hijos de los primeros inmigrantes, aquellos que actuaron como pioneros en sus países y se lanzaron al sueño europeo a finales de la década de los 90, son ya adolescentes, nacieron en Euskadi y tratan ahora de integrarse en la compleja sociedad vasca a una edad en la que nada es tan fácil como parece. No se conoce su número porque a todos los efectos son chavales españoles, vascos, vitorianos, donostiarras, bilbaínos o durangueses. A veces solo sus rasgos delatan su origen familiar. Son seguidores del Athletic, la Real o el Baskonia; muchos se han escolarizado en euskera y afrontan el futuro con la expectativa de que sea mejor que el presente y, por supuesto, que el pasado que dejaron sus padres en sus países de origen. Julene, descendiente de una estirpe rusa afincada en Rumanía y Jorge Liao, de familia china, relatan en EL CORREO cómo es la vida en Euskadi cuando uno es vasco, pero sus apellidos dicen lo contrario.

«En la escuela me preguntan por qué no hago la comunión. Mi religión es otra, les digo». Dulce, tímida y con la alegría propia de la infancia, Julene Gherasim no se diferencia a simple vista de sus compañeros de tercer curso de Primaria del colegio público Ignacio Zubizarreta de Igorre. Habla euskera – estudia en modelo D – y también castellano, toca la trikitixa y algunas de sus mejores amigas son Iraide, Mar y Juncal, todas euskaldunes. Sin embargo, sus padres Stefan y Liudmila nacieron en Rumanía y son ruso – lipovenos. Ella, pese a su corta edad, lo tiene claro: «¿De dónde soy? Yo soy de aquí».

Julene es la segunda generación de inmigrantes ruso – lipovenos, una comunidad de gran poso cultural y religioso arraigada en la zona del Duranguesado y Arratia, donde cuenta con más de 400 familias. Con apenas nueve años, Julene cambia del euskera al ruso o al rumano sin pestañear y practica la religión ortodoxa como así la han inculcado sus padres, fieles practicantes.

Su padre, Stefan Gherasim, es consciente de las dificultades que tienen para que los jóvenes continúen con las tradiciones del país en el que nació hace 42 años, pero no desiste en tratar de inculcárselas a su hija. Con este empecinamiento persigue que Julene sepa cuáles son sus raíces y aprenda a amarlas. «Nuestros antepasados eran rusos que emigraron a Rumanía hace 400 años. Nosotros hemos conservado sus costumbres, la religión ortodoxa y el idioma», argumenta.

Tres años de ‘ilegal’

El padre de familia llegó al País Vasco hace 16 años con la intención de labrarse un futuro mejor y después de tres años como «ilegal» trabajando en el monte talando árboles consiguió la residencia. Tan solo un año después de aquella difícil etapa y cuando ya había conseguido un puesto de trabajo en el sector de la construcción y las reformas, llegó su esposa Liudmila para asentarse en la localidad de Areatza, donde nació la primera hija de este matrimonio. Ahora que echa la vista atrás, no duda en admitir que los primeros años fueron difíciles, sobre todo para Liudmila, que hoy cuenta con 36 años. «Fue duro, sobre todo hasta que conseguí hacerme con el idioma», dice en referencia el castellano. El euskera se le escapa. Su hija le traduce al ruso sus deberes para que pueda ayudarla con las tareas escolares. La pareja consiguió adaptarse a la vida de Areatza, donde conserva grandes amigos con los que siguen quedando a menudo.

«Íbamos incluso a la iglesia del pueblo porque por entonces éramos los únicos ortodoxos de la zona y no contábamos con una parroquia como tenemos hoy», recuerda feliz Liudmila, que no trabaja fuera de su hogar. Desde que hace algo más de dos años se abriera la primera iglesia cristiano – ortodoxa en Amorebieta, donde se concentra la comunidad ruso – lipovena más numerosa del territorio español, la familia Gherasim acude cada domingo a los actos religiosos junto a otros miembros de su comunidad.

Pese a los estrechos vínculos que mantiene con la comunidad ruso – lipovena, de cuya asociación cultural es directivo, Stefan reconoce haber superado la nostalgia. «A las tres semanas de llegar a Rumanía de vacaciones estoy deseando volver. Aquí estamos muy bien», afirma. De hecho, hace seis años compraron una casa en Igorre y con sus propias manos la está reformando «poco a poco». Considera que su familia ya ha echado raíces en esta localidad vizcaína y más ahora que acaba de tener a su segundo hijo. Alexandro, otro vasco en la familia, nació hace apenas un mes en el hospital de Cruces, en Barakaldo.

La cocina vasca, mejor

Jorge Liao Zhang es otro de estos jóvenes, de estos nuevos vascos. Jorge ha visitado en tres ocasiones a sus parientes en la ciudad portuaria china de Wenzhou, al sur de Shangai, pero prefiere vivir en San Sebastián. Aunque hijo de chinos, se siente donostiarra, capital en la que nació hace 17 años y en la que siempre ha vivido. Disfruta con la tamborrada, la fiesta de Santo Tomás o con las victorias de la Real y se pierde por las calles del centro con su amplia cuadrilla por los alrededores del pub Molly Malone.

Asegura que nunca se ha sentido extraño por ser una persona con rasgos chinos viviendo en Donostia, a la que llama «mi ciudad». «Me siento plenamente integrado y es que, además, soy de aquí. Salvo mi familia, todas mis relaciones son con gente de San Sebastián», explica con naturalidad.

Recuerda sus pasos por una guardería de la calle Prim, el colegio San José, luego Amara Berri, San Patricio y ahora su primer año de Bachillerato en Nazaret. De todo este periodo formativo le queda el desenvolverse en euskera, castellano, inglés… y chino. Un chico con suerte. Tiene ante sí todo un horizonte abierto a enormes posibilidades de trabajo. Sin embargo, Jorge quiere ser DJ. «Me gusta pinchar discos y ya lo hecho un par de veces en algunas fiestas. Mi pasión es la música electrónica, aunque mi padre quiere que me oriente hacia otras cosas. Ésas son nuestras pequeñas broncas, como las de cualquier familia», dice con una sonrisa.

Jorge vive en Amara con su hermana Elena, sus padres Carlos Liao y Aiwen Zhag y con sus abuelos paternos. Dos de sus tías residen también en la capital guipuzcoana lo mismo que tres de sus primos. Forman así una gran familia que se reúne en fechas tradicionales. «Mi padre es el presidente de la asociación de chinos de Guipúzcoa y ellos tienen sus actividades, pero quitando un compañero chino que tuve cuando estudiaba en San Patricio, todas mis relaciones son con gente de aquí», señala.

Las razones por las que el destino hizo que Jorge naciera en San Sebastián se explican en la trayectoria de su padre. «Él y un hermano suyo vinieron de China a Europa en busca de una nueva vida. Primero llegaron a Holanda, donde se quedó a vivir mi tío. Mi padre fue luego a Portugal y finalmente recaló en San Sebastián, un sitio que le enamoró. Montó su primer restaurante y mi madre se vino desde China. Y así hasta hoy. A mi madre sí que le gustaría volver a China. Allí están sus padres y sus hermanos y sobrinos, pero mi padre, mi hermana y yo estamos muy contentos en Donostia».

Si le preguntas si suele ir con sus amigos a cenar a un chino, responde divertido que solo una vez. «A mí me va más la comida de aquí, la china me gusta menos», asegura antes de montarse en su moto Derby Supermotar, con la que se aleja hacia el centro de la ciudad.

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