La buena facha

El Correo, FERNANDO ITURRIBARRIA, 23-01-2011

Madre de una niña y de dos gemelos fruto de un primer matrimonio. Dos veces casada y otras tantas divorciada. Vive en pareja con su actual compañero. Bautizada, pero educada en la enseñanza pública. Católica no practicante y algo anticlerical. Contraria a la penalización del aborto, antigua abogada de oficio de inmigrantes en situación irregular. La madrina de su hija es una martiniquesa de piel negra. Juerguista, fumadora y mal hablada. Moderna, simpática y sonriente…

Pocos rasgos en este retrato – robot invitan a pensar en la descripción de la nueva jefa de la ultraderecha francesa. Marine Le Pen acaba de ser elegida presidenta del Frente Nacional (FN), el partido que su padre lideró sin interrupción desde su creación en 1972. Una mujer irrumpe triunfante en el universo machista y marcial del extremismo neofascista para ponerle cara amable y seductora. Es «la extrema derecha con rostro humano», como sentencia el filósofo Bernard – Henri Lévy. Una rubia de buena facha sustituye a la bestia parda. La princesa releva al ogro en los cuentos de miedo a la democracia. Pero todo el mundo sabe que es una Le Pen, el vivo retrato del padre. Un clon de ideas marinadas por instinto de conservación.

Marine es la más pequeña de las tres hijas del caudillo octogenario, que el 20 de junio cumplirá 83 años. La menor de un trío de valquirias criadas a los sones wagnerianos en el tocadiscos de papá. Herederas de un patriarca frustrado por no haber tenido un hijo varón perpetuador de la estirpe. La primogénita, Marie – Caroline, era la llamada a asumir el legado político paterno. Caro, para los íntimos, estaba predestinada a ser el brazo extremo derecho del padre. Pero traicionó las esperanzas sucesorias y en la escisión del FN de 1998 se marchó con su compañero Philippe Olivier, lugarteniente del felón Bruno Mégret.

El cabeza de familia la repudió en directo por televisión. «Hay mujeres que tienen la costumbre de seguir a su marido o a su amante antes que a su padre», bramó el cornudo de las lealtades inquebrantables. Marine dijo entonces que su hermana superaba «su complejo de Edipo a los 40 años». Hoy Olivier es el consejero político en la sombra de la flamante presidenta del FN.

«Esta familia es como ‘Dallas’: sus miembros se detestan, pero siempre terminan por reconciliarse», resume Lorrain de Saint Afrique, exconsejero en comunicación frentista. Caro nació cinco meses antes del matrimonio de sus padres. Le Pen se casó el 28 de junio de 1960 con Pierrette Lalanne, que se había divorciado diez días antes de uno de sus amigos. No pasó, pues, por el altar y tampoco brindó a sus hijas una educación religiosa. «Puestos a sufrir una enseñanza comunista, mejor hacerlo sin el aval de la fe católica», decía. «En los Le Pen hay un aspecto anarquista de derechas, pasan del qué dirán y les divierte provocar», comenta Marie – Christine Aranautu, amiga de la familia. La culpa genética tal vez la tenga la madre.

La madre, en ‘Playboy’

Pierrette abandonó el hogar el 10 de octubre de 1984. Metió unos cuantos vestidos en un par de bolsas y dijo que iba a acompañar a una amiga al aeropuerto. En realidad, huyó con un periodista que preparaba una biografía de su marido. Después del divorcio pronunciado a su favor, Le Pen aconsejó a su ‘ex’ limpiar pisos si necesitaba dinero en una entrevista concedida a ‘Playboy’. Pierrette pidió un derecho de réplica a la revista que le ofreció posar vestida únicamente con un delantal de criada para unas fotos en las que se le veía el plumero.

El escándalo unió aún más al padre con las hijas. «Una madre forma parte de un jardín secreto no de un vertedero público», dijo Marine. Quince años más tarde las tres hermanas reanudaron las relaciones con su progenitora. «Tenemos el perdón bastante fácil. Más allá de un vínculo fraterno normal estamos atadas por los acontecimientos que hemos sufrido», concede Marine, quien confiesa tener aún ese ‘Playboy’ atragantado.

La benjamín alcanzó la edad de la razón entre los cascotes del domicilio familiar en la calle Poirier de París, destrozado por un bombazo en 1976. Con ese atentado, en el que no hubo heridos de milagro, comprendió que su padre tenía enemigos mortales. Pero también ricos simpatizantes filántropos. El ultra Hubert Lambert, heredero de los cementos del mismo nombre, legó a Le Pen el palacete de Montretout, en Saint Cloud, desde el que se disfruta de una extraordinaria panorámica de París.

La familia se mudó a la mansión en la que todavía viven la madre arrepentida, la hermana mediana Yann y Marine, que ocupa un loft habilitado en las antiguas caballerizas. El patriarca conserva su despacho, pero reside en casa de Jany, una griega amiga de Brigitte Bardot, con la que se casó en 1991. «El clan se vuelve a formar. Tenemos lazos familiares muy fuertes. Pero yo no tengo ningún problema de cordón umbilical», proclama Marine.

El rechazo social suscitado por su apellido ha forjado el fuerte carácter de la heredera política, de la que su madre dice que es «Le Pen con pelo». Cuentan que en 1984, cuando el diario ‘Libération’ reveló el pasado torturador en la guerra de Argelia del progenitor, la pequeña entró en clase con los brazos levantados y los puños cerrados, un gesto típico del antiguo paracaidista, en respuesta a quienes le llamaban en el colegio «la hija del facha».

Con vocación de ser juez de menores, Marine cursó la carrera de Derecho y comenzó a trabajar en el bufete de Georges Paul Wagner, amigo de papá y editorialista del diario ultraderechista ‘Présent’. Un día le tocó defender de oficio a un argelino amenazado de expulsión y alegó al tribunal que «su país es Francia». «Combatimos una política, no a individuos», clamó para la galería la hija del cruzado xenófobo contra la invasión extranjera. Un colega recuerda que «era eficaz para defender a los inmigrantes irregulares porque se apellidaba Le Pen». «Pero cuando entraba en la cafetería del Palacio de Justicia siempre había alguien que se levantaba y se marchaba», añade.

Ese vacío frustró su tentativa de hacerse abogada de negocios pues la clientela le daba la espalda. En 1994 se convirtió en directora del servicio jurídico del FN, un puesto expresamente creado para ella. Fue un trampolín para lanzarse a la política profesional, una piscina en la que nada desde pequeña porque «cayó en ella como Obélix en la poción mágica», gusta de repetir el mentor de la también conocida como Jean ‘Marine’ Le Pen.

La revelación al gran público se produjo en las presidenciales de 2002. Le Pen había dado en la primera vuelta la campanada de apear al socialista Lionel Jospin del duelo final. Pero en la ronda decisiva el conservador Jacques Chirac acaparó el 82% de los votos con la masiva aportación del reflejo antifascista de la izquierda. Las huestes frentistas andaban escasas de voluntarios para comentar en los platós televisivos aquella humillación electoral.

Estrella mediática

El director de comunicación mandó entonces a Marine a un debate y los sismógrafos de las audiencias registraron un big – bang político. Acababa de nacer una estrella mediática de telegenia arrolladora, locuacidad populista y agresividad sonriente. Un calco femenino a imagen y semejanza ideológica del padre, pero sin las querencias nostálgicas de la Segunda Guerra Mundial, de la guerra de Argelia y otras hazañas bélicas del pasado ya que ni siquiera conoció el Mayo del 68.

Divorciada de Frank Chauffroy, un empresario que trabajó para el FN, y de Eric Iorio, antiguo secretario para las elecciones del partido ultraderechista, Marine Le Pen vive en pareja con Louis Aliot, miembro del comité central. Pero muy celosa de su intimidad, evita hablar de su vida privada para proteger a sus tres hijos – Jean, de 13 años, y los gemelos Matilde y Luis, de 12 – , que «no tienen que sufrir las consecuencias de mi actividad pública». «Cuando te gusta el foie – gras no estás obligado a interesarte por la vida del pato» , sentencia con su habilidad para las fórmulas comprensibles y divertidas.

La universitaria que cerraba a menudo el Apocalipsis, la discoteca de moda en sus años mozos estudiantiles, sorprende a sus correligionarios con sus imitaciones de Dalida y al defender que el tecno y el rap también son expresiones musicales.

Sus detractores aseguran que es nula en economía y que sus aficiones literarias limitan con la lectura de Harry Potter. Consciente de que la imagen es una baza maestra en la sociedad del espectáculo, se ha cambiado de peinado, ha renovado su vestuario y ha adelgazado once kilos a régimen en una clínica de Suiza. Todo por la buena facha.

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