Bezabeh, otra vez 'sin papeles'

Fue a los juzgados sin abogado y huyó descompuesto ante los medios / Reafirmó el testimonio contra su técnico como 'dopador' / El atleta de origen etíope, ex emigrante ilegal, está en un limbo deportivo

El Mundo, LUIS FERNANDO LÓPEZ / Madrid , 21-01-2011

Como el animalillo que trata de huir de una cerca eléctrica. «La cerca eléctrica actúa como una barrera psicológica y no requiere de púas», se ofrecen por internet los instaladores, que venden con entusiasmo las virtudes de su creación. La cerca eléctrica, dicen, es más poderosa que las convencionales de alambre y espinas, se interioriza, se queda a vivir en la mente, enseña a base de calambres que es imposible escapar. Así estaba Alemayehu Bezabeh, en una cerca eléctrica donde cada periodista era una descarga. Bezabeh, un perrillo abandonado que retrocede ante cualquier humano, tras una vida recibiendo patadas. Bezabeh, desamparado.

Un pasado como emigrante etíope sin techo que le ampare en las calles de Madrid; un presente que se supondría agradable como plusmarquista español de 5.000 metros, campeón de Europa de cross en 2009, recién casado y padre inminente; un futuro, sin embargo, en el limbo. Y el limbo no existe, según admitió la propia Iglesia Católica.

Bezabeh, de profesión atleta y sin poder correr, después de verse implicado en la operación Galgo. Lo detuvieron junto a su entrenador, Manuel Pascua, cuando llegaba a El Escorial para, supuestamente, reinfundirse su propia sangre, una práctica considerada dopante. Por eso declaró ante la Guardia Civil aquel 9 de diciembre. Ayer confirmó ante la juez lo dicho en el cuartelillo, palabras incriminatorias contra Pascua, imputado por un delito contra la salud pública, penado con hasta dos años de prisión. Como adelantó este diario el pasado miércoles, en su declaración se había presentado como víctima de un tratamiento de dopaje que desconocía, al que fue inducido y que inició engañado por su técnico. Bezabeh creía que Pascua le llevaba al doctor para conocer la causa de su ictericia, el porqué de sus amarillentos ojos, de los mareos y de la fatiga cuando llega el calor. Le sacaron una bolsa de sangre el 15 de noviembre y le dijeron que volviese el 9 de diciembre para reinfundírsela.

Antes de hacerlo, fue detenido. La intención de doparse no se penaliza en España, aunque sí es suficiente para una sanción deportiva en el ámbito internacional. Pero, ¿tiene intención quien no tiene conocimiento? ¿Es creíble que un atleta de élite no sepa de qué va el cuento? A priori, no, aunque resulta probable si se tienen los orígenes de Bezabeh y si se tiene una relación de dependencia como la de Bezabeh con su entrenador. Y, definitivamente, la hipótesis del engaño parece creíble cuando se observa a Bezabeh en acción. Vulnerable, desorientado en esta realidad tan alejada de su mundo.

Bezabeh sale del juzgado número 24 a las 11.55 horas, 34 minutos después de iniciar su declaración. Coge el ascensor en la séptima planta de los juzgados de plaza de Castilla. No tiene abogado, no le acompaña su representante, no le asiste nadie de la Federación de atletismo. Solo. Mejor dicho: abandonado. Y descompuesto. Asfixiado. Un drama.

Sin levantar la vista de sus zapatos, contesta con tres silenciosos «sí» a las preguntas: «¿Estás bien?», «¿entendías bien lo que te preguntaban?», «¿te reafirmaste en tu declaración ante la Guardia Civil?». Se apea en la primera planta y baja por las escaleras hacia la salida. Otea el horizonte. Ve cámaras. No quiere salir. Se vuelve hacia los policías. Quiere saber si puede abandonar los Juzgados sin ser frenado por los medios, que había evitado con una llegada muy temprana, sobre las 8.45 horas.

Alemayehu comienza una errante peregrinación. Sube por la escalera a la primera planta. ¿Qué busca? Huye hacia la segunda. Trepa a la tercera. Ni siquiera atiende a los periodistas que perdieron el interés en preguntarle, los periodistas que, a la vista de su estado, ofrecen el hombro. «No, no, no me gusta». «No, no, no molestes». Vuelve a bajar a la planta cero. Otra vez se dirige a los policías. Y otra vez sube a la primera planta, donde enciende el móvil. Telefonea a alguien y se convence de que, salga por donde salga, le recibirán flashes. Entonces, se lanza a la calle. Pobre Bezabeh. Zigzaguea entre los fotógrafos y los cámaras. Pasos sin equilibrio, angustiados, inciertos. Para un taxi. Bezabeh es libre.

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