UNA SOLA FAMILIA HUMANA

Las Provincias, CASIMIRO LÓPEZ |, 09-01-2011

El próximo 16 de enero celebramos con toda la Iglesia la Jornada Mundial de Migraciones, que como el Papa nos recuerda, nos brinda la oportunidad de reflexionar sobre el creciente fenómeno de la emigración, de orar para que los corazones se abran a la acogida cristiana y de trabajar para que crezcan en el mundo la justicia y la caridad, columnas para la construcción de una paz auténtica y duradera. ‘Como yo os he amado, que también os améis unos a otros’ (Juan 13, 34) es la invitación que el Señor nos dirige con fuerza y nos renueva constantemente: «Si el Padre nos llama a ser hijos amados en su Hijo predilecto, nos llama también a reconocernos todos como hermanos en Cristo». Estas palabras del Santo Padre son claras ante las reticencias y los prejuicios aún existentes entre nosotros ante la inmigración y ante la acogida de inmigrantes y el modo de relacionarse con ellos. La emigración ha existido siempre. Hoy reviste gran magnitud. A pesar de la crisis económica, son miles las personas de otras etnias, culturas y religiones que viven entre nosotros de modo estable. Quienes nos llamamos cristianos, hemos de ahondar en las causas de este fenómeno y, sobre todo, en la ‘creatividad de la caridad’, para dar la respuesta adecuada al mismo. Y es que todos los seres humanos formamos una sola familia humana. La Iglesia reconoce el derecho de todo hombre y mujer a emigrar en busca de mejores condiciones de vida. El bien común universal abarca a toda la familia de los pueblos. Ya no hay libres ni esclavos: todos somos hijos de Dios, hermanos en Cristo y, por tanto, todos iguales en dignidad. Ninguna persona puede ser explotada mediante salarios injustos, jornadas laborables abusivas u obligada a prostituirse. Toda persona tiene derecho a la libertad religiosa, a buscar la verdad y a adherirse a ella sin coacción alguna, así como a practicar, en público y en privado, la propia religión. Todo emigrante tiene el deber de integrarse en el país de acogida, respetando sus leyes y la identidad nacional. A los católicos, por nuestra parte, nos corresponde una especial responsabilidad desde nuestra fe en la fraternidad universal, con un único Padre y Dios, de contribuir a sensibilizar y educar a nuestro pueblo en sus actitudes y comportamientos con los inmigrantes que viven entre nosotros.

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