Los muros de la vergüenza

La Verdad, ISABEL URRUTIA, 07-01-2011

De verdad es la mejor manera de combatir la inmigración ilegal? ¿Sirve para algo levantar murallas? La Comisión Europea lo duda, pero el Gobierno griego ya se ha puesto manos a la obra: el ministro socialista de Inmigración y Protección Ciudadana, Christos Paputsi, ha anunciado la construcción de una valla de 12,5 kilómetros para contener la avalancha de gente que llega desde Turquía por el tramo del río Evros. La frontera greco – turca, que se extiende a lo largo de 190 kilómetros, se ha convertido en un coladero. Todos los años se producen más de 50.000 entradas irregulares y sólo a orillas del Evros – donde se pretende instalar el cercado – se interceptaron entre enero y noviembre de 2010 más de 43.000 extranjeros sin documentación.

Dicho con otras palabras: la mitad de los ilegales que cruzan anualmente las fronteras europeas encuentran su zona de paso en Grecia. Así las cosas, el vallado se sumará a 32 construcciones fortificadas que recorren los cinco continentes, desde EE UU a Malasia pasando por la localidad italiana de Padua, que lo mismo tiene una catedral dedicada a un franciscano que un gueto con tapias para aislar un barrio de inmigrantes africanos.

Cerca de 23.000 kilómetros de hormigón y alambradas se despliegan por el ancho mundo. Sus detractores los tachan de ‘muros de la vergüenza’, un apelativo que se adjudicó por primera vez al que dividía Berlín. Se lo había ganado a pulso: la Fiscalía de la capital alemana calcula que murieron asesinadas unas 270 personas por intentar franquearlo. Normal que concitara el desprecio de todo Occidente. La Guerra Fría no admitía tibiezas; tanto Kennedy como Chirac lo tenían en su punto de mira. ¡Había que derribarlo!

Los demás muros reciben censuras, más o menos contundentes, según el momento político. «En las relaciones internacionales hay una doble moral. A Marruecos, Israel y EE UU no se les critica como se merecen», lamenta Jaume Saura, presidente del Instituto de Derechos Humanos de Cataluña. Ya pueden morir 3.000 inmigrantes en el desierto de Arizona – al no poder saltar el muro de EE UU – o necesitarse 120.000 soldados para custodiar las empalizadas de Marruecos y evitar la entrada de saharauis, que las críticas más virulentas sólo parten de las ONG. Sin olvidar el caso más singular: el muro de Israel en Cisjordania, el único que se ha edificado más allá de las estrictas fronteras de su territorio nacional y que cuenta con la condena expresa del Tribunal Internacional de Justicia de La Haya. «Niños y embarazadas mueren por no poder acceder al hospital… ¡Tienen esa pared en medio!», denuncia David Bondía, profesor de Derecho Internacional Público en la UB.

- Vaya panorama.

- Y eso que la ley es muy clara: los Estados no pueden levantar muros que violen la dignidad humana.

- ¿Y si lo hacen?

- Se puede presentar una denuncia ante Naciones Unidas.

- Papel mojado.

- No, no, tiene efecto jurídico. Aunque la presión política – la realmente efectiva – depende de los Gobiernos.

El modelo de Ceuta

Los políticos siempre encuentran razones de peso para poner un ladrillo sobre otro. Los hay que buscan apuntalar ‘la pacificación civil’ (como en Irlanda del Norte), otros pretenden controlar el flujo de la población (barreras entre China y Hong Kong) o bien poner coto al contrabando y tráfico de drogas (entre Uzbekistán y Kazajistán, por ejemplo). Para la linde greco – turca, el Gobierno de Atenas tomará como modelo la alambrada de 8 kilómetros que España montó en Ceuta allá por los años 90. Se espera que tenga púas, unos seis metros de altura, puestos de vigilancia, sensores electrónicos, videocámaras y equipos de visión nocturna.

El costo de aquella iniciativa del PSOE terminó rondando los 30 millones de euros, a cuenta parcialmente de la Unión Europea, pero de momento Grecia no ha barajado ningún presupuesto. Sólo insiste en la precariedad de sus recursos: «Estamos desbordados, nuestras fuerzas de seguridad y vigilancia no dan abasto». De ahí que no tuvieran más remedio que solicitar la presencia de 200 guardas fronterizos de la agencia europea Frontex. Los efectivos se han aplicado a fondo: desde el pasado mes de noviembre, han recortado en un 44% la afluencia de ‘irregulares’. El número de entradas ha caído de 250 a 140 diarios.

Eso sí, la misión del contingente europeo concluye en febrero. ¿Qué hacer? Algunas fuentes de la UE sospechan que el proyecto de la valla es una manera de presionar a Bruselas para que prolongue la actividad de Frontex. Sea como fuere, la oposición helena no se para en barras y lleva la contraria al Gobierno de Yorgos Papandreu: el partido conservador Nueva Democracia recuerda que «con medidas a medias no se resuelven los problemas» y los comunistas repudian una propuesta que «hace más inhumano y sin salida el problema de los indocumentados».

Ni unos ni otros, ni Amnistía Internacional – que deplora que «Europa se haya convertido en una isla de ricos» – han logrado disuadir al titular de Inmigración y Protección Ciudadana. Por ahora, la iniciativa sigue adelante con los parabienes del vecino, Turquía, que ha zanjado el asunto con rotundidad: «Todos los países tiene derecho a protegerse como crean oportuno», asegura el viceprimer ministro, Cemil Cicek.

Al Ejecutivo de Ankara no le preocupan los efectos colaterales de la valla. «Y los habrá, ¡claro que los habrá! Fíjese en lo que ocurre con el muro de EE UU – México. No se hizo para detener la llegada de mexicanos, sino la de centroamericanos. Toda esa gente – ya sea de Guatemala, Honduras, Nicaragua, El Salvador… – que no puede traspasar la frontera termina quedándose en el Estado de tránsito. En este supuesto concreto se trata de México, pero también ocurre y seguirá ocurriendo lo mismo con Turquía y todos los inmigrantes irregulares, de origen asiático o africano, que quieran entrar en Europa», alerta Jaume Saura.

Conclusión: con los muros anti – inmigración, crece el número de ‘sin papeles’ en países que de por sí ya sufren serios problemas de seguridad y no gozan de un Estado de Bienestar sólido. «Es como si se barriera de mala manera. En lugar de tirar para la calle, barres para la casa del vecino. Una comparación muy fea pero la idea es esa».

60 millones de pobres

Mientras tanto, la miseria y la exclusión social crecen a pasos agigantados: según el Banco Mundial, hay unos 60 millones más de pobres en todo el mundo (sobreviven con poco más de un dólar al día). «En estas circunstancias, hay que defender el derecho a emigrar, siempre y cuando se cumpla con la legalidad. Y otra cosa: eso no supone criminalizar a los ‘irregulares’. ¡No son delincuentes, no se les puede tratar como tales! Es una vergüenza que haya centros de internamiento que parecen cárceles. Y eso, lo digo por España…», acusa David Bondía.

Juristas, economistas y sociólogos coinciden en que los problemas de fondo – desigualdades sociales, conflictos civiles o militares, tráfico de drogas, contrabando… – no se resuelven con empalizadas o murallas. «Más bien al contrario, contribuyen a enquistarlos todavía más. Separan a las partes en litigio, y eso a largo plazo pasa factura. ¡No podemos permitirlo! Hay que exigir a los Gobiernos una solución real de los problemas. La cooperación internacional es la única solución», recalca Bondía.

¿Ejemplo de situación estancada? Uno que parece peliculero pero es tan real como un fusil Winchester: en la ciudad de Los Ángeles, la Universidad del Sur de California (USC) tiene un servicio de transporte opcional que pone los pelos de punta. En cuanto anochece, te puede llevar a casa un automóvil con chófer armado. Eso es así desde los años 80. La inseguridad ciudadana y el miedo han calado hondo. Los Angeles cuenta con más de un centenar de urbanizaciones acorazadas a cal y canto, con guardias las 24 horas del día.

¿Cuál es el límite de los miles y miles de kilómetros de hormigón y alambradas que nos rodean? ¿50.000? ¿60.000? ¿70.000? ¿O no sería mejor que acabaran como el Muro de Berlín? Ya saben, mordiendo el polvo.

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