Internacional

Los gitanos rumanos, otra vez nómadas

La mayor parte de los que fueron enviados a Rumanía han vuelto ya a Francia o a otros países de la Unión Europea

ABC, ENRIQUE SERBETO / enviado especial a BUCAREST, 22-10-2010

Mientras Francia y la Comisión Europea se esfuerzan por cerrar lo mejor posible la crisis política abierta por la expulsión de gitanos del verano pasado, se calcula que la mayor parte de los que fueron enviados a Rumanía han vuelto ya a Francia o a otros países de la Unión Europea. Según el Centro Gitano de Estudios e Intervención Social (CRISS), la inmensa mayoría de los que fueron expulsados de Francia han manifestado su deseo de volver a abandonar cuanto antes Rumanía, un país donde consideran que tienen menos oportunidades de sobrevivir.
Para la gente de la calle, la opción es más que evidente, puesto que «incluso para pedir limosna, la diferencia de lo que se puede ganar en Rumanía o en Francia es enorme». Para los gitanos, siempre la misma cantinela: «in Romania, no munca». «Munca», trabajo, esa es la palabra mágica para todos: para los gitanos que se quejan de que no les ofrecen empleo, para los demás rumanos también porque están seguros de que en realidad estos no quieren trabajar y para el Gobierno al que unos y otros reprochan que no haya hecho lo suficiente para resolver el problema.
La dictadura comunista no solo les forzó a dejar sus hábitos nómadas, lo que hace de los gitanos rumanos un caso aparte, sino que acabó por hacer desaparecer sus ocupaciones tradicionales. Antes, los gitanos se dividían en tribus especializadas en ciertos trabajos, desde los «calderash» que se ocupaban de remendar las ollas, a los que recogían las pieles de los animales en las casas de los campesinos o los que tejían cestos de mimbre, siempre industrias precarias y basadas en materiales que se podían encontrar aquí y allá.
Cuando les obligaron a establecerse, todo ese modo de vida desapareció. Desde entonces los gitanos viven sobre todo pendientes de lo que encuentran a mano, a veces en la basura y a veces despistado por sus dueños legítimos. En lugares como Calvini, a 150 kilómetros al norte de Bucarest, el concejal del Partido Gitano Proeuropeo ha conseguido que tengan hasta un servicio de recogida de basuras, aunque paradójicamente el precario carro que recolecta las miserias de los habitantes lo llevan rumanos, porque al menos ese es un empleo fijo, una buena «munca».
Las casas de los gitanos en Rumanía se construyen bajo un estricto código tradicional. Los ayuntamientos les autorizan a invadir 250 metros cuadrados, que rodean en cuanto pueden por una cerca. En el centro levantan una casucha con una habitación o dos como mucho, que serán ocupadas cada una por una familia: una cama para los padres y otra para los hijos, con una estufa para el invierno en una esquina y una televisión en la otra. El resto de la vida, incluyendo la cocina y las letrinas, tiene que estar fuera. Dentro de lo que cabe, no hay tanta diferencia entre esas casas donde legalmente son domiciliados en Rumanía que en las afueras de Madrid o Paris, aunque en su país de origen están esparcidos por villorrios sin apenas actividad económica mientras que en las capitales occidentales pueden sobrevivir solo con lo que encuentran en las papeleras de las grandes avenidas.
Víctimas de la inmigración
Además, aunque cueste creerlo, los rumanos sufren también las consecuencias de la llegada de emigrantes aún más pobres que ellos. Desde la vecina Moldavia, una antigua república soviética que Stalin formó a base de territorios confiscados a Rumanía y a Ucrania y que repobló de rusos, llegan cientos de emigrantes encantados de dejar un país sin futuro y prácticamente sin existencia real, para adoptar un pasaporte europeo.
Como descendientes de rumanos, la mayoría de los moldavos pueden reclamar la nacionalidad de sus padres, aunque los actuales rumanos empiezan a cansarse también de hacer sitio para estos «hermanos pródigos» a los que reprochan que hayan crecido con costumbres diferentes y con otra manera de hablar la lengua.
Pero si tuvieran que elegir, entre un moldavo y un gitano rumano, no hay duda, la «munca» sería para el moldavo. ¿Cómo extrañarse de que los gitanos huyan hacia occidente? En cierto modo, después de que la dictadura comunista les obligase a hacerse sedentarios, la Unión Europea les ha convertido otra vez en nómadas.

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