Dos modelos fallidos

El Mundo, FELIPE SAHAGÚN , 18-10-2010

Demografía, globalización, religión, nacionalismo, crisis económica, racismo, laicismo, derechos humanos y democracia.

Cada uno de estos nueve factores, cruciales para entender la nueva sociedad internacional y muchas de las sociedades internacionales que precedieron a la actual, influye y, a su vez, se ve condicionado por los demás en el debate sobre multiculturalismo y/o integración. Ambos modelos, tal como se aplicaron en Europa durante decenios han fracasado, por lo que proponer ahora sustituir uno por otro servirá de poco, salvo que se interprete de forma diferente.

No se trata de un fenómeno nuevo, pero, desaparecidas o agotadas muchas de las banderas que, durante medio siglo, distinguieron en las democracias occidentales a unos partidos de otros en su lucha por el poder, se multiplican los políticos que ven en los inmigrantes chivos expiatorios fáciles para desviar responsabilidades y ganar elecciones. En tiempos de vacas gordas, los elementos más xenófobos tienen grandes dificultades para atizar el racismo y el laicismo contra ellos para arañar votos. En crisis económicas profundas como la actual, es una vía fácil, muy tentadora, para los políticos con menos escrúpulos.

El declive demográfico obliga a Europa, para crecer y mantener el Estado de bienestar, a depender de la inmigración. La globalización facilita esa inmigración y la fidelidad de los inmigrantes a sus raíces culturales y religiosas.

Hasta el 11-S, multiculturalismo (convivencia pacífica pero separada de los distintos grupos étnicos, religiosos y lingüísticos) en Londres se confundía con viajar en los mismos metros y autobuses o compartir el carnaval de Notting Hill y en Munich a disfrutar juntos de la fiesta de la cerveza. Los atentados en Washington y Nueva York, con su efecto multiplicador en Europa tras los zarpazos del 11-M en Madrid y del 7-J en Londres, revistieron el término «multicultural» de connotaciones tan negativas como «socialista» para los republicanos estadounidenses o «neocon» para los socialistas y comunistas europeos.

Uno tras otro, los principales dirigentes europeos, sobre todo de derechas, empezaron a pregonar los peligros del separatismo cultural y a identificar lo que hasta 2001 se había considerado un modelo de convivencia democrática como una amenaza contra los valores esenciales de la identidad nacional.

La comisión oficial británica formada para reducir esa amenaza tras el 7-J recomendó menos subsidios a las lenguas y culturas minoritarias, y más clases de inglés y de patriotismo británico para todos los inmigrantes. La Italia de Berlusconi y la Francia de Sarkozy han ido mucho más lejos, arrastrando o forzando, con ellos, a la mayoría en el Parlamento Europeo.

«¿Por qué estas legiones de antimulticulturalistas están equivocadas?», se preguntaba el gran Bagehot en su columna del semanario The Economist el 16 de junio de 2007? «Por tres razones», respondía. «Primera, muchos inmigrantes británicos han prosperado […] Hay muchas clases de musulmanes y […] los terroristas del 7-J actuaron movidos más por las fracturas internas (islamismo fanático como forma perversa de rebelión intergeneracional) que por las fricciones existentes entre los musulmanes y los demás británicos».

En segundo lugar, los más críticos del multilateralismo suelen concentrar sus ataques en prácticas inadmisibles y delictivas en una democracia, como los matrimonios forzados o los asesinatos por honor, ignorando peligrosamente las causas principales de la segregación y del rechazo: las dificultades de acceso a una educación y a una vivienda dignas. Por último, señalaba Bagehot, los países que más apostaron por la integración sin barreras, en vez de por el multilateralismo, como Holanda, han comprobado su fracaso.

Felipe Sahagún es profesor de Relaciones Internacionales en la Universidad Complutense y miembro del Consejo Editorial de EL MUNDO

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