Integrar con la escena

El País, INÉS P. CHÁVARRI, 12-10-2010

El taller de teatro social que el pedagogo Lucas Lejos imparte en el Centro Cívico de San Francisco, en Bilbao, tiene algo de terapia de grupo, aderezado con mucho de reivindicación, concienciación y solidaridad. Una docena de alumnos, en su mayoría mujeres, algunos inmigrantes, entre 20 y más de 30 años, ensayan cada lunes escenas, monólogos y comparten problemas. La experiencia lleva un año en marcha, bajo una premisa: cualquier frase o palabra pronunciada, u obra representada, abordará cuestiones como la inmigración, la soledad o la violencia contra las mujeres.

“Siempre me ha gustado el teatro, pero siempre me ha dado miedo”, explica Ismene Camarero, de 30 años, en paro, tras los ensayos. La vergüenza no debió de tardar en desaparecer cuando, en un parque cualquiera de Bilbao, se acercó hasta un anciano y pronunció un monólogo. La particular forma de actuación del grupo, en el que adrede se busca un encuentro, y quizás un enfrentamiento, con los ciudadanos responde a una visión del teatro como herramienta crítica.

“Que cada una de las personas que vea una función reflexione sobre una historia. Dejar algo”, señala Leonard Castillo, de 28 años, colombiano, si se le pregunta qué debe ser el teatro. “También es muy importante lo que nos hace reflexionar a nosotros mismos”, añade una de sus compañeras, Esther Ruiz, ingeniera informática, de 36 años. “A veces lo que cuenta una obra parece que te queda muy lejos, pero luego, al representarla te lleva siempre a alguna reflexión”, apostilla.

De vuelta al taller, Lejos, antes de que sus alumnos interpreten un par de escenas de la obra Terror y miseria en el primer franquismo, de José Sanchis Sinisterra, recuerda otras dictaduras, como la de su país, Argentina y otras guerras, como la de Ruanda, de donde procede uno de sus alumnos.

Tras la breve introducción, Leonard, quien vino a España “a estudiar, a trabajar, a buscar oportunidades, nuevas, mejores”, enumera casi sin aliento, sale a escena. Interpreta a un muchacho harapiento que trabaja para don Cosme, firme defensor del régimen.

El grupo de teatro amalgama a aficionados al género de distinta graduación. Sin importar la experiencia, todos acaban subrayando la complicidad, la falta de egos, y cómo un grupo de gente tan dispar ha conseguido sacar el proyecto adelante. “Entrar por esa puerta, y estar aquí, con estas personas, es abrir la mente. Haces teatro, te lo pasas bien, pero hay que abrirse, porque estamos muy cerrados en nuestro mundo”, incide Ana Martínez, de 33 años, empleada de una frima de aire acondicionado.

Fuera, en las calles de Bilbao La Vieja se agolpan con mayor o menor fortuna, carnicerías halal, vecinos de toda la vida, prostitutas y camellos.

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