Dialogar con los ultras

El Mundo, , 25-09-2010

Lo que más me sorprende de las elecciones en Suecia es que tanta gente parezca sorprendida de que los ultraconservadores del partido SD (Demócratas de Suecia) hayan llegado al Parlamento. De no tener ninguna representación, se han hecho ahora con cerca del 6% del voto, lo que quiere decir que van a obtener 20 escaños; además, destrozan la anterior mayoría de centroderecha y crean una situación de incertidumbre en el Legislativo. Así, Suecia va a tener un Gobierno débil, que habrá de buscar sus apoyos en diversas minorías, puesto que todas las formaciones han dedicado casi todo el debate postelectoral a ofrecer garantías de que no cooperarán de ningún modo con el ultraconservador SD.

En la noche de las elecciones, esta actitud llegó hasta el punto de que el jefe del Partido de la Izquierda, Lars Ohly, se negó a que le maquillaran al mismo tiempo que a Jimmie Akesson, el jefe del SD. Fue una estupidez, por supuesto, aunque no sea difícil de entender. El problema es que, cada vez que a alguien del SD se le hace el vacío de esta forma, no se consigue prácticamente nada, salvo que haya más personas que simpaticen con su ideología.

Hay tres cuestiones importantes: ¿Quiénes son esos más de 300.000 suecos (sobre una población total de nueve millones) que han votado a los ultraconservadores? ¿Por qué no se le han podido para los pies? ¿Qué debemos hacer ante este resultado? Todavía no conocemos en detalle quiénes han votado al SD. No obstante, sabemos algunas cosas. Como otras formaciones ultraconservadoras, el SD es también el partido de los que protestan. La gente vota en contra de algo en lugar de a favor de algo. En este caso, la gente busca a alguien ajeno que pague el pato de sus propias desgracias. Son los desempleados, los enfermos, aquellos que se sienten marginados y expulsados de la sociedad, los que vuelcan su impotencia contra los partidos establecidos y votan a aquellos que les bailan el agua. El SD se transforma en lo único decente que encuentran en un panorama político en el que todo lo demás es hipócrita y falso. El SD les escucha. En su programa se encuentran con todo lo que piensan, con lo que les irrita, lo que les da miedo.

Es un error creer que los Demócratas de Suecia reclutan a los suyos en los círculos conservadores. También ocurre eso, por supuesto, pero no es la característica predominante. Por el contrario, son ya muchos los estudios que demuestran que el SD consigue la mayor parte de sus adeptos entre la clase obrera. Pues bien, como he dicho al principio, los únicos que no han entendido el resultado electoral son exclusivamente aquellos que se niegan a ver lo que está ocurriendo. Durante una gran parte de la campaña electoral se ha tratado a los Demócratas de Suecia como si fueran unos apestados. Los restantes partidos se han negado a entablar diálogo alguno con ellos. Al SD se le ha prohibido ir a propagar su mensaje a algunas escuelas.

Ésa ha sido, sin ninguna duda, una estrategia completamente equivocada y contraproducente; de hecho, ha sido una idiotez. La única manera de enfrentarse a unas personas con opiniones racistas, xenófobas y populistas en general, como el Nacional Socialismo alemán de los años 20, es mediante un diálogo sin concesiones al que jamás hemos de renunciar. Este mandamiento se hace eco de aquel de la Ilustración: «No estoy de acuerdo con lo que usted dice, pero defenderé a muerte su derecho a decirlo». Creo que ha sido precisamente la negativa de los demás partidos de izquierdas y de derechas a debatir con el SD lo que les ha permitido pasar de la nada al 6% de los votos. Si hubiéramos tenido ese debate, quizás el SD también habría entrado en el Parlamento, pero con muchos menos escaños. De hecho, podrían haberse quedado fuera por completo.

Así pues, yo culpo a todos aquellos que se han visto sorprendidos por el resultado, o «entristecidos», que es como se confiesan ahora. La responsabilidad recae sobre aquellos que vieron esto venir pero miraron hacia otro lado, y encima se callaron. Las voces de la reacción no se pueden ahogar jamás en el silencio. Lo único que cabe es discutir con ellas hasta la muerte. Debemos dirigir nuestras críticas, por encima de todo, contra los intelectuales indecisos y contra los políticos que se han enfrentado por unos escaños y nunca han entrado a debate con el SD.

No cabe ninguna duda de que sobre Europa está soplando un viento derechista. Ahora bien, hasta el momento en Suecia habíamos sido capaces de mantener fuera de juego a los ultraconservadores. Han tenido unos pocos representantes en gobiernos locales, pero apenas nada más que eso. En esta ocasión, la diferencia ha consistido en que el SD ha estado mucho mejor organizado, ha expuesto sus puntos de vista de manera mucho más clara y se les ha querido dejar fuera. En un determinado momento, hubo un canal de televisión que se negó a difundir un programa de este partido político. Se consideró que era excesivamente xenófobo. No tengo ni idea del número de personas que en ese momento decidieron votarle en protesta por esta censura, que es lo que era, ni más ni menos. Ahora bien, ¿le aportó más votos a los Demócratas de Suecia la negativa a difundir el programa que los que le hubiera dado la difusión del propio programa?

¿Qué va a ocurrir ahora, en este Parlamento sin mayoría de ningún partido que vamos a tener? Nadie y menos yo está sugiriendo que permitamos a estos políticos contrarios a la Humanidad que entren en el Gobierno de Suecia. Sin embargo, el respeto a las 300.000 personas que han votado por ellos exige que aceptemos la necesidad de diálogo antes de que esas 300.000 lleguen a multiplicarse por dos o tres. Todavía no hemos llegado ahí. Tampoco queremos llegar nunca a ese punto.

Henning Mankell es escritor sueco, autor de la serie sobre el detective Wallender.

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