´London river´

La Vanguardia, Juan-José López Burniol , 25-09-2010

El 7 de julio del 2005 se perpetraron en Londres sendos atentados islamistas, en el metro y en un autobús, que provocaron una carnicería. Sobre las consecuencias de este suceso en la vida de dos personas muy distintas, Rachid Bouchareb – francés de origen argelino-ha construido una discreta película, en la que narra la búsqueda de sus respectivos hijos – desaparecidos el día de la tragedia-por parte de los dos protagonistas: Elisabeth – una campesina inglesa y viuda, que vive en una isla del Canal-y Ousmane – un musulmán que vive y trabaja en Francia como guardabosques desde hace muchos años-.

Dos cosas me llamaron la atención de esta historia tal como está contada. La primera es que, pese a que toda la acción se desarrolla en Londres, la viuda inglesa – madre de la chica desaparecida-parece estar mucho más sola que el musulmán llegado de Francia. En efecto, Elisabeth sólo entra en contacto, para pedir ayuda, con la policía, que la recibe con muy buenas formas

- aquellas formas estereotipadamente correctas y profundamente frías que prevalecen en nuestro entorno-y se limita a darle alguna indicación para que acometa la búsqueda de su hija por sí sola. En cambio, Ousmane se dirige a sus hermanos de religión, quienes le acogen con mayor calor humano y le brindan alguna ayuda. El segundo hecho que me impactó fue que, cuando ambos protagonistas entran casualmente en contacto, la reacción de Elisabeth es de desconfianza y rechazo, mientras que la de Ousmane es de colaboración y mutua ayuda. El resultado de todo ello es que la película dibuja un panorama en el que parece que ciertos valores de elemental solidaridad humana se encarnan hoy mejor en la cultura musulmana que en la cristiana. Si a eso se añade que el actor que encarna a Ousmane está dotado de una distinción natural y se conduce con una contención y un buen estilo que para sí hubiesen querido los archiduques del imperio austrohúngaro, mientras que Elisabeth es una rústica montaraz y un tanto arisca, el resultado es previsible. Tanto que ahí puede estar uno de los impulsos que han movido al director de London river.

Pero algo hay de real en la visión que proporciona esta película. Porque es cierto que, desde la Ilustración – cuando los seres humanos se decidieron a tomar las riendas de su destino y a convertir el bienestar de la humanidad en el objetivo último de sus actos-,se ha recorrido en Occidente un largo camino de logros espléndidos. Así, la voluntad del individuo se ha emancipado de antiguas tutelas, de forma que aspira a la felicidad en lugar de a la redención; se ha reconocido que todos los seres humanos, por el mero hecho de serlo, poseen derechos inalienables, y se ha concluido que, si todos los seres humanos poseen derechos idénticos, es que todos los hombres y mujeres son iguales (la igualdad deriva de la universalidad). Ahora bien, en toda aventura del espíritu humano existe siempre el germen de su perversión. También sucede así en el pensamiento ilustrado europeo, que se pervierte cuando deriva su mandato moral, no del respeto a la humanidad toda, sino del amor egoísta de cada ser humano a sí mismo. Es decir, la Ilustración fracasa cuando su proyecto fecundo de igualdad universal degenera en un onanístico ejercicio de amor a uno mismo, es decir, en el individualismo. Un individualismo que olvida que todo ser humano adolece de una insuficiencia congénita que sólo puede paliar uniéndose a quienes le rodean. Cuando la autonomía del individuo se lleva al extremo, se autodestruye, ya que conlleva la negación del otro, lo que equivale en el fondo a la autonegación.

Esta desviación tiene consecuencias graves, porque a la mejor tradición ilustrada europea de vocación universal e igualitaria responde lo mejor de la política y la legislación social del siglo XX, que ahora se pide que se desmantele en nombre de la eficiencia y el “menos gobierno”, provocando un aumento irrefrenable de la desigualdad, con la consecuente exacerbación de los problemas. Es este cuadro el que ha hecho decir al historiador británico Tony Judt en su postrer libro – Algo va mal-que hay algo profundamente erróneo en la forma como vivimos hoy, ya que – durante los últimos treinta años-hemos hecho una virtud de la búsqueda del beneficio material, con olvido de que el estilo materialista y egoísta de la vida actual no es inherente a la condición humana. “Gran parte de lo que hoy nos parece natural – afirma-data de la década de 1980: la obsesión por la creación de riqueza, el culto a la privatización y el sector privado, las crecientes diferencias entre ricos y pobres. Y, sobre todo, la retórica que les acompaña: una admiración acrítica por los mercados no regulados, el desprecio por el sector público, la ilusión del crecimiento infinito”.

En esta deriva se halla la raíz del descrédito de la política y de los políticos, reducidos muchas veces a la mera condición de palanganeros de los grandes grupos económicos, en los que hallan cobijo seguro cuando su vida pública termina.

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