Retrato de Sílvia con gitanos

La Vanguardia, Antoni Puigverd , 20-09-2010

El pasado agosto, escribí una columna sobre un tropel de famosos que se colaron por la cara en un recital de Sílvia Pérez Cruz. Situar a la adorable Sílvia en un contexto negativo fue algo así como referirse a una rosa señalando una espina. Permítanme que me saque esta espina. Sílvia es una de las cantantes más sorprendentes de nuestro panorama. Posee una voz educadísima y trabajada, que fluye con naturalidad incluso en las tesituras más difíciles. Una voz versátil, capaz de enfrentarse a una gran variedad de registros: jazz, cançó, habanera… Cuando canta flamenco consigue hacer compatible la claridad melódica con el desgarro y el fraseo ondulante característico de dicho estilo musical. En la voz de Sílvia, la melodía parece recién planchada incluso en los momentos más arrebatados. Y esta es su aportación al género, pues tradicionalmente la voz flamenca es volcánica. Así era la de Camarón. Originada en el subsuelo mineral, se expandía con veracidad de la lava. Humeante y antigua como los fuegos de la gente gitana.

Hablando de gitanos: ¿se han dado cuenta de que, como sucede con los judíos, tienen una gran utilidad política? Si un líder se encuentra en apuros, puede recurrir a ellos para polarizar a la sociedad. Lo vemos estos días: los gitanos están en todas las portadas. Europa entera debate sobre un problema que la mayoría de los europeos no percibe. Y es que cuando los gitanos bajan del escenario en el que caen en gracia (el del flamenco y la rumba), caen automáticamente en desgracia. Gracias a los gitanos, vuelve Sarkozy a levantar el mentón. Había perdido la brújula y el apoyo de los franceses. Sigue sin brújula, pero gracias a los gitanos su ego está de nuevo a la altura de sus napoleónicos sueños. Lo mismo sucede con Sánchez-Camacho. Gracias a los gitanos, ha conseguido protagonizar la precampaña catalana. Los problemas que sufren los ciudadanos de los barrios de la Salut y Llefià no son moco de pavo. El alto índice de inmigración y la peculiar cultura de los gitanos itinerantes hacen la vida allí muy difícil. Estos problemas y dificultades (que exigirían más autoridad, más recursos y una respuesta global, no sólo municipal) son comunes a otros muchos barrios del país. En algunas zonas de l´Hospitalet, por ejemplo, el índice de inmigración es muy superior. ¿Por qué Camacho se pavonea con la colega de Sarkozy en Badalona y no en l´Hospitalet? ¿Será que contra los gitanos sale gratis?

Los magrebíes tienen detrás una media luna de mil millones. Y los latinos, casi todo un continente.

La problemática enquistada de los gitanos rumanos de la Salut y Llefià, subraya, por otra parte, el agotamiento de la izquierda. La protección social no basta. Los herederos de la clase obrera necesitan algo más que ayuda social: necesitan un papel civil. Cuando la clase obrera perdió la tierra que prometió Marx, la socialdemocracia la recolocó en una guardería. Estacionar a los humildes tiene un gran riesgo: la protección genera acomodación. La cultura de la izquierda se ha desvanecido. En los barrios, ya sólo imparten teórica los guionistas de salsa rosa; ya sólo crece una ideología: el resentimiento contra los recién llegados. Cuando al que manda se le pudren los problemas, se espera una solución alternativa, pero el PP suele preferir las trompetas del apocalipsis. Alicia Sánchez-Camacho ha instrumentalizado un problema que, por supuesto, dejará sin resolver. Los datos dicen, por más inri, que en la época de Aznar la inmigración ilegal batió récords. No se trataba de arreglar nada. Se trataba de reinar en las portadas.

Pero hablábamos de Sílvia Pérez Cruz. La descubrí en YouTube. Cantaba las Corrandes de l´exili y se me erizó la piel del alma. Me interesé por sus piezas flamencas, cançons y jazz. Y, antes de que pudiera asistir a uno de sus recitales, la escuché en directo en el espectáculo sobre poemas de Espriu de Joan Ollé: El jardí dels cinc arbres.Ollé es colega y me la presentó diciendo: “Sílvia es una mezcla de María de los Ángelesy Camarón”. Junto a ellos, guardaba silencio un hombre de pelo cano. “¡Tú eres Cástor Pérez!”, exclamé. “Sílvia es mi hija”, respondió con explicable orgullo. Cástor es el tipo que más sabe de habaneras y de antiguas canciones de taberna en este país. Y es hermano de mi mejor profesor de literatura. Félix Pérez Diz, gallego de Palafrugell, era un profesor tan exigente como apasionado. Nos enseñó a leer textos literarios. Nos enseñó a interpretar teatro (Rusiñol y Pirandello). Y, por encima de todo, nos enseñó a escribir: redacción diaria. Durante un año, nada me importó más que merecer su aprobación a mis escritos. Si me dedico a este oficio es porque Félix me inoculó el dulce veneno.

Esta historia acaba bien: Sílvia es un precioso esqueje de un noble árbol. Pero la historia tiende a acabar mal. Es imposible que un profesor pueda hoy influir en sus alumnos al estilo de Félix Pérez. La autoridad moral del maestro se ha desvanecido. Y se han devaluado la cultura y el esfuerzo. En Badalona, como en Francia, abundan las escuelas y los buenos profesores, pero no pueden con el infantilismo social, la cosmovisión rosa, el ideal del consumo, el malestar de la crisis y el choque cultural. En este contexto, ¿no es irresponsable recurrir al chivo expiatorio? La cultura no es una muralla contra la barbarie (se vio en Alemania en los años treinta). Pero sin cultura, la barbarie lo tendrá muy fácil.

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