La minoría discriminada | análisis

El nomadismo, un mapa de la memoria colectiva

El Periodico, Albert Garrido, 17-09-2010

Para empezar, el nomadismo es una rareza incómoda en las sociedades europeas, construidas dentro del marco de referencia del sedentarismo y la urbanización intensiva. Porque el nomadismo es una forma de vida sin fronteras, pero no es un viaje a ninguna parte, sino más bien un camino trazado en el mapa de la memoria colectiva de las comunidades gitanas apegadas a una economía de subsistencia. Es decir, las familias nómadas que proceden de Bulgaria, de Rumanía y de otros países de la Europa central y oriental encaminan sus pasos hacia destinos que atesoran algún tipo de recursos suficientes para instalarse allí.

Sería pura ceguera negar que en estas oleadas migratorias de comunidades nómadas que han sustituido el carromato por la caravana no tienen cabida quienes están dispuestos a sobrevivir al margen de la ley. Pero carece de sentido considerar a los rom como los exportadores organizados de una forma de pequeña delincuencia a gran escala. Las gens du voyage, una expresión incluida en dos decretos aprobados por el Gobierno de Francia en 1972, son en gran medida el testimonio casi siempre silente de una triste tradición europea: el desprecio hacia quienes viven de manera diferente a la de la mayoría, aliñado a veces con persecuciones, pogromos y exclusiones de toda clase.

Como sucede con otras minorías, la exclusión social se sustenta en buena medida en la difusión y consolidación de estereotipos en los que se mezclan una gran variedad de prejuicios con alguna idea romántica forjada por la cultura mayoritaria. El peso de los estereotipos ha sido determinante para comprender las dificultades de encaje del orbe gitano en el universo payo y viceversa. Se trata de una desconfianza atávica, perfectamente compatible con marcos de convivencia consolidados, como se dan por ejemplo en Barcelona en el Raval, Gràcia y Hostafrancs – Sants. Y en mayor medida aún en ciudades como Jerez de la Frontera. En todos los lugares en los que se registra esta doble realidad está en marcha un proceso de rápida adaptación al entorno de la cultura gitana; esto es, las expresiones de lo genuinamente gitano quedan circunscritas a la vida privada o a manifestaciones públicas pautadas.

Este proceso es muchísimo más lento y complicado en los países recién llegados a la Unión Europea. Más allá de todos los casos que se quieran poner como ilustrativos de una realidad cambiante, lo cierto es que las comunidades gitanas de los países del Este viven un proceso de marginación constante. No por casualidad los expulsados de Francia son en su gran mayoría ciudadanos de Rumanía y Bulgaria, donde las exigencias puestas por la UE para corregir la situación se han cumplido de forma más simbólica que real.

Esperar que la historia discurriera de forma muy diferente era tan deseable como utópico. Basta recordar que los gitanos instalados en países ocupados por los nazis fueron víctimas del Holocausto en los campos de exterminio, medio millón de ellos fueron asesinados y pervive en la comunidad el recuerdo de la matanza. Pero, a diferencia de lo sucedido con la comunidad judía martirizada, la tragedia de los gitanos cayó en el olvido y los rom volvieron al estado de postración prebélico a un lado y otro del telón de acero.

En la práctica, los gobiernos optaron por una vía en el fondo profundamente discriminatoria: inducir la asimilación y renunciar a cualquier otra forma de convivencia. Basta viajar a alguno de los países de origen de las familias nómadas que ahora expulsa el Gobierno de Francia para comprobar que el resultado ha sido desastroso.

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