Colaboración

¿Ciudadanía tóxica, debate tóxico?

Deia, Por José Serna Andrés, * Escritor, 16-09-2010

DA la impresión de que la expulsión de gitanos de Francia no es más que eso, una limpieza de las calles para que el señor Sarkozy asegure que se mantienen en su órbita los votos que puede perder por la derecha de la derecha. La mayoría de las fuerzas del Parlamento Europeo han denunciado esta política de expulsiones. Europa puede apretar las tuercas a la clase trabajadora, pero cuando defiende a los pobres se queda en palabras y nombra una comisión. Y es que los cientos de personas deportadas, a pesar de ser miembros de pleno derecho en Europa, eran pobres. Ésa es la cuestión. Después diremos que son ciudadanos búlgaros y rumanos de origen romaní, o simplemente diremos que son gitanos. Son personas. Resulta que a las personas inmigrantes no se les cataloga como a los oriundas, aunque sean europeas y, además, a quienes son pobres no se les supone la presunción de inocencia, sino la presunción de criminalidad, de latrocinio.

La cuestión de la que tratamos conlleva una triple complejidad. Inmigrantes, pero europeos y gitanos. Con estos ingredientes estamos hablando de un producto ciudadano tóxico que no hace fácil el debate. Porque si no se tratase de gitanos el debate sería diferente, pero tratándose de gitanos, la cuestión se complica. No podemos hablar hoy sin apasionamiento sobre este tema. Porque idealizar al pueblo gitano, considerar exclusivamente que intenta mantener su cultura milenaria en las estrecheces de pueblo perseguido injustamente es una simplificación excesiva. Y, por otro lado, la extrema pobreza en la que viven unos cuantos miembros de su colectivo los criminaliza, hace sospechar, siembra desconfianza. El caso es que ese espejo en el que miramos desde un punto de vista o desde otro no hace más que convertir en muro lo que debería ser acogida. Porque la idealización, el perpetuo victimismo, la subvención para toda la vida, la consideración de que son diferentes, no ayuda a que este pueblo crezca. Y la deportación, el desprecio y la criminalización tampoco hacen honor a la justicia en la orgullosa Europa.

Hay que reconocer que también algunos miembros del pueblo gitano viven en el gueto por propia decisión, a veces en una situación de endogamia, similar a la de una parte del pueblo judío que llama “gentiles” a los demás. Siempre me ha llamado la atención que llamen “payos” a quienes no forman parte del propio pueblo, pero la exogamia, la mezcla genética externa con personas de otros pueblos y de otras culturas contribuye al enriquecimiento. Quienes dentro del pueblo gitano se abren a otras costumbres y culturas reciben el apelativo de “apayados” y en parte se les desprecia. Hace no mucho dos gitanas conversaban de la siguiente manera: “Esa es como las payas, ha denunciado a su marido sólo porque la pegaba”. Y el tema no se menciona para denigrar a un pueblo, como tampoco es bueno ocultar, aunque se calla, que en algunos colegios la labor educativa es extremadamente compleja cuando el colectivo gitano es significativo.

El pueblo gitano, como todos los pueblos, crece en dignidad cuando aumenta su autoestima y cuando asume también aspectos de la cultura universal, cuando rompe también sus propios muros. Y cada miembro es una persona que tiene sus derechos y sus obligaciones, como todos los ciudadanos y ciudadanas de Europa. Si creamos muros a su alrededor, en vez de puentes, tratando los problemas sin claridad, y no respetando los derechos humanos, se podrán cambiar de sitio los problemas, pero nos estaremos echando tierra sobre los ojos y además sobre las vidas de personas cuyo mayor delito es ser pobres. Entre la idealización de la pobreza y la criminalización de algunos miembros de un pueblo como el gitano hay un trecho enorme que debe emanar vida propia, pero convertimos ese trecho en marginación cuando sólo tenemos en cuenta a una parte de ese colectivo. Si el presidente francés, para ganar determinados votos, no respeta las leyes que amparan el derecho de los miembros de la UE a desplazarse dentro de las fronteras, es necesario denunciarlo, hacer que se retracte y deshaga el entuerto, pero en toda Europa, y en nuestro país, existe un problema extremadamente complejo que se mantiene constantemente oculto. ¿Se trata de un debate tóxico?

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