El fantasma del pasado

La xenofobia cala en Alemania

El rechazo al inmigrante y el revisionismo alimentan a la extrema derecha

La Vanguardia, , 13-09-2010

RAFAEL POCH – Berlín. Corresponsal

EXCEPCIÓN EN EUROPA Alemania aún no tiene un partido xenófobo como Francia, Italia, Holanda o Austria

THILO SARRAZIN El aún vocal del Bundesbank asocia la decadencia alemana con la inmigración
La perspectiva que abre en Alemania el caso de Thilo Sarrazin, el dimisionario vocal del Bundesbank que ha saltado a la fama con un libro de posiciones xenófobas y antimusulmanas, es la de la creación en este país de un partido xenófobo a la derecha de los democristianos (CDU) de la canciller Angela Merkel. A primera vista parece que el terreno esté abonado y el de Sarrazin no es el único dato. Erika Steinbach, la presidenta de la Unión de Expulsados de los territorios perdidos por Alemania en la Segunda Guerra Mundial, ha dimitido de la dirección de la CDU por sus puntos de vista revisionistas sobre la invasión hitleriana de Polonia.

Son muchos en la CDU los que critican a Merkel por ser demasiado social y reclaman una posición más firme en inmigración. En el propio Partido Socialdemócrata (SPD) ha habido sonados elogios a Sarrazin, como el del ex alcalde de Hamburgo Klaus von Dohnanyi, lo que sugiere que este vacío podría afectar también a los socialdemócratas. Ambos atraviesan serias crisis, y su gancho electoral está a la baja.

A diferencia de la Holanda de Pim Fortuyn y Gert Wilders, la Italia de la Liga Norte, la Francia de Le Pen, de Hungría o de Austria, Alemania carece de partidos xenófobos, más allá de los anecdóticos neonazis. En Alemania la xenofobia recuerda demasiado al nazismo como para darle rienda suelta, así que se lleva por dentro. Es una tendencia muy fuerte en la mentalidad, pero hasta cierto punto subterránea. Por otro lado, por más que la tradición nacional encaje mal con la diferencia y lo foráneo, la inmigración y el pluralismo cultural ya son una realidad en Alemania – donde viven 15,6 millones de personas de origen inmigrante, de ellos 8,3 con pasaporte alemán y 4 millones de musulmanes-,sin que el país conozca espectáculos comparables a los que Francia o Italia, sociedades supuestamente más liberales, vienen protagonizando los últimos años. Eso sugiere que las cosas no están tan mal en Alemania, donde, seguramente, hay aspectos de los que enorgullecerse en materia de integración y convivencia.

“Incluso en una comparación internacional, en Alemania la integración es mucho más exitosa de lo que pretende la prensa”, dice el sociólogo Klaus Bade, historiador de la cultura de la Universidad de Osnabrück. “En política de integración en los últimos diez años han pasado muchas más cosas que en los cuarenta años anteriores”, dice.

Ex responsable de las finanzas de Berlín durante nueve años y miembro de la directiva del Bundesbank, Thilo Sarrazin ha tenido que dimitir de su cargo tras publicar un libro titulado Alemania se disuelve,en el que relaciona una supuesta decadencia del país con la inmigración. Su tesis es que el exceso de inmigrantes, especialmente musulmanes, que considera inadaptados, de poca inteligencia y muy prolíficos, está debilitando al país por la vía de la sobrecarga de su Estado social y el retroceso general de su nivel de inteligencia, lo que relaciona con argumentos genéticos.

Como autor, Sarrazin no es más que un epígono de creadores de opinión conservadores de EE. UU., que en los últimos años han publicado obras apocalípticas sobre la inmigración y el islam en Europa. Su Alemania se disuelve sigue, en versión nacional, la estela que dejaron para el conjunto del continente Bruce Bawer (Mientras Europa duerme,2006), Walter Laqueur (Los últimos días de Europa,2007) o Christopher Caldwell (La inmigración, el islam y Occidente,2009). Sarrazin transforma problemas sociales en cuestiones culturales, de nacionalidad, procedencia y creencias. Los datos que maneja son frecuentemente erróneos, y el contexto científico al que se refiere recuerda a la eugenesia nazi.

Gran parte del establishment,desde importantes políticos y comentaristas hasta la prensa amarilla y el Frankfurter Allgemeine Zeitung,han apoyado o comprendido las posiciones de Sarrazin, enfatizando su “derecho a la opinión” – que nadie ha puesto en cuestión-o la necesidad de “romper tabúes”, y argumentando que el personaje ha contribuido a un debate “necesario aunque quizá errado en sus formas”. Es lo que ha dicho el ministro de Defensa Karl-Theodor zu Guttenberg, partidario de un “debate sereno”. Los más transparentes han sido los neonazis del NPD, que han propuesto a Sarrazin la presidencia honorífica de su partido.

La pregunta de por qué los sectores más favorecidos de la sociedad deben pagar por los débiles puede llegar a ser muy popular en tiempos de crisis. La puesta en cuestión del Estado social y del principio de solidaridad que está en su base, culpabilizando a los receptores de ayuda social del mal estado de la economía, es un fácil recurso, sobre todo si los medios de comunicación se hacen tanto eco. El semanario Der Spiegel le ha dedicado portada y un titular que reza: “Sarrazin, héroe popular. Por qué un provocador se hace con tantos alemanes”.

Dirigido contra extranjeros y gente de otras culturas, ese discurso puede ser especialmente explosivo, dicen Claus Leggewie y Bernd Sommer, dos sociólogos de Essen. Sarrazin no va a ser líder de una nueva fuerza política, dicen, pero su persona “podría abrir la puerta a otros que ya han elaborado el guión para un atractivo complot populista”.

La ironía del caso es que Sarrazin se ha visto colocado en una posición de padrino de un nuevo movimiento a la derecha de la CDU que no desea. Hasta su previsible expulsión sigue siendo militante del SPD, y como hombre público no tiene madera de líder ni carisma. De lo que no hay duda es de su popularidad: un 18% de los encuestados afirma que votaría a un partido que defienda sus ideas. A esta masa se suma el descontento democristiano.

Las asociaciones de expulsados de regiones como Silesia, los Sudetes o Prusia Oriental, que Alemania perdió con su derrota, han sido siempre un colectivo muy fuerte en la derecha de la CDU y delicado de manejar. Objeto de grandes injusticias y masacres a manos de vencedores rusos, checos y polacos, sus dramas quedaron cubiertos por los que la propia Alemania infligió, pero con la reunificación y la recuperación de la soberanía plena del país este sector es parte del vector que insta a matizar y reescribir la historia de la guerra y la posguerra, hasta el punto de complicar las relaciones exteriores.

Erika Steinbach, de 67 años, presidenta de la Federación de Expulsados Alemanes, apoyó este fin de semana la opinión de que la invasión nazi de Polonia obedeció al rearme polaco ya movimientos militares hostiles por parte de Polonia. Su salida de la CDU está cantada.

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