REPORTAJE

Solo crecen los chinos

Los inmigrantes disminuyen por primera vez en Valencia - Los llegados desde China, con un circuito económico más resistente a la crisis, aumentan un 8,5%

El País, IGNACIO ZAFRA, 13-09-2010

La imagen había que verla. Sucedió a mediados de agosto al final de la calle Cuba, en Valencia. La zona que algunos llaman Chinatown aunque el nombre le venga todavía un poco grande. Eran las seis de la tarde. No había empezado la última ola de calor, tampoco hacía viento y 10 chinos jugaban al bádminton en la acera, delante de sus tiendas. No estaban probando el último cargamento de raquetas. Estaban jugando. Optimistas. Como si la crisis no fuera con ellos.

Hay muchas formas de medir la intensidad de la recesión. Una de ellas se conoció a principios del mes pasado y pasó un tanto desapercibida. Por primera vez desde que hay registros la población extranjera disminuye en la ciudad de Valencia. En enero de 2010 había 120.273 inmigrantes (ampliamente entendidos). Un año antes había 123.348, un 2,5% más.

La caída afecta a casi todas las nacionalidades principales que no pertenecen a la UE. Marroquíes. Paquistaníes. Ecuatorianos. Argentinos. Bolivianos… Pero no a todas. El año que el paro batió todos los récords el colectivo de inmigrantes chinos creció un 8,5%, hasta los 4.787.

“Este año la economía china ha subido bastante. Yo estuve en Shanghai para ver la exposición universal y allí no hay crisis”, dice David Zhou, presidente de la Asociación de Empresarios Chinos en Valencia. Este verano el país desplazó a su vecino Japón como segunda economía del mundo por detrás de EE UU. Su renta per cápita sigue siendo, sin embargo, baja. En torno a los 2.800 euros al año. Ambas circunstancias, opina Zhou, favorece la salida de inmigrantes.

“Y hay otro factor”, dice Yu Bowei, profesor de lengua y cultura española en la Universidad de Estudios Extranjeros de Guangdong (Cantón), en una terraza junto a la facultad de Filología de Valencia, “y es que el tipo de cambio es muy favorable. Una persona puede cobrar allí mil o dos mil yuanes al mes, que es lo mismo que cobrar 200 euros. Evidentemente, aquí ganan mucho más”.

Los negocios chinos, cuenta David Zhou, sufrieron el año pasado. En parte, por la caída de las importaciones de productos de su país, una de las principales actividades del colectivo en Valencia. Pero mientras el paro en la comunidad autónoma sigue por encima del 23%, las importaciones de artículos chinos se han recuperado. En los primeros seis meses de 2010 crecieron un 28,7%; en junio, el último mes disponible, el aumento fue del 64%.

Según la Confederación Nacional de Autónomos y Microempresas, los chinos representan cerca de una cuarta parte de todos los trabajadores autónomos extracomunitarios de la comunidad autónoma (cuando por población están más cerca del 5%). Y eso, afirma Zhou, es porque los chinos no vienen a Valencia a trabajar en el campo, ni en un andamio, ni en ninguna fábrica (después veremos una posible explicación). Vienen con la idea de “abrir un negocio para mejorar su calidad de vida”. Y para ese objetivo, sigue Zhou, la crisis ofrece oportunidades.

El presidente de los empresarios chinos mira alrededor como para demostrar que no es una frase vacía. Estamos en el Free Wok de Kinépolis, en Paterna, un restaurante de mil metros cuadrados, diseño cuidado, comida de varios países que se prepara a la vista y precios imbatibles abierto hace cuatro semanas.

Su dueño (que como David ha adoptado un nombre español para facilitar el trato y que comparte su apellido sin ser familia) se llama Fernando Zhou. Es alto y está en forma. David comentará que Fernando fue campeón de karate en China y es un buen amigo del actor y maestro de las artes marciales Jackie Chan, pero eso será después de haberse despedido. Antes, Fernando Zhou ha contado que él y sus socios han abierto otros dos Free Wok, en Alzira y L’Eliana. “Y en medio de la crisis”, añade sonriendo. La recesión ha hecho caer los precios del alquiler, el coste de los servicios y los salarios, dice David. Y desde su punto de vista todo eso son oportunidades.

Algunos chinos llegan a Valencia con un pequeño capital. Pero muchos pequeños y medianos empresarios siguieron un camino parecido al de Fernando Zhou. Aterrizó hace casi 20 años. Fue camarero y cocinero. Trabajó literalmente sin descanso. Durante mucho tiempo gastó poco más que lo imprescindible para seguir con vida. Ahorró. Cuando llegó el momento pidió dinero prestado a familiares y amigos y abrió su primer negocio. Ahora tiene 10 y ha empezado a contratar españoles. El maitre del restaurante de Kinépolis lo es.

La historia de Fernando Zhou se repite ahora mismo. En la calle de Fontanars, en el barrio valenciano de Patraix, un obrero chino trabaja en la reforma de lo que será un establecimiento multiprecio, lo que antes se llamaba un Todo a cien. Hace esquina y tiene el mismo nombre que otro local abierto en la misma calle. Son casi las tres del mediodía. El obrero saca un bocadillo. Se sienta en el suelo y se pone a comer. Eso pasa en muchas obras. Lo que no es tan habitual en España es que cuando caiga la noche el obrero se quede a dormir dentro. En China es normal. Y no es raro que los inmigrantes lo hagan en Valencia.

“No hay sacrificio, no hay beneficio. Esa mentalidad está muy arraigada en los chinos”, señala Yu Bowei, que estudia un máster y colabora con el Instituto Confucio de la Universitat de València. “Si apenas tienen dinero, ¿cómo pueden ahorrarlo? No alquilando un piso, tomando comida sencilla, trabajando todo el fin de semana…. Así sale el dinero. Con alquiler y vacaciones no podrían reunirlo”.

Según Yu, esa ética del trabajo extrema y las dificultades de partida (básicamente, un absoluto desconocimiento del idioma) explican la tendencia de los chinos a trabajar para otros chinos cuando llegan. Y la voluntad de mejora vital y la solidaridad de la comunidad (los amigos se prestan los ahorros y el dinero “se devuelve siempre”) explican que más tarde busquen su propio camino empresarial.

El arraigo, los hijos nacidos en Valencia y cierta prosperidad empiezan, sin embargo, a cambiar las cosas, coinciden Yu y Zhou. El empresario pone el ejemplo de los restaurantes: antes eran tradicionales y cerrados; ahora se construyen con grandes ventanales y con el proceso de elaboración a la vista. Los chinos, dice Zhou, empiezan a abrirse, a contratar a algunos españoles, a hacer negocios con otros. Y a jugar en la calle.

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